Capítulo 26

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Shani subió los escalones pesadamente, con dos libros más entre sus brazos. Sabía que a Nia no le molestaba que se los llevara, pero tampoco quería quedárselos demasiado tiempo por si los necesitaba. Se había dado cuenta de que cada vez parecía leer los libros más rápido que antes, pues los comprendía y leía con mucha más fluidez. Se había convertido en una nueva meta que perseguir, el aprender cosas nuevas de aquellos manuales. Y aunque todavía tenía muchas lecturas pendientes entre los libros de texto de Uagadou, encontró que los tomos de Scamander eran "realmente inspiradores" tal y como los había descrito la inglesa. Sin embargo, Shani estaba leyendo más autores de origen africano que tenían descripciones bastante más exhaustivas sobre algunas criaturas de ese continente, y aunque apreciaba la admiración que Nia sentía hacia Newt Scamander y sus escritos, consideraba que estaba algo cegada, pues había más autores que aportaban más información que él.

Dejó sus pensamientos de lado cuando terminó de subir el tramo de escaleras que le separaba de la habitación de su compañera, y se la encontró, otra vez, dormida encima de su escritorio. Las luces titilaban suavemente, como si tampoco tuvieran ningún deseo de despertarla. Shani se había encontrado esa escena en múltiples mañanas, pues parecía que la inglesa había dejado de dormir por las noches tras su incidente. Bill le había confesado a la egipcia que Nia había llenado la tienda del pelirrojo de más encantamientos protectores de los que él apenas se había dado cuenta. No eran peligrosos para el joven, pero se había tenido que disculpar en múltiples ocasiones con alguno de sus compañeros que habían ido a buscarle por cualquier asunto.

Sin embargo, durante aquellos días, Bill parecía estar demasiado ocupado para pasarse a visitarla, y Shani comenzaba a sentirse algo sola, pues tampoco coincidía con Nia por su drástico cambio de su horario de sueño.

La egipcia dejó los libros encima de la mesa, con mucho cuidado de no despertar a la muchacha que dormía plácidamente, con la cabeza sobre sus brazos. No podía negar que estaba algo preocupada por su salud. Incluso en su descanso, los grandes círculos oscuros que la inglesa tenía bajo sus ojos se hacían cada vez más notables. Aunque Bill le había restado algo de importancia diciéndole que Nia solía obsesionarse por sus investigaciones, también apreciaba que él estaba preocupado por la joven.

Shani depositó una manta que estaba dentro del armario sobre los hombros de Nia, que dormía tan profundamente que no pareció darse cuenta de su presencia. La egipcia estaba a punto de volver a su escondite cuando la alarmó el chirrido de una lechuza que se escuchaba a las afueras del campamento. Era un sonido que ella no estaba acostumbra a oír, y le sorprendió que sonase tan cerca de la tienda.

Se quedó inmóvil durante unos segundos, a la espera. Apenas pasaron unos segundos cuando un ave irrumpió en la tienda a pesar de las barreras mágicas que Nia tenía, y una enorme lechuza dejó caer encima de la cama dos paquetes grandes y alargados. Uno de ellos rodó y cayó al suelo con un sonido estrepitoso que despertó a Nia.

Con el corazón en un puño, Nia se giró para contemplar la escena. La lechuza se había acomodado en lo alto de su armario, y ahora se acicalaba las plumas. Shani estaba de pie en un lado de la habitación, mirando al ave con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Y encima de su cama, Nia descubrió ambos paquetes, con lo que comprobó que eran escobas. Se acercó a la cama, dejando la manta en un lado del colchón, y comprobó que una de las escobas tenía pegada una carta.

-Hola, Inigo. –Saludó Nia, que parecía complacida de ver a la lechuza. Por toda respuesta, el ave dejó de cuidar sus plumas y la miró fijamente. Su plumaje presentaba los colores marrón, gris y blanco, y sus ojos eran amarillos a excepción de la pupila, de un negro intenso, con los que parecía atravesar a la inglesa.

- ¿Tiene... nombre? –fue lo que pudo decir Shani, que continuaba mirando al ave. No era la primera vez que veía a una lechuza volando, pero sí la primera en la que un ave llevaba paquetes. Y también la primera vez que veía a una lechuza tan de cerca.

-Sí, se llama Inigo. Es la lechuza de mi madre. –La joven se acercó y despegó la nota que venía en una de las escobas. Resultaba bastante impresionante que sólo una lechuza hubiera llevado ambas escobas. Entonces se percató de que habían estado atadas y el animal sólo había tenido que agarrar una con las patas, aunque eso pesase bastante. Le hizo una seña al ave con la cabeza, que ululó y desapareció tras el fondo de la tienda, hacia el refugio que Nia seguía creando.

"Querida Nia:

He tenido el presentimiento de que te harían falta. Te envío tu escoba y otra para tu nueva amiga (¡me alegra que por fin alguien te ayude!). Sé que vas a ignorar mis consejos, pero deberías cuidar tu salud. Disfruta de tu tiempo en Egipto, querida.

Llegado el momento, tu padre y yo nos iremos de viaje más allá de Inglaterra, así que no tendrás que preocuparte por nosotros. Toma las decisiones que consideres correctas, no te equivocarás. Y ten cuidado con lo que el desierto esconde.

Te quiere, mamá."

Nia sonrió sin poder evitarlo. Debía admitir que echaba de menos a sus padres, pero todavía no se atrevía a volver. Su padre se había opuesto a su viaje, pues tras los sucesos en Hogwarts se había vuelto bastante más protector. Tras graduarse, había intentado retenerla en casa durante varios meses, pero su madre la había ayudado a escapar. Entendía el dolor y el miedo de su padre, y sabía que en algún momento tendría que sentarse con él y hablar claramente para que los dos pudieran llorar la pérdida de su hermano con sinceridad. Pero todavía no se sentía preparada para volver, y ahora lo que la acometía era un miedo completamente diferente, pues había faltado poco para no poder volver jamás con su familia.

Pero por varias razones, su madre sabía cuándo, dónde y qué escribir o decir para hacerla sentir mejor. Al fin y al cabo, sus dotes de adivinación hacían que pudiera seguirle la pista a su hija continuamente. Ella no había escrito sobre Shani, sobre todo por si alguien interceptaba el correo, pero sabía con certeza que su madre la había conocido en sueños. Ya había comprobado cientos de veces que la adivinación no era tan estúpida como algunos creían, aunque sí era cierto que los fraudes abundaban.

Sin embargo, lo que más le había llamado la atención fueron las advertencias de su madre. "No tendrás que preocuparte por nosotros." ¿Qué iba a pasar en Inglaterra? Y aún más importante ¿qué era lo que escondía el desierto realmente? Cabía la posibilidad que su madre aún no hubiera visto los acontecimientos de la criatura, pero lo dudaba demasiado. Así que aquello le planteaba más incógnitas. Eso sólo significaba que el lethifold no era lo único que había en la arena. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now