Capítulo 9

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Viernes 9 de junio de 2017, el día en que todo cambió.

Su padre acabó de poner la última pertenencia en la maleta e Isabella se encontró contemplando la habitación con nostalgia. De pronto se encontraba recia a abandonarla. Se encontraba recia a aceptar que tenía cáncer y mudarse a la octava planta era una clara consecuencia. La octava planta: Oncología y hematología pediátrica.

Con un suspiro siguió sus padres fuera, quienes acababan de salir, y cerró la puerta por última vez. Las probabilidades de que volviera a pisar esa habitación eran tan vagas como las de haber conseguido cáncer. Se reprendió mentalmente por no parar de pensar así y empezó a hacer avanzar la silla que debería usar hasta después de la operación de salvamiento de extremidades -dentro de muchos, muchos, meses- ya que por culpa del sarcoma su pierna tenía un enorme agujero y podía romperse solo con apoyar el pie. Además, todavía tenía la sutura de la biopsia.

Su madre empujaba la silla. Su padre llevaba las dos maletas con todas las pertenencias que la familia tenía en Barcelona. Y avanzaron. Recorrieron la planta hasta llegar al puesto de enfermeras norte, donde debían hacer un par de trámites.

—Buenos días —saludó su padre para llamar la atención de una mujer y un hombre que discutían amigablemente sobre la medicación de la habitación 622.

—Buenos días —contestó la mujer mientras se acercaba. A Isabella le pareció ver cómo le lanzaba una mirada de pena.

—Somos los padres de Isabella Valenti. Nos han dicho que nos acerquemos cuando estuviésemos listos para el cambio de habitación —tenía un tono interrogativo en la voz.

—Claro. Un momento por favor —murmuró mientras consultaba el ordenador. Unos segundos después le acercaba a su padre un par de papeles por encima el mostrador—. Firma aquí, aquí y aquí —iba señalando los lugares.

Su padre leyó el documento por encima antes de signar los documentos. La mujer recogió los papeles.

—En un par de minutos una celadora os llevará a planta. Una enfermera os estará esperando para hacer los trámites pertinentes.

Su padre sonrió en modo de agradecimiento.

—Gracias.

La enfermera le regaló un asentimiento de cabeza antes de volver hacia el hombre.

Mientras tanto, su madre -con la mirada perdida- le tendió la mano a su hija sin decir nada.

Y así pasaron un par de minutos hasta que la celadora que la había llevado hasta la consulta preoperatoria se plantó delante de ella.

—¡Anda! ¡No esperaba volver a verte! Pensaba que...

—Nimah... —le advirtió la enfermera que los había atendido des de su posición cercana al hombre. Se acercó un poco a ellos antes de dirigirse a la celadora—. Octava planta. Puesto de enfermeras —ordenó en una voz que a Isabella se le antojó bastante fría.

—¡Sí mi señora! —exclamó esta mientras hacia la imitación de un saludo militar. La enfermera le lanzó una mirada de aviso antes de retirarse—. ¿Nos vamos?

El padre de Isabella asintió y al momento Nimah -la chica morena de ojos plateados e hiyab rojo- ya estaba empujando la silla mientras parloteaba a toda velocidad. Incluso si no le respondían. Una voz la interrumpió.

—¡Isabella! ¡Isabella! —gritaron a su espalda. Isa giró la cabeza y divisó a Fina que medio corría hacia ellos. Casi jadeaba.

Isabella se encogió en la silla de ruedas.

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