Capítulo 27

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Cuando me quita la venda de los ojos, una luz brillante me ciega por unos segundos. Achino los ojos y parpadeo un par de veces. El lugar es demasiado blanco, y tiene demasiada luz.

—Nos vamos enana —me besa. Su voz suena entusiasmada—. ¿No dices nada?

Todavía no sé dónde estamos. Por fin mis ojos se enfocan en algo: veo a Yon frente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja. Miro a mi alrededor. Y antes de que pueda ni siquiera decir una palabra, Yon zarandea dos billetes de avión justo delante de mis narices. Intento cogerlos, pero Yon los aparta, sonríe, yo refunfuño; quiero saber a dónde vamos.

—¿Te has vuelto loco?

Abro los ojos como platos al ver el destino: ¡París! ¡Y no solo París! ¡Hay dos entradas para Disneyland!

—Loco me tienes tú —vuelve a apoderarse de mi boca—. ¡Te quiero!

Sonrío. ¿Puede hacerme más feliz? Obviamente no, esto es el tope de la felicidad.

—¡Yo sí que te quiero! Pero esto —señalo los billetes de avión—, era totalmente innecesario.

—Es tu regalo de Navidad —me besa de nuevo—. Te lo debía.

No puedo evitar sentir un pinchazo al ser consciente de que pasamos las Navidades separados. Pero la tristeza queda aislada totalmente al invadirme el estrés: ¡yo tampoco le regalé nada a Yon!

Me paso todo el vuelo angustiada, pensando qué le podría regalar, y autoconvenciéndome de que no tengo porqué sentirme mal por no tener regalo. ¡Yo no sabía que él iba a regalarme algo! Y ya ha más de un mes desde las Navidades...

Entonces recuerdo que en dos días es San Valentín, y que nos pilla en París, y se me ocurre algo genial.

Mientras Yon duerme con la cabeza apoyada en mi hombro derecho, yo me dedico a buscar restaurantes románticos en París. ¡Suerte que aún tengo algo ahorrado de cuando trabajé en verano, porque la mayoría són carísimos!

La búsqueda se me complica un poco cuando Yon decide coger mi mano para no soltarla ni un segundo. Mi móvil es bastante grande, y tengo que bajar la mesita auxiliar para apoyarlo en ella y facilitarme las cosas. Al final me decido por uno con vistas a la Torre Eiffel. A fin de cuentas, ya que me gasto un dineral, prefiero tener una buena panorámica de ella.

Cuando nos indican que en breves iniciaremos el descenso, despierto a Yon para que se abroche el cinturón.

—¿Has estado despierta todo el vuelo?

—No suelo dormirme en los aviones —me encojo de hombros.

—Habrás disfrutado de las vistas por lo menos, ¿no?

Intento disimular mi cara de circunstancia. Creo que solo he apartado la vista del móvil en un par de ocasiones.

Como llevamos equipaje de mano, no tenemos que esperar a que salgan las dichosas maletas. ¡Es la parte que más odio de los viajes!

El coche que ha alquilado Yon es un Clio, pequeño pero bonito. Creo que es de los coches que más me gustan.

—¿Te parece que vayamos a dejar las maletas al hotel y salimos a dar una vuelta?

Asiento con una sonrisa enorme en el rostro, luego hago una foto de recuerdo antes de iniciar la ruta al hotel.

El hotel está situado entre la Torre Eiffel y el Arco de Triunfo. Es enorme, a simple vista parece un edificio más de esa calle, pero la gran entrada en forma de arco lo distingue. Tiene muchísimas ventanas alargadas, y el segundo y el último piso parecen tener balcones en las habitaciones. La nuestra no dispone de balcón, pues da al otro lado de la calle, pero tiene una gran cristalera que deja ver parte de la ciudad.

Decidimos ir hasta el Arco de Triunfo, para luego dar un paseo por los Campos Elíseos hasta llegar a la Catedral de Notre Dame. Entre el paseo, las fotos, y la visita a la catedral se nos va la mañana que nos quedaba, y tenemos que decidir dónde comer. No quiero que Yon gaste más dinero, así que invito yo a una de las mejores pizzas de París, o eso dice el camarero del restaurante.

