Capítulo 34: Carta B.

383 35 57
                                    

Pese a que a él le gustaba el silencio, por la tranquilidad que le brindaba; empezaba a ser desesperante estar a solas, esperando la llegada de su cita, la habitación donde se encontraba no contaba con ventanas, pero no las necesitaba para saber que la noche ya había caído, pues cuando estaba ingresando a aquel restaurante, el ocaso estaba por terminar. Ya había pasado la media hora con la que llegó anticipadamente, pasaron otros treinta minutos, otros veinte, y ahora: casi una hora y media después, ya estaba en una lucha consigo mismo, su cabeza de nuevo se estaba partiendo por la mitad, debatiendo que hacer, se repetía a sí mismo, “una hora no es mucho, una hora y media no es mucho”.
Esa parte que aún mantenía esperanza le obligaba a esperar más tiempo, confiando en que su amante aparecería en cualquier momento, cruzaría la puerta de aquel cuarto, con una de esas bellas sonrisas que se habían vuelto sus favoritas, y una vez que estuviera ahí con él, perdonaría sin dudas el largo retraso, cenaría con su omega como inicialmente tenía planeado, y si tenía suerte sería perdonado por su amante, destrozando su orgullo y su palabra para declarar sus sentimientos abiertamente, esa idea le causaba una sensación extraña entre nerviosismo, vergüenza y algo de irritación, pero todo empezaba a destruirse conforme los minutos pasaban con lentitud, como si el tiempo quisiera castigarlo.

Y la otra parte de su cabeza le estaba reclamando el acto tan humillante que estaba haciendo, esperando a alguien que casi tenía dos horas de retraso, la idea de que su amante había encontrado la nota que él puso en su bolsillo a escondidas, y la había ignorado por completo, dejándole plantado a propósito: le carcomia la cabeza dolorosamente, pero él conocía al rubio mejor que nadie, por más que este estuviese enojado con él, no se atrevería a dejarlo plantado, al menos le llamaría para decirle que no iría a esa cita.
Eso seria triste, pero era mejor que quedarse esperando, o tal vez el rubio sólo se estaba tardando a propósito para darle una lección, y si era así, iba a llegar sin dudas, eso le motivaba a continuar ahí sentado, tamboreando la mesa con sus dedos, suspirando y suspirando, tomando una y otra, y otra copa de vino, observó la botella vacía que ocupaba la mitad de la mesa, al lado del florero y de otra botella de vino que estaba casi por terminarse, y a causa de ese líquido carmesí, empezaba a marearse, se estaba impacientando más, volvió a tomar su celular, reconsiderando la idea de llamar a su amante, pero era complicado, era como rogarle al rubio que asistiera a la cita, y nuevamente su orgullo alfa no se lo estaba permitiendo.

Había lastimado a su omega, sin que este tuviera culpa de nada, sin siquiera tener conocimiento de porqué él le había maltratado; ¿tanto daño le había causado al amor de su vida?. Lo único que quería era a ese rubio, estar con él sin la necesidad de esconderse, sin que el menor volteara a otro lado viendo a otra persona, estar a su lado demostrando lo mucho que lo adoraba, pero en vez de eso lo había dañado, y ahí estaba, esperándolo en un restaurante sin ver la hora de su llegada, con toda una cita romántica planeada, con un ramo de flores, un par de cartas de las cuales sólo entregaría una, medio ebrio, he irritado por esa penosa situación, viendo a la mesera del lugar llegar después de que la llamó, dejando otra botella del mismo vino que había estado tomando, se reprimió a si mismo, de verdad su amante lo odiaba.
Siempre había sabido como sobrellevar las situaciones más malas, pero ahora... Lo único que podía hacer era tallar su rostro rojizo a causa de la bebida, y escuchar el pitido de su celular puesto en su oreja, esta vez esperando a que su llamada fuera tomada.

 
...
 

Mientras tanto: la amena conversación había logrado distraer la tristeza, el dolor, la humillación que ambos omegas sentían, había sido una gran idea salir juntos, aunque hubiese sido más divertido sólo caminar por ahí, no ir a un cine donde casi los drogan con tantas hormonas, entrar en un par de pequeños locales de comida rápida donde parecían juzgarlos con la mirada, y recorrer tiendas para de nuevo ser vistos por todos, ¿acaso tan raro era ver a dos omegas saliendo juntos?.
Parecía que lo único bueno de todo fué la larga charla en la que se conocieran mejor, compartiendo alegres risas todo el tiempo, incluso cuando estaban bajo la lluvia, caminando por encima de interminables charcos, y con fuertes ráfagas de aire helado y húmedo que hacían a sus cuerpos temblar.

Efímero (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora