Capítulo 40

962 71 20
                                    

Ese segundo, para mí, fué eterno. Ana me miraba con las manos en la boca, no paraba de mover las piernas continuamente, en esos dos minutos había quemado más calorías que en una clase de body combat.

Bigotes y Kuro nos observan desde la puerta del baño, deben notar la tensión porque no mueven ni un bigote.

—¿Y bien? —palidece al ver mi rostro, y empieza a sudar frío cuando ve que no respondo—. No, no, no, no...

Empieza a llorar. La abrazo, no sé qué más hacer.

—Mira el lado bueno, tienes tiempo de pensar qué quieres hacer.

Me llegan a decir cuando Ana entró por la puerta, hace ya media hora, que estaba embarazada, y me echo a reír, pero ahora es real: está embarazada.

—No tengo nada que pensar —dice entre hipos pero con voz muy segura—. Yo no puedo abortar, no soy capaz.

Me pone nerviosa ver que no deja de negar con la cabeza de lado a lado.

—Vale, tranquila. Respira hondo que te va a dar algo.

Por una vez me hace caso e intenta calmarse, aunque no lo consigue. Dejamos el test en la pica y nos vamos al sofá, no sin antes pasar por la cocina a por un helado de brownie y dos cucharas soperas.

No me atrevo a preguntarle quién es el padre, quiero pensar que lo sabe, pero como no sea el caso igual la pongo más nerviosa, y es lo último que necesita ahora.

—¿Ponemos una película?

Niega con la cabeza.

Estamos más de diez minutos en silencio, comiendo helado como si no hubiera un mañana, hasta que ella decide hablar.

—Voy a tener al bebé, sola.

Se me hace un nudo en el estómago y tengo que contenerme nuevamente para no preguntarle quién es el padre.

—¿Seguro? —asiente—. Igual al padre le gustaría saberlo...

—Lo dudo —su respuesta es cortante, con un tono de voz áspero—. Tampoco puede hacerse cargo del niño, económicamente igual sí, pero no físicamente.

Intuyo que puede haber sido uno de estos estudiantes de intercambio que tienen en su universidad, o un extrangero que conoció de fiesta...

—¿A qué hora viene Yon?

—En media hora o así —la veo mirar a Kuro, que juega tranquilamente con Bigotes—. Puedes quedarte a cenar si quieres, pedimos unas hamburguesas o pizzas.

—Hamburguesas con patatas —dice mientras se le hace la boca agua.

—Pues si quieres las pedimos ya, Yon siempre pide la misma.

Después de hacer el pedido empezamos a jugar al "UNO" para pasar el rato, mientras los gatos juegan con una pelota de cascabel por el largo pasillo.

Yon llega casi a la vez que el repartidor, de hecho no nos da tiempo ni de decirle que hemos pedido la cena a domicilio.

Cuando Yon sale al comedor, con cara de haber visto un fantasma, recuerdo que hemos dejado la prueba de embarazo en la pica. Abro los ojos como platos y me acerco a él, que para entonces ya está balbuceando cosas sin sentido.

—No es mío.

Me mira y se queda estático.

—Joder, Lis, que susto —se pasa la mano por la cara mientras coge aire—. ¿Y de quién es? —prácticamente no ha acabado la frase y ya está mirando a Ana—. Madre mía, madre mía... ¡Ana, por dios!

—Lo sé.

—No, no lo sabes. ¡Estás embarazada!

—Lo sé —insiste Ana intentando no perder los nervios.

—Pero, a ver —se lleva las manos a la boca—, esto es muy gordo...

—Yon, cariño, se ha enterado antes que tu, llevamos toda la tarde digiriendo la noticia. Creeme, lo sabe.

Le veo coger aire profundamente. Por fin relaja los hombros y se sienta mientras coge su hamburguesa. Ana y yo hacemos lo mismo.

—Voy a tenerlo.

Me da la sensación de que aún intenta convencerse a sí misma.

Yon da un bocado exageradamente grande a la hamburguesa.

—¿De quién es? —las dos callamos, cosa que le exaspera—. Genial, madre soltera en un piso compartido con personas que apenas se conocen y sin ahorros. ¿Dónde está la cámara oculta?

—Lis tampoco sabe quién es el padre.

—Eso no me tranquiliza, más bien todo lo contrario. ¿No puedes ni contárselo a tú mejor amiga? ¿Quién demonios es el padre? ¿Un asesino en serie?

Ana se encoge de hombros.

Yon se está comportando como un hermano mayor, cosa que no me extraña tratándose de mi novio y mi mejor amiga, pero hubiera preferido que fuera más suave con ella.

—Es mejor así, Yon, no quiero que lo sepa.

—Es su decisión, hay que respetarla —intervengo.

—Tendrá que ayudarte, aunque sea económicamente.

—Que no, Yon. No quiero ni plantearme el hecho de abortar, y no contárselo al otro progenitor es la única manera de que nadie que pueda influir en esa decisión me coma la cabeza para que lo haga —nunca había visto a Ana tan seria—. Si se lo cuento y se pone pesado con que no tenga al niño, por mucho que mi decisión sea la final, tendré algún remordimiento haga lo que haga. Lo fácil es que la decisión sólo dependa de mí.

—Pero, vamos a ver, el padre tiene derecho a saber que va a tener un hijo vagando por el mundo, ¿no?

—Si ese es el problema no sufras, porque una vez nazca tendré todo el tiempo del mundo de contárselo.

Yon deja el tema por perdido. No consigue entender a Ana, y ya no tiene fuerzas para seguir intentándolo.

Una vez se va Ana, el pobre descarga toda su frustración conmigo.

—Es que no puedo entenderlo. Igual se está perdiendo a un padre genial.

—O igual se libra de un machista que le arruina la vida.

—No seas tan radical, por favor...

—Nunca se sabe —le insisto—. Dejemos el tema, es cosa suya.

—Es que me pongo en el lugar del padre del niño y no me hace ninguna gracia. A mí me gustaría saber que tengo un hijo pululando por ahí, ¿a ti no?

—Supongo que sí. Pero te repito que es cosa suya, y no podemos hacer nada.

Yon pone los ojos en blanco mientras intenta calmarse.

—Espero que el padre de ese niño no tenga ganas de ser padre, al menos por ahora...

Secuelas de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora