Capítulo 33

1K 90 19
                                    

La llegada de Bigotes a casa ha sido mucho más normal de lo que todos nos esperábamos. El viaje desde el café hasta casa ha sido tranquilo, costó que entrase en el trasportín, pero una vez dentro se quedó dormido casi todo el trayecto. En casa le hemos dejado su espacio, ha salido del trasportín cuando lo ha creído conveniente, y le hemos dado varios premios mientras investigaba la casa.

A mi hermano le costó aceptar que entrase un animal en casa, pero la situación nos vino genial para soltar la bomba de que en breves pensábamos irnos a vivir juntos. Sabiendo eso, aceptó a regañadientes que Bigotes se mudase con nosotros. Sin embargo, no lleva ni dos horas con el gatito y ya le ha comprado varios juguetes.

Yon también le ha comprado juguetes, y una torre de tres pisos. Como ya le han comprado suficientes cosas para jugar, yo le he comprado varias latas de comida húmeda. Y ya que hacemos pedido por internet, aprovechamos para comprarle más arena y comida, el café da lo básico únicamente para pasar los dos o tres primeros días.

—¿No habéis pensado en cambiarle el nombre?

Miro a mi hermano mientras frunzo el ceño.

—¿Qué le pasa a su nombre?

—Que es un poco raro —se queda pensando—. No suena muy elegante.

—No es el nombre de un diseñador parisino, es el nombre de un gato, no necesita ser elegante.

—Aún así, hay nombres más bonitos —insiste.

Yon no se mete, ya me conoce y sabe que no le voy a cambiar el nombre al gato. De haber querido cambiarlo, ya lo hubiera hecho.

—Bigotes me gusta, y él está acostumbrado a que lo llamen así.

Finalmente se rinde. Se encoge de hombros mientras asume su derrota.

Me paso toda la tarde haciéndole fotos a Bigotes, aprovechando que está bastante más sociable de lo normal. Le mando alguna a Tania, para ver si se anima con Kuro, aunque de momento no hay suerte.

A media tarde viene la chihuahua, que no sabe que hemos adoptado un gato, igual que nosotros no sabíamos que tenía alergia a ellos. A mi hermano le cae una bronca de la nada, porque según ella, ya no podrá ni abrazarlo a gusto, puesto que su ropa tendrá pelos de gato y le hará estornudar. La discusión parece no tener fin, ni cuando mi hermano le promete tener la puerta de su habitación siempre cerrada para que no entre el animal, y quitarse los pelos de la ropa antes de quedar con ella. Por suerte, no tardan mucho en irse. Lo curioso es que Sofía no ha estornudado, ni le ha picado un poco la nariz, ni ninguna otra parte del cuerpo, ni una vez desde que ha entrado en casa, y eso que Bigotes se le ha acercado un par de veces. Según ella tiene muchísima alergia a los gatos... No sé si es para tanto, me parece que exagera un poco.

Cuando Ana aparece con un cuenco plateado, con el nombre Bigotes grabado, me muero de amor. Ayer por la noche, en cuanto decidimos oficialmente adoptarlo, se lo comenté, pero nunca hubiera esperado que trajera algo para Bigotes.

—¿Dónde está mi sobrinito?

Entra con voz chillona a casa, y corre hacia Bigotes, a quien no le da tiempo a reaccionar. Desde que Ana coge en brazos al animal, hasta que él le da un mordisco y salta nuevamente al sofá, pasan menos de dos segundos. A partir de ese momento, el gatito no solo no se le acerca, sino que si ella intenta aproximarse, bufa y gruñe.

—Si es que eres demasiado brusca. Deberías haber dejado que se acercara él.

Ana no se da por aludida, e intenta negociar con él.

—Te he traído un bol precioso, y tiene tu nombre, solo por eso ya tendrías que quererme un montón, ¿no?

Le acerca la mano, pero Bigotes suelta un bufido y se aleja marcha atrás.

—Me invitas a cenar, ¿no? —alzo las cejas. No entiendo por qué debería hacerlo. Pero Ana, que me conoce desde hace tiempo, se justifica sin que yo formule la pregunta—. Por el disgusto que me ha dado vuestro gato.

—Pero si ha sido por tu culpa, que has actuado sin pensar.

—Tu gato es demasiado poco sociable.

Entramos en un duelo de miradas. No veo la relación entre el disgusto que se ha llevado por su propia forma de ser, y que yo la tenga que invitar a cenar.

Sé que no voy a ganar, aunque tampoco tendría porqué perder, pero si no cedo yo, esto no acabará nunca.

—¿Pedimos unas pizzas?

Yon se ríe mientras me llevo una mano a la cara, y Ana simplemente sonríe satisfecha.

—Una barbacoa, otra de cuatro quesos, y una de jamón serrano y queso. A domicilio por favor —en cuanto cuelgo el teléfono informo al resto de que llegarán en veinte minutos, aproximadamente.

Parece que Bigotes tolera que Ana juegue con él, siempre y cuando sea con el palo con ratón. Supongo que de esta manera se asegura de que Ana guarde la distancia.

Nos cuesta trabajo mantener a Bigotes alejado de las pizzas, en cuanto las ha olido ha venido a la mesa como un loco. ¡Ni siquiera le importa estar en el regazo de Ana si eso conlleva estar cerca de la pizza!

Al final le damos un pequeño trozo de masa, sin condimentos, únicamente para que pruebe. Tras eso insiste un par de veces más, pero al ver que no cedemos, se va a su comedero. Habrá pensado que mejor eso que seguir con hambre...

Para cuando Ana se va a ir, Bigotes ya tolera su presencia a menos de medio metro de él, sin pizza de por medio, cosa que es todo un logro. Esto hace que Ana quiera quedarse un rato más, así que decidimos poner un rato la televisión. Dejamos de fondo un capítulo de una serie bastante graciosa que Yon y yo seguimos, mientras Ana intenta hacer migas con Bigotes, pero cuando ve que pasa más de media hora y no hay ningún avance en su relación, ésta cede y se va a su casa. No sin antes amenazar con su regreso los próximos días.

Secuelas de tu ausenciaWhere stories live. Discover now