Capítulo 52

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Cuatro meses después pasa lo inevitable: mis padres se enteran de que el padre del hijo de Ana es mi hermano.

Sobre las diez de la mañana recibimos la llamada de Tania, preocupada porque no sabe cómo decirnos que ha metido la pata sin querer. Al parecer, desde que mi madre está más sociable, han empezado a hablar entre ellas, y en una de esas le ha preguntado por su nieto... Culpa nuestra por no poner al día a la madre de Yon de la situación.

A las diez y cinco recibimos la llamada de mis padres, informando que estaban de camino, seguido de quince minutos de bronca por no contarles nada de lo que estaba sucediendo.

Me niego a avisar a mi hermano, pero Yon no puede evitar ser un buen amigo. Pese a todo, al parecer, Teo no va a dar la cara, al menos no por ahora.

—En resumen: mi domingo, que debería ser mi día de descanso, se va a convertir en una pelea constante con mis padres.

—¿Por qué? Ellos deben venir para conocer a su nieto, ¿no?

—Sí, y para desahogarse con alguien. Seguro que van a soltarme a mí el sermón que deberían darle a mi hermano —suspiro—. Voy a llamar a Ana para avisarla, seguro que querrán ir a ver a Asher.

Ana se pone más nerviosa de lo habitual, como es normal, aunque se calma al comprender que lo último que quieren mis padres es crearle más problemas.

Nada más llegar, como yo había predicho, me dan una charla sobre el bien y el mal, las consecuencias de no asumir tus problemas, la mentira...

—¿Podéis dejar de darme la chapa? —digo ya cansada de escucharlos—. Yo ni siquiera os mentí, oculté información por el bien de Ana, que es muy diferente.

—¡Qué barbaridad! ¡Mi propio hijo! —exclama una y otra vez mi padre, incapaz de creer que Teo haya podido renegar así de su hijo—. ¿Con qué cara nos presentamos ahora frente a Ana? Pobrecilla, con lo que habrá pasado...

—Tampoco es vuestra culpa —le interrumpe Yon.

—Agradezco tus palabras, pero si lo hubiéramos criado como es debido, no hubiera pasado esto.

Mi madre escucha atentamente, pero se mantiene al margen y no da su opinión en ningún momento.

—Eso nunca lo sabrás, papá, déjate de fustigar.

Después de que mi padre se calme un poco, vamos a ver a Ana; lo último que ella necesita es lidiar con mi histérico padre.

Lo primero que hace mi padre en cuanto Ana abre la puerta es pedirle perdón, lo segundo darle un sobre con dinero para los gastos de Asher, y lo tercero caérsele la baba con su nieto.

Después de media hora con el niño mi madre parece otra persona: está simpática y habla por los codos, especialmente con el pequeño Asher, aunque únicamente contesta con balbuceos.

—Vamos a comer fuera, yo invito —suelta mi padre de repente.

—Creo que vas a tener a los abuelos encima siempre que estén libres —le susurro a Ana.

—¿Te soy sincera? Casi siento alivio de saber que están encantados con él, y no negaré que la ayuda económica me ha venido de lujo.

—Ana —nos interrumpe mi padre—, quiero que sepas que hablaré seriamente con mi hijo, aunque no pretendo que le perdones ni que le dejes entrar en la vida del niño. Su comportamiento no tiene nombre. Está en su derecho de no querer tener un bebé ahora y de mantenerse al margen de todo, pero lo ha gestionado de la peor forma posible. Por otro lado, si necesitas ayuda, tanto económica como física, nos avisas, ya sabes que nosotros solemos estar en casa, así que podemos cuidar de Asher cuando necesites.

Mi pobre amiga se pone a llorar tras escuchar eso. Imagino que para ella esto supone un gran alivio. Hasta ahora se ha visto sola económicamente, y cuando tenía que pedirnos que cuidásemos gratuitamente a Asher lo hacía con un nudo en la garganta y miedo a que no pudiéramos o nos cansáramos de hacerlo.

Secuelas de tu ausenciaWhere stories live. Discover now