Capítulo 12

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Jueves 15 de junio de 2017, seis días después.

Isabella no empezaría el tratamiento hasta que recibiera los resultados de las pruebas que le habían hecho un par de días atrás. Faltaban tres o así. No creía poder soportarlo.

Los días se resumían en tomar pastillas, usar la bomba de anestesia cuando los ataques de dolor empezaban (y soportar el dolor que le producía la zona donde le habían hecho la biopsia y el aspirado, ya por suerte la del Port-a-Cath no le dolía), remover con el tenedor la asquerosa comida que le traían, enredarse con los cables de la vía y mirar con pesar los mensajes de sus amigas que no paraban de llegar preguntándole por qué no respondía, si se encontraba bien. No contestó a ninguno. No se veía capaz de mentir. Tampoco de confesar. Finalmente acabó apagando el móvil. No lo volvió a encender.

Salió de la habitación haciendo avanzar la silla de ruedas con pesadez. Estaba cansada. Últimamente siempre estaba cansada. Un efecto colateral de tener cáncer. Y aburrida. Hastiada. Muerta de asco. Otro efecto colateral de estar enferma.

Además, hacia dos días que no veía a la chica de las sonrisas maliciosas. Siempre le estaban haciendo pruebas o tenía consultas con diversos especialistas o rehabilitación o cualquier cosa.

—Le están haciendo un TAC, no debería tardar.

—Está en rehabilitación.

—¿No ha vuelto a la habitación aún? Tenía un análisis de sangre o algo así.

—Está con el nefrólogo.

Y cuando no tenía nada, desaparecía. Nadie sabía dónde estaba. Ella definitivamente no la había encontrado, aunque bueno, si decía la verdad -si realmente había estado un año ingresada- no habría quien la encontrase. Debía saberse todos y cada uno de los rincones de ese puñetero hospital.

Por cuarta vez esa mañana (siendo tan solo las nueve) se dirigió a su habitación. Necesitaba alguien con quien conversar que no fuesen sus padres (quienes seguían preguntándole minuto sí minuto también si se encontraba bien) y no se atrevía a hablar con alguien a quien no conociese.

Bajando la mirada cada vez que se cruzaba con alguien llegó a la última habitación del pasillo, la puerta estaba entreabierta.

Como la primera vez que había ido a buscarla, se quedó parada ante la puerta. Esta vez no por el vómito, sino por los gritos. Por las caras. Por la furia que contenía la habitación.

Eran dos, la chica de las sonrisas maliciosas y una chica mayor que ella. Debía tener unos veinticinco años o así. Puede que menos.

Se encontraban ambas de pie, enfrentadas. Las dos tenían los ojos rojos de haber llorado, pero definitivamente el llanto había pasado a segundo plano. Porque ahora solo quedaba la furia. Las respiraciones entrecortadas. El contacto de miradas. Los hombros tensados. La palpable tensión que envolvía el dormitorio.

La desconocida giró la cabeza con brusquedad y clavó sus ojos en Isa.

—No es un buen momento —le dijo con voz cortante. Isabella no reaccionó, su mirada se había dirigido al instante a hacia la chica de las sonrisas maliciosas y no podía apartarla. Sus ojos no podían separarse de ella. De sus puños cerrados con fuerza a sus lados. De sus ojos hinchados. De su cuerpo en tensión.

Nunca la había visto así. Había visto diversas facetas suyas, la maliciosa, la seria, la triste, la nerviosa, la sabia... Nunca esa. Porque la expresión de su rostro no era ni de lejos similar a la que le había dedicado cuando entró en su habitación mientras vomitaba. Esta era una expresión de dolor atroz. De rabia contenida. De enfado contra el mundo.

Somos polvo de estrellas ✔Where stories live. Discover now