Capítulo 31

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Sábado 25 de junio de 2017, dieciséis días después.

Se descompuso. Completamente. No pudo contenerse. Completamente paralizada bajo el umbral de la puerta Isabella empezó a llorar a lágrima viva. Delante suyo sus abuelos, sus tíos y tías, incluso Ángela y su nieto Benjamín, sus vecinos, lanzaron globos al aire. Su primo de tan solo tres años corría alrededor de ellos más feliz que una perdiz lanzándolos al aire una vez caían al suelo. O intentándolo, al menos.

Isa se llevó una mano al rostro con tanta rapidez que se desestabilizó y estuvo a punto de caer al suelo. Su madre la abrazó desde detrás. E Isa no pudo hacer nada más que llorar. Su familia, su casa. No veía nada más que esa imagen completamente borrosa por culpa de las lágrimas. Su familia. Su casa. De nuevo. Soltó un sollozo aumentando aún más el llanto. Sus abuelos se apresuraron hacia ella y la envolvieron en un abrazo. Y solo allí, envuelta entre sus brazos fue capaz de ir amainando el llanto. Aunque cabe destacar que cuando la abrazaron sus tíos y posteriormente Ángela las lágrimas volvieron al instante.

Mientras tanto su padre vaciaba la silla de ruedas de maletas y la instaba a sentarse. Por primera vez se alegró de tenerla allí. La pierna no podía sostenerla. Todo su cuerpo temblaba al ritmo de su rápida respiración y el llanto que la invadía. Un llanto de felicidad, de miedo, de confusión. Un llanto que pasó a ser de pánico cuando comprendió lo que su presencia allí comportaría. Tendría que decírselo, solo lo sabían sus abuelos. Tendía que contárselo. No podía. No podía. No se veía capaz, no. No podía ver sus caras de pena, no podía enfrentarse a eso de nuevo. No ahora al menos. No se veía con suficientes fuerzas. Empezó a negar inconscientemente con la cabeza con rapidez. Su respiración se aceleró aún más acompañando el llanto en aumento que la invadía. Con que rapidez podía cambiar una situación.

Al ver que las lágrimas no paraban los presentes le dejaron algo de espacio, empezándose a preocupar. David se aceró a su hija. Se arrodilló en el suelo colocándole ambas manos en el rostro.

-Isa, Isa ¿qué pasa?

Su hija solo podía negar con la cabeza. Se tiró a los brazos de su padre en busca de protección. Menudo espectáculo debía estar dando, ese pensamiento se materializó en su mente al instante. La vergüenza se sumó a la larga lista de sentimientos que la embargaban. ¿Qué les diría después de ese espectáculo? ¿Cómo los miraría a la cara?

Como si su abuela le hubiese leído el pensamiento instó a los presentes a ir a preparar la merienda. Con rapidez fueron embutiéndose en la cocina. Pero Isa solo podía llorar. Por miedo, por vergüenza, culpa. Su padre aumentó la fuerza de sus brazos. Isa lo agradeció. Estaba con ellos, estaba bien, estaba en su casa, con su familia. Estaba bien. Estaba bien. Estaba bien. Pero ellos no lo estarían cuando se lo dijese. La mirarían con pena, con lástima, con miedo. Pensarían en la muerte.

-No puedo... -fue capaz de susurrar entre las lágrimas. Su padre se separó unos centímetros para examinarla y tratar de adivinar de que estaba hablando-. No puedo... No puedo... -repitió entre las lágrimas.

-¿Qué no puedes? Isa, mírame. ¿Qué no puedes?

Su hija volvía a negar con la cabeza con una excesiva rapidez. Un sollozo se escapó entre sus labios. Envolvió de nuevo a su padre en un abrazo enterrando la cara en su hombro.

-No puedo... No puedo... No puedo... -murmuraba por lo bajo como si fuera una especie de mantra maldito. No podía contárselo. No podía. ¿Por qué ella? ¿Por qué le había tocado a ella? A su familia. A sus abuelos. A sus padres. ¿Por qué?

-No puedo con-contárselo... -fue capaz de murmurar. Su padre la abrazó con más fuerzas.

-Ya lo saben, cariño. Ya lo saben. Ya lo saben.

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