Capítulo 14

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Domingo 18 de junio de 2017, nueve días después.

Esa noche su madre volvió al pueblo para recoger más cosas. Su estancia en el hospital se iba a alargar al menos una semana más y no habían traído suficientes pertenencias -ropa, entretenimiento...- para tanto tiempo.

Su padre dormía profundamente en la butaca mientras que su hija contemplaba el techo sin poder dormir. Des de su habitación se podía escuchar televisiones de otras habitaciones. Pasos en el pasillo. Voces susurrantes. Pitidos de máquinas.

Cerró los ojos unos instantes y al abrirlos se encontró con una cara a pocos centímetros de ella. Contuvo un grito al comprender al instante quien era. Hannah. La chica de las sonrisas maliciosas.

Con un dedo esta le indicó que guardara silencio, eso solo hizo que transportarla a la primera vez que la había visto. En una habitación diferente. Con un diagnostico diferente. Con pensamientos diferentes. Con mucho menos miedo.

—¿Qué quieres? —preguntó en un susurro algo brusco. Por más ganas que había tenido de que Hannah apareciera en algún momento, eso no hacía desaparecer el enfado que acababa de descubrir que sentía. Ella no tenía culpa de no saber que era el DIPG.

La chica de las sonrisas maliciosas le volvió a indicar que guardase silencio. Le tendió una especie de chaqueta de chándal antes de enganchar los dos goteros a la silla de Isabella, quien no se movió de la cama.

—Vienes ¿o qué? —acabó preguntando Hannah al ver que Isa no se movía. No respondió —. No tienes nada que perder. La otra opción es que te quedes mirando el techo —susurró.

Finalmente, pero sin decir nada, Isabella se traspasó a la silla que la chica de las sonrisas maliciosas empezó a empujar al instante.

Recorrieron con rapidez gran parte de la planta antes de virar hacia un estrecho pasillo con varias puertas adornadas con carteles de "Prohibido el paso. Solo personal autorizado".

Hannah abrió la última con una llave que Isabella tuvo claro que habría robado. Dentro, el pasillo seguía hasta llegar a un ascensor. Esperaron unos segundos hasta que la puerta se abrió.

—No sabía que había otra planta —se encontró diciendo Isa. La curiosidad había mitigado en gran parte al enfado.

—Y no la hay —susurró la otra mientras su característica sonrisa (que hacía días que no salía a la luz) le adornaba el rostro—. Vamos a la azotea.

Una fría brisa les dio la bienvenida cuando las puertas del ascensor se abrieron, revelando una dura superficie de cemento surcada aquí y allá por cajas de fusibles y aparatos de aire acondicionado.

Hannah empujó la silla sin vacilación e Isa se quedó sin aire, maravillada. Era increíble. Incluso mágico.

Debajo suyo se extendía las brillantes luces de toda la ciudad y al fondo, el mar. Se quedó sin habla contemplando la vasta extensión de una brillante Barcelona.

Des de allí arriba se podía llegar a diferenciar la zona antigua de la ciudad de la más nueva, dividida en inmensas manzanas de edificios. Se podía llegar a ver la iluminada catedral de la Sagrada Familia y la torre Agbar teñida de brillantes luces azules y rojas.

La chica de las sonrisas maliciosas estacionó la silla al lado de una salida de aire próxima al borde. De dentro salía un agradable aire caliente que contrastaba con el fresco aire de una noche de inicios de verano.

En silencio observaron la ciudad que descansaba a sus pies. Sus brillantes luces que la teñían de color dorado. El frenético movimiento de los coches en las grandes avenidas. Las vidas tan diferentes de todos aquellos que se cruzaban constantemente sin llegar nunca a mezclarse. El sonido de una ciudad siempre en movimiento.

Somos polvo de estrellas ✔Where stories live. Discover now