Capítulo 36

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Nia conducía, con las manos aferradas al volante e intentando concentrarse en lo que estaba haciendo. Sin embargo, no podía evitar sentirse enfurecida por la conversación que acababa de tener. Aún no estaba segura de sí su reacción había sido desorbitada, pero la furia interna que sentía le decía que no. Había dicho casi todo lo que pensaba al respecto, teniendo en cuenta que Bill continuaba sin entenderla.

Y por esa línea de pensamiento, su furia comenzó a tornarse en una sensación de vacío y soledad. Sabía perfectamente que no estaba sola, que aquello sólo era algo puntual, pero se sentía tan incomprendida por Bill que no estaba segura de si ese dolor desaparecería. Poco a poco, la velocidad del coche fue disminuyendo.

Nia salió del vehículo para encontrarse una vez más en mitad del desierto. Parecía ser el mismo camino que había seguido días antes, cuando encontró al fénix. Continuó cavilando, encerrada en sus pensamientos, preguntándose si realmente era ella la que estaba equivocada. No quería casarse, y nunca lo había querido. Tampoco quería tener hijos, porque le aterraba perderlos. Su historia familiar era bastante complicada.

Si se dedicaba a pensar en su familia y la trayectoria que había seguido, le resultaba extrañamente desolador. Tenía a unos padres maravillosos que la habían criado con un amor incondicional, pero no podía decir lo mismo de toda su familia. Presumían de un linaje puro, y su padre, al casarse con una mujer de sangre mestiza, había puesto en peligro a toda su descendencia. Su madre había sido un blanco cuando todavía no habían tenido hijos, pero consiguió salvarse. Su hermano no. Y a ella poco le había faltado para que la asesinaran en Inglaterra.

No quería casarse ni formar una familia por muchos motivos, pero aquel era el que más le pesaba. Esos eran los secretos que jamás se sentiría con fuerza suficiente como para expresar en voz alta. Posiblemente por eso mismo se veía incapaz de echar raíces, porque para eso, la amenaza de su familia no podía seguir existiendo. Y no pensaba suicidarse enfrentando a una familia de poderosos magos, ni arriesgar las vidas de sus seres queridos para eso.

El calor del sol comenzó a penetrar por la ropa hasta llegar a rozar su piel, pero la sensación de vacío continuó sin irse. La presión en el pecho y el malestar en el estómago no desaparecerían. Se estiró, como si se acabase de despertar, en un intento de volver a activar su cuerpo de alguna forma.

Por el rabillo del ojo reconoció la cola de una criatura que había estado con ella y con Shani durante mucho tiempo, y se giró para descubrir al kneazle olisqueando la arena, interesado en algún rastro. Nia no se había dado cuenta de que estaba en el coche durante todo el trayecto. La joven se acercó al kneazle, y descubrió que la arena estaba cambiada. Estaban prácticamente borradas, pero parecían huellas. Nia sacó su varita y realizó el encantamiento Revelio, pero no pasó nada. La arena continuó sin inmutarse.

Frunciendo el ceño, Nia volvió a intentarlo con otro diferente. Dando una vuelta sobre sí misma, recitó "appare vestigium", y un polvo dorado cayó sobre el desierto a su alrededor. El kneazle intentó atrapar las partículas que brillaron en el aire, pero no consiguió nada. Poco a poco, pequeñas marcas doradas aparecieron entre la arena. Nia se sintió aliviada, pues todas las veces que lo había intentado no había dado ningún resultado.

Siguiendo al kneazle, que perseguía el mismo rastro, pero confiando más en su olfato, Nia comenzó a seguir las marcas doradas que aparecieron en la arena, difíciles de distinguir.

Tras haber caminado un buen rato, el kneazle se paró en seco, bajó las orejas y comenzó a gruñir hacia una enorme duna que se alzaba delante de ambos. Nia se agachó junto a él y le acarició, en un intento de tranquilizarle que pareció dar resultado. Escudriñó aquella imperturbable montaña y apuntó su varita hacia ella.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now