Capítulo 13

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Domingo 18 de junio de 2017, nueve días después.

Isabella escuchaba música con los ojos cerrados. Los mensajes habían dejado de llegar. Dos días atrás habían parado. Suponía que sus amigas habrían creado un grupo de WhatsApp sin ella. Era lo más lógico. A estas alturas del curso era imposible que no hablasen múltiples veces a diario. Estaban de exámenes finales. Se acercaba la graduación. Otra cosa que se perdería. Otra cosa que el cáncer le quitaría.

Isabella empezaba a asimilar todo lo que perdería. Había tenido que hablar con Mireia. Había tenido que decirle que al menos durante un año no podría asistir a sus amadas clases de danza. Le había dicho que se había lesionado. Que los médicos aún no sabían lo que era, pero que ya le habían dicho que iba para largo. No se atrevía a confesar. Porque decirlo en voz alta era difícil. Era muy difícil. Y más a alguien que no lo supiera. No se atrevía a escuchar su reacción. Tenía miedo de ella.

También había hablado con sus profesores. Ellos sí que lo sabían. Sus padres habían tenido que contarlo. Prometieron que tenían suficientes calificaciones del curso como para que no tuviera que hacer los exámenes finales en una época tan difícil. Tan difícil, habían dicho. Era casi irónico. Los exámenes finales eran difíciles. Aceptar que tenías cáncer y que todo cambiaría era imposible. Aceptar que podrías morir era terrorífico. Aceptar que el hospital sería una segunda casa era una putada. Admitir que el pelo caería era molesto. Hasta vergonzoso. Aceptar que durante toda su vida llevaría en su pierna el hueso de un cadáver era asqueroso. Aceptar que su cuerpo quedaría lleno de cicatrices era una cosa que la enojaba. Tener que vivir con pruebas y efectos secundarios durante toda la vida era un tormento. Reconocer que su cuerpo la había traicionado era ya otro nivel. Y la lista seguía y seguía. Infinitamente.

Había tenido tiempo a reflexionar. La chica de las sonrisas maliciosas, «Hannah», se recordó, ahora ya sabía su nombre- la evitaba. Sus padres por más intentos que hicieran para animarla estaban tan decaídos como ella. Las enfermeras no podían estar todo el día dándole conversación. No tenía pruebas programadas. No tenía absolutamente nada a hacer. Su cabeza lo había aprovechado.

Y, además, la última conversación que tuvo con ella le había dado mucho en lo que pensar. Demasiado. Porque ahora además de todo lo anterior, también se sentía culpable. Culpable por quejarse cuando Hannah había tenido que luchar cinco veces. Culpable por lamentarse cuando ella tenía esperanzas de vivir y había otros que no. Gala por ejemplo. Cinco años. Cinco años y condenada a muerte. Se sentía culpable por estar decaída. Se sentía culpable por estar enfadada. Se sentía culpable por sus cambios de humor, también por sentirse culpable.

Además, el miedo se había incrementado. Hannah había tenido que luchar cinco veces contra el cáncer. Cinco veces le habían dicho que se había curado, cinco veces le habían tenido que decir que la leucemia había vuelto. ¿Le pasaría lo mismo a ella? ¿Se curaría solo para volver a enfermar? No se había atrevido a preguntárselo a la doctora porque no soportaba que le dijese que había posibilidades de que el cáncer volviese una vez se curase.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien llamó a la puerta.

«Que sea la chica de las sonrisas maliciosas. Que sea la chica de las sonrisas maliciosas.» se encontró pidiendo, pero sabía que no. Ella no se habría molestado en llamar, habría entrado como si fuese su casa. Llamar no era propio de ella, pero aun así la ilusión estaba allí. Era curioso como la esperanza tardaba tan poco en aparecer y tanto en desvanecerse una vez se veía rota.

No era ella.

—Buenos días doctora, Linda.

—Buenos días. Tenemos buenas noticias. Las pruebas han confirmado que el cáncer no es metastásico. Mañana podremos empezar el tratamiento.

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