Capítulo 18

1.3K 98 17
                                    

Reconozco que ver mi habitación y la de Ainhoa sin muebles provoca un vacío en mi estómago; y tengo que cerrar los ojos por un par de segundos antes de volver a abrirlos, para evitar que caiga la lágrima que amenaza con ser la primera de muchas.

—Tus cosas están en el trastero, las he metido en varias cajas —dice mi padre con cautela—. Tu madre parece estar mejor desde que hicimos estos cambios en casa, nos lo recomendó un amigo mío que pasó por lo mismo.

—¿Y las cosas de Ainhoa? —interrumpo.

Mi padre mira a mi hermano, que se ha quedado más quieto que una gárgola desde que ha visto ese cambio.

—Algunas en el trastero.

—¿Qué quiere decir "algunas"?

—He guardado la mayoría de los libros, los peluches y la ropa, porque no sabía qué era de quién. Ves luego al trastero y lo miras.

Me llevo las manos a la cara e intento calmarme.

—¿Me vas a decir qué has tirado?

—Lo que sabía que era suyo: sus pósters, sus libretas, sus patines, los libros y utensilios de cocina... Básicamente todo lo que estaba en su escritorio y en los cajones de debajo de su cama.

Genial, las cosas que usábamos para cocinar juntas, y todos los libros con anotaciones...

Mi hermano coge a mi padre del brazo y lo saca de la habitación, pero no lo aleja lo suficiente como para que yo no pueda oír su conversación.

—¿Me explicas la finalidad de todo esto? ¿Queréis que os odie de por vida o qué?

—Mi amigo nos ha recomendado deshacernos de todo lo material que sea de Ainhoa para poder empezar a asumir que ya no está.

—Ya, de las cosas de Ainhoa, no de las de Lis. ¿Qué pasa si ella quiere volver a casa? Se ha ido para estudiar, no de por vida, y le habéis quitado la habitación.

—Tu hermana hace años que no está a gusto en esta casa. De todas formas, la idea es volver a amueblar esta habitación, así tu madre está distraída y Lis volverá a tener un sitio en esta casa.

Se hace el silencio durante unos segundos, pero es la calma antes de la tormenta.

—Mira, sinceramente creo que lo habéis hecho de la peor forma posible. Si para mí ha sido un shock, imagínate para Lis. ¡Lo compartía todo con Ainhoa! ¿Y si quería quedarse con algo de lo que habéis tirado?

—No importa Teo, déjalo —interrumpo. Luego me dirijo a mi padre—. Si de verdad crees que esto es lo que necesita mamá, pues bienvenido sea.

Esa noche duermo en la habitación de mi hermano, en la cama supletoria, y no puedo evitar pensar en todo lo sucedido. Me ha sentado fatal ver que han arrasado con nuestra habitación sin siquiera comentármelo, pero reconozco que he notado un cambio en mi madre.

—¿Estás bien?

No aparto la mirada del techo cuando mi hermano se acerca al borde de mi cama.

—Sí.

—Al menos mamá no se ha ido de casa al verte llegar. Y ha cruzado un par de palabras contigo durante la cena. Quizá sí que le ha ido bien el cambio y está intentando avanzar. Papá me ha dicho que pidió ir al psicólogo, y está yendo por voluntad propia.

Suspiro.

—Hay que reconocer que es un paso. Hasta ahora ni lo había intentado, y si iba al psicólogo era obligada.

—Si en algún momento estás incómoda podemos irnos a casa.

No puedo evitar sorprenderme por el comentario. Hasta ahora siempre se había posicionado más del lado de mi madre.

—Tranquilo. Me ha impactado bastante, pero puedo entender que tener un lugar físico que le recuerde a Ainhoa no sea lo mejor —me quedo pensando un par de segundos—. Creo que no tengo ninguna foto de nuestra habitación, eso sí que me da pena.

Se hace el silencio por un par de minutos, hasta que mi hermano decide hacerse el gracioso:

—Imagínate que llega a pasar esto siendo tú aún menor de edad, acabas en un internado fijo.

Al día siguiente comemos con mi tío y mis primas. Este año Valeria viene acompañada, hace cuatro meses empezó a salir con un chico, y nos lo quiere presentar.

—¿Valeria sabía sobre el cambio de mamá? —le susurro a mi hermano.

—Lo dudo.

—Joder, pues qué valiente traer al novio a conocer a su tía depresiva y asocial.

—Valiente, o insensata, nunca lo sabremos —se ríe mi hermano.

Cuando vamos a empezar con el postre, mi madre, que se había comportado durante toda la comida, se levanta de la mesa y se encierra en su habitación. Obviamente el único que se extraña por ello es el novio de Valeria, Eiji.

—¿Sabéis que Eiji me está enseñando a hablar japonés? —Valeria intenta quitarle importancia a la actitud de mi madre—. Sus padres no saben español, y quiero poder comunicarme con ellos.

—¿Os habéis mudado hace poco? —sigo la conversación. Puedo entender lo incómodo que resulta, pasé por lo mismo el año pasado cuando presenté a Yon.

—Vinimos a vivir hace diez años con mis abuelos, pero poco después mis padres tuvieron que volver a Japón por temas de trabajo. Yo me quedé con mis abuelos, y ellos solo venían a vernos de vez en cuando.

—Se han mudado definitivamente hace un par de meses —interrumpe Valeria a su novio.

—Seguramente aprendan español antes de que tú puedas decir una frase en japonés —se burla mi hermano.

Valeria se mosquea, y empiezan una pelea de cacahuetes voladores entre ellos.

Inconscientemente miro hacia el pasillo, y por un instante siento el impulso de ir a ver cómo está mi madre, pero el miedo al rechazo me impide hacerlo. Después de todo, el problema que tiene conmigo es por mi apariencia, y eso nunca voy a poder solucionarlo.

Secuelas de tu ausenciaOnde histórias criam vida. Descubra agora