Capítulo 48

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Martes 23 de julio de 2017, cincuenta y cuatro días después.

Como si estuviera en un sueño poco a poco su mente empezó a procesar las sensaciones que recorrían su cuerpo y captaban sus sentidos. Frío. Dolor de huesos. Molestias en la parte interna de ambos codos. Tirantez en la zona del catéter. La aspereza de la sabana contra su piel desnuda. Los pitidos de diversas maquinas. Olor a antiséptico, a hospital. Una presión en la punta del dedo índice de la mano derecha. El contacto de diversos cables contra su piel. Arrugó la nariz con una mueca al notar cosquillas en ella. Tenía la garganta seca. Tragó saliva con dificultad, era pastosa, sabía mal. Y poco a poco sus ojos se fueron abriendo.

Parpadeó con pesadez, con más lentitud de la que habría querido. Notaba todo su cuerpo extremadamente pesado, se sentía más cansada de lo que había estado nunca. Pero ¿por qué? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba?

A pesar de haber asociado el olor a antiséptico con el olor de los hospitales, su mente no fue capaz de hacer la conexión. Tenía dolor de cabeza.

Y entonces las vio, unas brillantes estrellas, tan relucientes que incluso la cegaban. ¿Estaba en el cielo? ¿Estaba muerta? No era como se lo había imaginado, aunque tampoco había imaginado nunca algo concreto. Sino un "algo más". Sus ojos, un poco llorosos debido a la repentina luminosidad, fueron adaptándose a la luz. Definitivamente, aunque no hubiese imaginado nada tangible ese "más allá" no estaba formado de plafones blancos y luces LED.

Y tampoco de las caras de alivio de sus padres colgándole encima la cabeza. Ni de sus brazos rodeándola con necesidad.

Los apretó con tantas fuerzas como fue capaz de conjurar -que no fue mucha- entonces los recuerdos empezaron a inundar su mente, impidiéndole escuchar sus palabras.

Era vagos, confusos, sin sentido. Como piezas sueltas de un puzle o capítulos salteados de una historia a los que además les habían borrado palabras. Se vio a si misma tendida en la parte trasera de un coche, su coche, con la cabeza apoyada en el regazo de su madre y su padre observándola con reocupación desde el asiento del conductor. Vio deslumbrantes luces de colores y escuchó un estruendoso ruido. Pero era rítmico, repetitivo. Tras escucharlo durante lo que parecían eternidades parecías encontrarle incluso el ritmo.

A su mente vino dolor, opresión, confusión, impotencia, desesperación. Todo de golpe. Todo junto. Sentido en un mismo momento. Emociones pertenecientes al mismo recuerdo. Pero ¿qué había pasado? ¿Qué había pasado?

Su voz sonó ronca.

—¿Qué... ha... pasado? —. Consiguió formular.

Las cosquillas en la nariz volvieron a ocupar su mente. Cuando fue a rascarse su mano se enganchó a algo. ¿Qué tenía en la cara? Sin fuerzas intentó quitárselo, pero la firme mano de su padre se lo impidió.

Le recolocó la cánula de oxígeno.

—Tienes las defensas bastante bajas. Tus pulmones se infectaron. Un virus —hablaba con frases cortas, marcando cada letra y silaba. Isa repararía en ello y se lo agradecería más tarde. Su mente aún era un caos—. Te subió la fiebre y bajó el oxigeno en sangre. Estás en el hospital. Todo controlado. Te pondrás bien.

» Todo estará bien.

Se sumió de nuevo en mundo de los sueños, aunque sin soñar nada.

Se sumió de nuevo en mundo de los sueños, aunque sin soñar nada

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Esa vez tardó menos en despertar. Bostezó antes llevarse inconscientemente la mano a los ojos y posteriormente a la zona de la nariz al percibir de nuevo las cosquillas. Esta vez, más lucida, no intentó quitárselo, sino que lo palpó levemente hasta entender de qué se trataba.

Le estaban administrando oxígeno.

Inspiró con fuerzas, al hacerlo un leve dolor le atravesó el pecho.

Sin atreverse a levantarse por miedo a enredarse con los cables, se fijó entonces en unos de muy delgados que salían por el cuello de su bata hospitalaria. Los siguió hasta el monitor que controlaba sus vitales. Y también tenía una pinza que controlaba su saturación en oxígeno, por no hablar obviamente de los distintos cables que salían de su Port-a-cath y la conectaban al gotero. Era más máquina que chica.

Con un suspiro clavó la vista en el techo. Y entonces uno de sus recuerdos cobró sentido. Había visto las estrellas, literalmente. No los brillantes astros que lucía el universo sino las estrellas fluorescentes que decoraban la habitación de Hannah.

Con algo de dolor giró la cabeza, y entonces la vio. Leyendo en su cama.

Una pequeña sonrisa se extendió con lentitud por su rostro. Le costaba moverse. Era como si todo su cuerpo estuviese hecho de piedra. Además, a cada movimiento su piel rozaba con la bata o las sábanas, y el contacto era molesto, casi doloroso. Lo había sentido más de una vez durante su vida, era culpa de la fiebre.

—Hola... —murmuró arrastrando las palabras.

La chica de las sonrisas maliciosas levantó de golpe la mirada del libro. Su rostro se tiñó de alivio y sorpresa. Cerró los ojos durante unas breves milésimas de segundo, a Isa le pareció vérselos cristalizados.

Con movimientos rápidos, ansioso, se levantó de la cama y la rodeó con fuerzas. Una leve mueca de dolor surcó el rostro de Isa, pero la apretó tanto como sus cansados brazos se lo permitieron.

Poco después Hannah se separó de ella.

—Luces fatal.

Isa soltó un suspiro divertido, demasiado cansada como para reír.

—Si lo hago solo una milésima parte de cómo me siento, parezco un puñetero cadáver.

La chica de las sonrisas fingió considerarlo.

—Sí... Más o menos.

» Me asustaste, pero bien.

—Lo siento.

—No lo hagas, solo recupérate.

» No puedo quedarme sin compañera de aventuras.

Isa le regaló una sonrisa antes de que el sueño la reclamara de nuevo. 

Capítulo cortito

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Capítulo cortito. Faltan cuatro 🙊

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