Capítulo 29

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De vuelta a casa nos damos de bruces contra la dura realidad, y es que, como dicen, las desgracias nunca vienen solas. Poco después de aterrizar el avión, recibo un mensaje de Marta: Toni ha agredido físicamente a Raquel y la han tenido que hospitalizar, al parecer se golpeó la cabeza contra un mueble. Y cuando llegamos a casa, el hermano de Yon llama para avisar que tienen que volver a operar a su madre.

A nuestra llegada, Raquel está dormida, tiene un hematoma en la frente, y los ojos amoratados e inflamados de la sangre interna que se ha acumulado en las bolsas de los ojos. Una de sus manos está vendada hasta la muñeca y parece llevar una férula, debe haberse hecho un esguince.

Niego con la cabeza por enésima vez mientras observo la cara amoratada de Raquel.

—¿Cómo puede alguien hacerle eso a una persona que ha querido?

—Dudo que alguna vez la haya querido —respondo con rabia—. La pregunta es, ¿qué hace este tío suelto si ya le denunció por maltrato psicológico?

—No llegó a denunciarlo —Marta cierra la puerta de la habitación y nos ofrece los cafés que ha ido a comprar—. Lo intentó pero la policía le dijo que si no habían pruebas sería su palabra contra la de él, que únicamente conseguiría enfadarlo más, y que mejor se olvidase del tema.

—Es broma, ¿no? —mi rabia se convierte en ira, y no puedo creer las palabras de Marta, ni siquiera cuando la veo responder negando con la cabeza—. ¿Me estás diciendo que para que la policía actúe ha de pasar esto? Porque en las noticias el primer comentario siempre es "no había ninguna denuncia contra su expareja". ¿Cómo demonios va a haber una denuncia, si no te dejan denunciar sin que te agredan?

—Sin tener pruebas —Yon interviene para intentar calmarme.

—¿Y qué són pruebas para ellos? ¿Por qué no la creyeron? ¿Su testimonio no es una prueba? Si una víctima confía en ti para contarte lo que le sucede, lo mínimo que puedes hacer es darle un voto de confianza e intentar ayudarla. No digo que pongan denuncias a lo loco, pero deberían investigar el caso.

Marta no dice nada, Yon tampoco, pero ambos miran a Raquel con lástima.

Quisiera estar aquí para cuando despierte, pero debemos ir a ver a Tania, pues la operan mañana a primera hora. Yon ha insistido mucho en que puede ir solo, que igual debería quedarme con Raquel. Pero quiero estar con él, la última vez no pude, y sé que lo pasará mal durante la operación. Además, Marta me ha dicho que la prima de Raquel vendrá en un rato y se quedará con ella hasta que le den el alta, y Laura pasará a verla por la tarde, así que estará bien acompañada.

Como ya íbamos avisados, hemos cogido un par de mudas de casa antes de ir al hospital, así que de ahí vamos directos a casa de los padres de Yon.

—¿Seguro que no quieres quedarte?

Pongo los ojos en blanco.

—Seguro.

—Mañana hay clase —insiste Yon.

—¿Hay algún motivo por el que no quieres que vaya? ¿Tienes una amante y lo de tu madre es solo una excusa para ver a la otra? —bromeo.

Yon sonríe y niega con la cabeza, luego alza los brazos.

—Me has pillado.

Le doy un manotazo en el antebrazo. Él sonríe y arranca el coche.

—Mi madre se alegrará de verte.

—Lo sé, soy su hija favorita —digo con superioridad mientras me río.

Yon me mira de reojo.

—Eres una creída, eso eres.

Le saco la lengua.

—¿Seguro que no tienes ningún examen, no?

—Ya te lo he dicho antes, no tengo nada importante hasta el jueves, y sabes que no cuentan la asistencia a clase. Sí que tengo que entregar un trabajo el miércoles, pero ya lo tengo casi acabado, y me he traído el portátil para ir haciendo en los ratos muertos —Yon aún parece estar sopesando los pros y los contras de que falte a clase—. Mañana te acompañaré al hospital, así te distraigo el rato que dure la operación.

—No hace falta, puedes quedarte en casa —hago un puchero—. La operación es a las ocho de la mañana, y tenemos que estar una hora antes, con lo que tendrás que madrugar mucho.

—No importa, te dejo invitarme a desayunar en la cafetería del hospital. Seguro que tienen cosas buenísimas.

—Sí, seguro... De beber café aguado, y de comer un croissant recalentado del día anterior.

Se me quitan las ganas de desayunar solo de oirlo hablar.

—¡Ah, se me olvidaba! —rebusco en el bolso—. Le he pedido a Marta que de camino al hospital pasase a buscar esto.

Saco una cajita de pastas de diferentes sabores.

—Son las favoritas de mi madre, ¿pretendes sobornarla?

—Obviamente, es importante tener a la suegra de tu lado —Yon no puede evitar reírse. Me encanta su sonrisa—. Además, a mi también me gustan.

—Entonces es una excusa para comerlas tú.

—Me has pillado... Pero no se lo digas a nadie.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

Hace ver que se cierra la boca como si tuviera una cremallera que va de una comisura a la otra.

Nunca pensé que una persona pudiera transmitirme tanta paz solo con mirarla.

Secuelas de tu ausenciaKde žijí příběhy. Začni objevovat