Capítulo 23

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Sábado 24 de junio de 2017, quince días después.

Isabella se vestía sin hacer ruido. Tras despertarse cuando habían entrado a tomarle las vitales había sido incapaz de volver a adentrarse en el mundo de los sueños. El día anterior se sentía tan fatigada por culpa de la quimioterapia que había dormido durante gran parte del día y ahora la idea de estarse en la cama le parecía insostenible. Sentía que estaba desaprovechando muchas horas de su vida sin hacer nada. Y era una cosa que no soportaba. Siempre había sido una chica dinámica, incapaz de estarse quieta. Bailaba, salía a correr, a nadar, quedaba con sus amigas, se iba de excursión con sus padres, hacía algo que implicase movimiento. Y ahora se pasaba la mayor parte del día postrada en una cama. La hacía sentir mal con ella misma.

Además, necesitaba desesperadamente hablar con Hannah. Durante las escasas horas del día anterior que había pasado despierta, la chica de las sonrisas maliciosas había tenido rehabilitación y algunas pruebas, por lo que no habían podido hablar des de que se había ido enfurecida, aunque no con ella, tras explicar su historia. Aún se le erizaba la piel al comprender que tanto había pasado en diecisiete años de vida.

Intentando hacer el mínimo ruido posible, puesto que su padre continuaba dormido en la butaca del rincón, se colocó una chaqueta tejana verde -aún era temprano y hacía fresco- y finalmente unos calcetines de lana. Tenía frío en los pies.

Se observó unos segundos en el espejo antes de darse el visto bueno y abandonar la habitación empujando la silla con rapidez. Le gustaba lo que llevaba. Una camiseta blanca que tenía pequeñas líneas verticales en relieve -también blancas- y un mono tejano de color negro que en vez de acabar con pantalones acababa con una falda. La chaqueta verde y sus collares, anillos y pendientes complementaban el look. Los calcetines de invierno quedaban bastante raros, pero tan solo la idea de ir en sandalias hacía que toda su piel se erizase.

Hizo avanzar la silla de ruedas por el pasillo hasta llegar a la habitación ochocientos treinta y cinco, la de Hannah.

Observó el interior de la habitación por la ventanilla de la puerta para comprobar, antes de llamar, si estaba durmiendo. Lo estaba. Pero no era la única.

Isabella observó con sorpresa al niño que dormía en la otra cama y a la mujer que lo hacía en el sillón.

Los contempló durante unos segundos.

Isa sabía que el hermano de Hannah tenía diez años, pero realmente no lo parecía, hecho una bolita en esa enorme cama de hospital lucía mucho más pequeño. Isa se preguntó si el pelo de Hannah sería del mismo tono castaño oscuro que el de él. Se dio cuenta de que no sabía su nombre.

Como des de su posición no podía examinar demasiado bien al pequeño, se fijó entonces en su madre. Tenía el pelo corto, más claro, de un color chocolate. Le recordó al de Jesica. ¿Sería ese el color de Hannah? ¿O el otro más oscuro?

Isa se obligó a dejar de pensar en el pelo. Observó entonces su rostro. Se veía extenuado pero tranquilo. Comprendió entonces que esos ojos rodeados de pronunciadas ojeras debían haber visto el infierno infinidad de veces. Al fin y al cabo ¿no decían que lo peor que podía uno ver era a su hijo sufrir? Y ella lo había visto día tras día. Semana tras semana. Año tras año.

Se quedó unos segundos perdida en su mente hasta que se dio cuenta de que parecía una acosadora. Decidió volver a su habitación. Saludó a Rosa y a un par de personas antes de llegar a su habitación. Se sorprendió al encontrase la puerta abierta. Juraba que la había cerrado, y lo recordaba porque con la silla se le hacía bastante difícil. Entró restándole importancia y entonces reparó en el enfermero.

Axel, quién ahora trabajaba en el turno diurno, se encontraba dentro.

—Isa. Te estaba buscando.

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