—La verdad es que estaba muy buena —Yon me da la razón—. ¿Te apetece postre?

—No, estoy demasiado lleno. ¿Tú quieres? —niego con la cabeza—. Pues vamos al hotel a descansar un rato, ¿te parece?

—¡Sí, por favor!

Estoy exhausta. Hemos caminado más de dos horas seguidas, necesito un descanso.

Yon no tarda ni dos minutos en quedarse dormido después de meterse en la cama, pero a mí me cuesta más, sigo muy emocionada por el viaje.

Cuando por fin se despierta, aunque yo solo he podido dormir veinte minutos, tengo las pilas cargadas.

—Són las cinco y media —Yon mira el reloj—. ¿Qué quieres hacer?

—Nos duchamos —Yon sonríe de forma perversa y yo le doy con la almohada en la cara—. Nos duchamos —repito—, nos arreglamos, damos un paseo hasta la Torre Eiffel, nos hacemos unas fotos, y cenamos algo. ¿Qué te parece el plan?

Pregunto mientras me levanto y paso por el lado opuesto de la cama.

—Me encanta —me coge de la cintura, me acerca a él y me muerde una nalga—. Y tú también.

No puedo evitar reírme y lanzarme a sus labios.

Mientras estamos en la ducha no puedo pensar en nada más que no sea Yon y la suerte que tengo de tenerlo, pero al salir la realidad me impacta en la cara y palidezco. ¿Qué me habrá metido Yon en la maleta?

Ver la nota de Ana junto a mi ropa me tranquiliza. Ha hecho ella la maleta, y se ha preocupado de que tenga ropa cómoda y elegante. ¡Es la mejor, sin duda!

Opto por una falda negra de tiro alto, un jersey azul de lana corto, unas medias color carne, y unas botas de mosquetera.

Yon va genial con su suéter beige y sus tejanos ajustados. Sonrío al ver las bambas marrones de camuflaje, se las lleva a todas partes...

—Intentemos no volver tarde, que mañana hay que madrugar para ir a Disneyland.

No puedo evitar sonreír y emocionarme como una niña pequeña.

Antes de salir de casa nos hacemos una foto en el espejo del hotel, y Yon la sube a Instagram junto a un montón de corazones. No hace falta decir que no tardo ni dos segundos en compartirla...

Hacemos todo el camino cogidos de la mano, y en ocasiones me planto frente a él para abrazarlo y besarlo. Él sonríe mientras me anima a seguir caminando, por culpa de mis paradas nos estamos retrasando bastante.

—¡Es mucho más alta de lo que imaginaba!

—Sí —Yon mira hacia arriba sorprendido.

—¿Quieres que subamos?

—Venga.

Por suerte no hay mucha cola, y compramos las entradas en seguida.

—Cuando nos han dado la opción de subir por escaleras, pensaba que la aceptarías, casi me da algo solo de pensarlo.

Yon aguanta la risa.

—Me lo he planteado seriamente.

—Por eso casi me da algo —insisto—, porque te conozco.

—Podríamos haber subido —me mira y sonríe—. Aunque hubiéramos tenido que parar bastante.

Pongo los ojos en blanco y me dirijo al ascensor.

—Luego, si quieres, bajamos por las escaleras, aunque creo que ya hemos caminado bastante por hoy.

Cuando llegamos y vemos la panorámica que nos ofrece la vista, nos quedamos mudos.

Yon me besa la nariz, luego la mejilla, y finalmente acaba en mis labios. Lo abrazo con fuerza por la cintura, y él me sujeta suavemente la cabeza.

Cuando nos separamos nos miramos a los ojos con una sonrisa en los labios. Me da un beso rápido en la comisura izquierda, y nos quedamos abrazados disfrutando de las impresionantes vistas.

Secuelas de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora