Capítulo 18

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Miércoles 21 de junio de 2017, doce días después.

Isabella hacía ir y volver la silla de ruedas desde la puerta de la habitación de Hannah hasta su ventana, con unas maravillosas vistas a la ciudad de Barcelona y al fondo, el mar. La verdad es que la panorámica de la ventana de la chica de las sonrisas maliciosas era todo un espectáculo. En cambio, la suya daba a una azotea y posteriormente a unas colinas bastante decrepitas por culpa de la sequía que sufría gran parte del sur de Europa desde hacía algunos meses. El cambio climático se estaba cargando el planeta. El cáncer su cuerpo.

Soltó un suspiro mientras volvía a iniciar el recorrido. Ventana, puerta. Ventana, puerta. Ventana, puerta. Una y otra vez. Y otra más. Estaba nerviosa. Malditamente nerviosa.

—Me estás estresando —le dijo Hannah sin levantar la vista del libro que estaba leyendo en su cama. Esta estaba ligeramente inclinada de manera que reposaba más sentada que acostada. Isa solo había usado esa opción un par de veces. Siempre se olvidaba que las camas hospitalarias tenían esa opción.

Le regaló un gruñido a su amiga sin parar el recorrido que llevaba ya veinte minutos haciendo. La verdad es que aparte de nerviosa también se sentía algo cansada y culpable a la vez. Mientras ella perdía el tiempo haciendo vueltas a la habitación de Hannah sus padres estaban reunidos con un trabajador social para que los ayudase a llevar a cabo el múltiple papeleo que se requería. Tenían decenas de papeles a firmar, decenas de informes de resultados que debían guardar cuidadosamente, papeles informativos, informes médicos, listados de medicamentos e instrucciones... Ella debería estar allí, debería ayudarlos. Al fin y al cabo, todo lo estaban haciendo por ella. Debería colaborar. Pero no podía. Estaba demasiado nerviosa.

—Tenemos que hacer algo divertido —dijo de repente parando en seco la silla. Se masajeó ligeramente las almohadillas de las manos. Habían empezado a aparecerle duricias.

Hannah tardó un par de segundos a levantar la mirada de la novela.

—¿Algo divertido? —preguntó con los ojos empezando a brillar de repente. Las comisuras de sus labios se curvaron rápidamente haciendo honor a su apodo.

—Siento que hace dieciocho días que me limito a llorar, tener miedo, estar nerviosa, aburrirme, sentirme culpable —su amiga frunció levemente el ceño ante su confesión—, y bueno, todo eso. Quiero hacer algo divertido. Necesito hacer algo divertido.

La sonrisa de Hannah se ensanchó aún más.

—Me gusta como piensas.

Isabella soltó una risilla medio nerviosa.

—Me das miedo —confesó.

La sonrisa de Hannah se ensanchó todavía más y tras pasarse la lengua por los dientes se dirigió a ella con la maldad escrita en el rostro.

—Deberías tenerlo.

—Ya...

La chica de las sonrisas maliciosas le dedicó una de sus sonrisas antes de volver a hablar.

—Fuera. Tengo que mucho que planear —dijo mientras se fregaba las manos malvadamente como en las películas—. Además, es la hora.

La vista de Isabella se dirigió bruscamente al reloj que colgaba de la pared. Las nueve y cincuenta y cinco. Tragó saliva, enmudeciendo al instante. Eran las nueve y cincuenta y cinco. Cinco minutos. Faltaban cinco minutos para ver como sus abuelos se desmoronaban. Faltaban cinco minutos para que otra parte de su vida cambiase parar siempre. Faltaban cinco minutos para que le tocase dar la mala noticia. Para que sus abuelos descubrirán que su nieta tenía cáncer.

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