Capítulo 8

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Viernes 9 de junio de 2017, el día en que todo cambió.

Hacía avanzar la silla con movimientos bruscos. Sin titubeos. Sin cuidado. Había huido de la habitación.

Un par de personas le gritaron que vigilara. Hizo caso omiso. Siguió avanzando. Siguió avanzando sin vacilación hasta que estuvo delante de la puerta abierta. En ese momento se quedó paralizada, porque cuando vio a la chica de las sonrisas maliciosas, sentada en su cama leyendo, no la vio a ella. Se vio a sí misma. Calva. Sin cejas. Sin pestañas. Habiéndose acostumbrado a una habitación de hospital. Luchando por su vida.

La chica alzó la vista del libro y por primera vez Isabella vio como su expresión se teñía de sorpresa. No la dejó hablar.

—Tengo cáncer —murmuró mirándola fijamente con el rostro impasible. Unos segundos después se derrumbó. Se derrumbó como no lo había hecho en los minutos anteriores.

Se quedó allí plantada -en la puerta-, llorando, sacándolo todo y empapando la camiseta de la chica de las sonrisas maliciosas, que se había levantado al instante y la abrazó con un feroz abrazo.

Isabella se estremecía entre sus brazos, llorando desconsoladamente, pero la chica no la soltó. Sus delgados brazos siguieron rodeándola, dándole apoyo, comprensión. E Isabella lloró. Lloró como no lo había hecho nunca. Porque tenía cáncer. Y tenía miedo. Terror. Pavor. Porque todo había cambiado con una sola palabra. Porque todo había ocurrido de golpe. Porque su cuerpo la había traicionado. Porque no quería morir. ¡Quería vivir! Quería vivir como lo había hecho siempre. Sin tener que luchar por su vida. Sin que su vida cambiara. Sin tener cáncer. Quería vivir. Solo quería vivir... Quería que esta pesadilla acabase. Pero no lo haría. Solo acababa de empezar. Y lo sabía. Eso era lo que más la aterraba.

Lloró durante lo que parecieron miles de eternidades infinitas y la chica no la soltó. No la soltó hasta que todas las eternidades pasaron y empezó a calmarse. Entonces acercó la silla a la cama y ayudó a Isabella a colocarse a su lado. Un par de nuevas lágrimas, esta vez de dolor físico, corrieron por sus mejillas.

Isabella cerró los ojos, intentando que su respiración se regularizara y las lágrimas cesaran. Aun así, pasaron un par de horas sentadas en la cama en un completo silencio. Isa no se atrevía a hablar, sabía que si abría la boca todos sus miedos saldrían a borbotones. Y en cuanto lo dijese en voz alta todo se haría real. No quería que fuese real. Iba a retrasarlo tanto como le fuera posible.

La chica de las sonrías maliciosas comprendió el silencio. No era la primera vez ni la última que lo veía.

—No quiero morir —murmuró finalmente mientras nuevas lágrimas empezaban a surcarle el rostro. La chica apretó el enlace de sus manos, recordándole que tenía un punto donde apoyarse.

—No tienes por qué morir —Isabella reparó en que evitaba decir "no vas a morir". Sabía que eso no se podía decir y solo hizo que hacer aumentar el llanto—. No tienes por qué morir ¿Qué te ha dicho el médico?

—No he escuchado demasiado... —murmuró unos segundos más tarde. La chica volvió a repetir la pregunta.

—¿Qué te ha dicho el médico?

Isabella tardó unos minutos en contestar. Costaba. Costaba mucho admitirlo en voz alta. Costaba mucho admitir que una estaba enferma. Que tenía un puto cáncer.

Tomó un par de respiraciones profundas antes de hablar.

—Tengo un Sarcoma de Ewing en la tibia derecha. Cáncer —se obligó a añadir. Evitó mirar a la chica—. 86% de posibilidades de supervivencia. Pero ¿Y qué? ¿Y qué si tengo 86% de vivir? Sigo teniendo un 16% de morir... —la chica dejó escapar un suspiro sarcástico y aunque se había dado cuenta no la corrigió—. Y yo... No quiero no quiero no quiero... No quiero... —Isabella volvía a llorar descontroladamente mientras revolvía las manos en su regazo con rápidos movimientos.

Somos polvo de estrellas ✔Where stories live. Discover now