Capítulo 3

3.8K 311 126
                                    

Lunes 5 de junio de 2017

Se despertó hacia las siete de la mañana cuando el ruido ambiental se hizo suficientemente fuerte como para no poder seguir ignorándolo. Había sido una noche de constantes desvelos -voces, pitidos, pasos- y para hacerlo aún mejor su boca pedía a gritos un trago de agua. Cosa que no podía remediar.

Salió de la cama y como un zombi se dirigió hacia el baño para lavarse los dientes, aliviando parte de la sequedad que tanto le molestaba y que perduraría hasta pasada la una de la tarde, hora en la que entraría a quirófano. Se le iba a hacer eterno no beber o comer hasta entonces...

Intentando no hacer mucho ruido, ya que su padre continuaba dormido en la cama vacía -ajeno al mundo- se dirigió hasta la mesilla de noche, donde se encontraba su móvil.

Tenía media docena de mensajes de sus amigas, quienes le habían deseado una buena cirugía antes de entrar al instituto y de Clara también, que además de disculpaba por no haber respondido el día anterior y prometía hablar con Mireia, profesora de danza contemporánea de ambas.

Isabella les envió un par de mensajes afirmando que tan pronto como le fuese posible después de la operación las avisaría. Aun estando en medio de una clase -«Sociales» recordó Isa- Stella le respondió con un: "¡Ok! ¡Te quiero!"

También tenía un par de mensajes de su madre, donde le deseaba buenos días y le avisaba que ya estaba de camino, y una treintena más del grupo familiar de parte de padre, donde la noche anterior él había explicado lo que había sucedido. Y lo que sucedería.

Un escalofrío recorrió a Isabella cuando ese pensamiento invadió su cabeza. En menos de cinco horas estaría drogada encima de una mesa mientras le abrían la pierna y le limaban el hueso. No le hacía mucha ilusión, la verdad.

Su móvil se quedó sin batería pocos minutos después y sin saber que hacer, consideró practicar una de sus rutinas de elasticidad. Por culpa de la férula y el no poder hidratarse al acabar (ayuno tenía que ser) no pudo hacer gran cosa, pero esos sencillos estiramientos le permitieron olvidarse de lo que se le venía encima a la vez que hacía algo de provecho.

Teniendo en cuenta la férula que le cubría des de la parte baja de la rodilla hasta los dedos del pie, se sentó en el suelo y estuvo haciendo complejos estiramientos durante media hora hasta que un grito la sacó de su mundo

—¡Oh dios mío! —gritó la enfermera que acababa de entrar en su habitación. Isabella estaba tan metida en spagat lateral que no había escuchado la puerta abrirse—. ¡Te vas a romper! —exclamó la mujer mientras se tapaba los ojos con dramatismo, despertando a su padre, que se incorporó lentamente intentando recordar donde se encontraba.

A Isa se le escapó una risa por la reacción de la mujer. Estaba acostumbrada a que le dijesen cosas similares, pero eso no hacía que no fuese divertido ver cada una de las caras teñidas de sorpresa, dolor y hasta en algunas ocasiones repelús.

Lentamente se incorporó para posteriormente levantarse. La mujer, «Josefina» recordó Isa, meneó un par de veces la cabeza para salir de su estado de estupor y recuperando su estado natural se dirigió hacia Isabella.

Se movía con seguridad, como si se encontrase en su entorno. Como si lo hubiese hecho un millón de veces.

Cosa que seguramente hacía hecho.

—Que, ¿cómo has pasado la noche? —la mirada de Isa lo decía todo—. Lo suponía, pero ya verás que una se acostumbra. Vamos a ver... —murmuró mientras toqueteaba diversos de los aparatos que había traído para finalmente coger el esfigmomanómetro, aparato para medir la tensión arterial. Se lo colocó a Isabella con rapidez mientras hablaba—. Y que, ¿Estás nerviosa? ¿Cómo lo llevas?

Somos polvo de estrellas ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora