Capítulo 4

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Me despierto empapada en sudor, con la respiración entrecortada y una horrible sensación de vacío en el pecho. Para cuando me doy cuenta me estoy secando el sudor de la frente con las sábanas. Me paso la mano por el pelo mientras me doy cuenta de que tengo que calmar mi respiración, si sigo así acabaré mareada. Intento coger aire lentamente mientras cuento hasta tres, y soltarlo con la misma intensidad, pero entonces me percato de que me tiemblan las manos. No es hasta que me intento levantar de la cama que soy consciente de que tengo las piernas medio dormidas; casi me caigo, y tengo que volver a la cama de inmediato.

Me agobio. Aumenta mi ansiedad.

Alargo el brazo y alcanzo la botella de agua, medio vacía, y doy un trago que no apaga mi sensación de sed. Bebo hasta acabar la última gota, pero sigo con sed. La lengua parece rasparme el paladar, y noto los labios resecos.

—Cálmate —me digo a mí misma como si así pudiera hacerse realidad—. Solo es un ataque de ansiedad, calma.

Sé que no va a servir de nada, se pasará cuando se tenga que pasar, y hasta entonces yo voy a tener que soportar esta horrible sensación.

Me llevo las manos a la cabeza y empiezo a llorar.

Genial, esto va de mal a peor...

Intento respirar profundamente, necesito que se pase rápido.

No funciona.

Tengo que distraer mi mente, pero por mucho que lo intento no consigo pensar en otra cosa que no sea mi corazón bombeando como si estuviera corriendo una maratón, pero estoy sentada en la cama, así que me ahogo sin necesidad y me angustio aún más.

Hace tiempo que esto no me pasa, desde tres meses después de que se cumpliera un año del accidente de Ainhoa. Cojo el móvil y veo la fecha: es el aniversario de la muerte de mi hermana. Lo sé desde hace días, no hay año que me olvide de esta fecha, pero nunca me había pasado esto. De hecho he estado muy tranquila estos últimos días, a pesar de haber estado pensando hasta las flores que le quiero llevar a la tumba.

Me percato de que sigo con lágrimas en los ojos y mareada, pero mi respiración se ha normalizado.

—Por fin —susurro.

Me toco las piernas y las muevo, necesito que respondan para ir a por agua.

Vuelvo a mirar el móvil para descubrir que ya son las seis y media de la mañana, para media hora que me queda de descanso, paso de volver a dormirme.

Cuando por fin me responden las piernas y se me pasa el mareo, me levanto de la cama, los dos primeros pasos tengo que apoyarme en la pared, pero enseguida llego a la cocina. Me bebo un vaso de agua en menos de cinco segundos.

—¿Estás bien?

Casi se me cae el vaso al suelo del susto.

—Sí —mi hermano me mira sin creerse ni una palabra—. No puedo dormir.

—¿Por Ainhoa?

Asiento. Él se queda en silencio.

—¿A qué hora vas a ir al cementerio?

—He quedado con Sofía esta tarde.

No me creo lo que oigo.

—¿No vas a ir a ver a Ainhoa?

—Vas a ir tú, ¿no? Llevale flores también de mi parte, luego te doy el dinero.

Alzo las cejas incrédula.

—¿Hablas en serio?

—Lis, ya hace años de lo de Ainhoa. Además, puedo ir a verla cuando quiera.

—Sí, pero nunca vas...

Mi hermano se lleva la mano derecha a la frente y resopla.

—Oye, entiendo que aún estés afectada por su muerte. Erais gemelas, tú estabas allí cuando pasó...

—También era tu hermana.

—¿Y qué quieres? ¿Que me pase los días fustigándome como hace mamá? ¿Que me den ataques de ansiedad como te pasa a tí?

—No, que sigas con tu vida de la forma más normal que puedas, pero sin olvidar que tuviste a alguien importante que ya no forma parte de ella, como hace papá.

Teo me mira mientras niega con la cabeza.

—Si es que no sé ni por qué me levanto a ver cómo estás.

Dicho esto se da media vuelta y se va por donde ha venido.

Me cuesta creer lo pasota que és para según qué cosas, y eso que le conozco de toda la vida. Intento no enfadarme realmente con él, sé que no lo hace con maldad, es su actitud de siempre ante la vida.

Secuelas de tu ausenciaWhere stories live. Discover now