Capítulo 1

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Domingo 4 de junio de 2017

Cuatro semanas. Se había pasado cuatro malditas semanas suplicándole a sus padres bajar un fin de semana a la ciudad y aquí se encontraba: encerrada en una sala de urgencias con un estridente lloro infantil de fondo y un dolor de cabeza que estaba a punto de llevarla al otro barrio. Palabras textuales de Hannah.

Se irguió en el asiento cuando una doctora salió del pasillo de las consultas, rezando para que: o que la llamasen a ella o llamasen al maldito niño que estaba a punto de acabar con su paciencia.

No tuvo suerte.

Frustrada de llevar más de dos horas de espera cuando les había insistido a sus padres que se encontraba bien -y más aburrida que la una- empezó a recrear en su cabeza los bailes que había visto en YouTube durante la semana. Le encantaba bailar. No recordaba un momento de su vida donde la danza no formase parte. Había practicado todos los estilos, pero había uno que era especial. Había uno que la hacía sentir completa. Y vivaz.

La danza contemporánea formaba parte de su vida y des de hacía un par de años había empezado a crear coreografías que después llevaba al escenario.

En ese momento un par de nuevos movimientos le vinieron a la mente, pero antes de encontrar su cuaderno en la bolsa, para así plasmarlos, se esfumaron; tan rápido como habían llegado. Como normalmente le solía ocurría.

Un suspiro se escapó de entre sus labios.

Stai bene, tesoro? —"¿Estás bien, cariño?" le preguntó su madre en mientras alzaba la vista de su móvil, donde las brillantes gominolas del Candy Crush esperaban ansiosas a ser movidas. La chica asintió ligeramente, regalándole a su madre una de sus más brillantes sonrisas para no preocuparla.

Muerta de asco, estaba cruzando divertidas muecas con una niña de tres años y una gripe monumental cuando escuchó su nombre.

—¿Isabella Valenti? —preguntó con voz cansada una doctora que acababa de salir del pasillo de las consultas.

Ella alzó rápidamente la mano para que la doctora la localizase y junto a sus padres la siguió por un largo pasillo lleno de puertas. Pararon delante la consulta 122 -aunque ni de lejos había tantas- donde Isa se sentó con rectitud en la camilla al ver que sus padres acaparaban las dos sillas destinadas a pacientes y familia que había en la habitación. Por lo visto, ellos estaban tan cansados como ella tras un largo (y maravilloso) día en la ciudad.

La doctora, una mujer rubia de unos treinta-y-pico, se quedó de pie consultando su teléfono hasta que se sentaron.

—Buenas tardes —saludó cordialmente sin demasiado interés—. ¿Qué ha pasado? Contadme.

Como hacía siempre, la madre de Isabella, una mujer bajita de piel morena y fuerte carácter, tomó el turno de palabra y empezó a hablar a toda velocidad con su característico acento italiano haciendo presencia.

—Isabella tiene la manía de no hacerme caso y ha tenido por su orgullo que sí, que tirarse por las rampas esas para skate. Sabe cuáles digo ¿Verdad? Bueno, la cuestión es que estaba por la segunda, que ya es todo un logro porque madre del amor hermoso ¡son altísimas!, cuando ha perdido el equilibrio y se ha dado en la pierna. E gliel'ho detto ma... —podría parecer que estaba enfadada, pero es que tenía la costumbre de embalarse al hablar y como buena italiana que era gesticulaba exageradamente dijese lo que dijese.

La doctora no se inmutó ante su tono y girándose, cogió una especie de portafolio donde empezó a escribir al instante.

—De acuerdo... —murmuró mientras escribía—. Tengo que hacer un pequeño historial antes de revisarte. ¿Cuándo naciste Isabella?

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