Capítulo 11

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Lunes 12 de junio de 2017, tres días después.

Isabella hacía rodar la silla de ruedas con lentitud. Hacía ocho días que estaba confinada en una silla de ruedas y los brazos empezaban a pasarle factura. Se acababan de convertir en sus nuevas piernas, dependiendo de ellos tanto como para moverse como para traspasarse de la silla a la cama y de la cama a la silla. Definitivamente sus brazos iban a necesitar un tiempo para asimilar todo el esfuerzo que deberían hacer en los próximos meses y años.

Además, como era comprensible, últimamente estaba durmiendo fatal. Se despertaba por las noches al escuchar a su padre moverse en el sillón, a las enfermeras empujar carritos por los pasillos, a las otras familias y pacientes hablar en susurros, a las máquinas pitando... y por si no fuese suficiente la doctora ya le había advertido que el cansancio y la fatiga serían resultado tanto del cáncer como del tratamiento.

En fin, que iba a tener que acostumbrarse a tener los brazos como piernas y el cansancio como compañero.

—¿Qué acabas de hacer? —le preguntó con incredulidad a la chica de las sonrisas maliciosas.

Esta la miró sin comprender mientras recuperaba su puesto empujando la silla de Isa.

—¿Qué acabo de hacer? —preguntó con confusión.

Isabella se giró levemente para poder contemplarla al hablar. Tampoco se había acostumbrado a hablar sin mirar a su interlocutor, cosa que pasaba siempre que alguien empujaba la silla de ruedas.

—Te he visto —la chica de las sonrisas maliciosas frunció levemente el entrecejo—. La natilla...

La comprensión se instaló en su cara pasando rápidamente a una expresión ligeramente avergonzada.

—Eso... —susurró con una risilla nerviosa y divertida a la vez.

—Sí, eso. Acabas de robar una natilla del carro de desayunos.

La chica de las sonrisas maliciosas meneó la cabeza en un gesto de asentimiento que decía algo como: "Pues sí... Qué le haremos ¿no?"

—Eres rara —sentenció Isabella.

—En eso te doy la razón.

» Es la costumbre... —añadió al ver la expresión de impaciencia en el rostro de Isa. Aunque parte de esa impaciencia era movida por el hambre que sentía y que acababa de recordar al ver el saboroso postre que en este hospital servían también como desayuno. Estaba en ayuno des de la noche anterior para el PET-Scan que tenía programado esa mañana.

—¿La costumbre?

—Sí, bueno.... Cuando una lleva acumulados unos cuantos años de comidas de hospital se acostumbra a... ¿Acaparar delicatessen?

¿Delicatessen una natilla de marca blanca?

—Varios años ingresada —repitió como explicación.

Isabella se dio por vencida al ver que no era algo de lo que le gustase hablar, aunque no le había pasado desapercibido como había alargado la mano y cogido la natilla para guardársela inmediatamente en el bolsillo de su sudadera negra en un movimiento casi imperceptible y definitivamente muy practicado.

Ese hilo de pensamiento desapareció al llegar a su habitación y escuchar el casi chillido de su madre.

Dove eri? —"¿Dónde estabas?" exclamó en el momento en que cruzaron el umbral de la puerta. La vista de Isa fue directamente al reloj. Llegaban tarde.

No le dio tiempo a formular una respuesta.

—¡Ya estás aquí! —exclamó Nimah -la celadora- en el momento en que se adentraba en la habitación—. Ha... —empezó a saludar a la chica de las sonrisas maliciosas, pero no tardó en rectificar al ver su expresión que pedía a gritos que se callara—. Chica —acabó diciendo finalmente. O sea que el nombre de la chica de las sonrisas maliciosas empezaba por "Ha". «¿Podría ser Ha...?» No se le ocurrió ninguno.

Somos polvo de estrellas ✔Where stories live. Discover now