Capítulo 31

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Nunca me ha hecho tanta ilusión ver un mail en mi bandeja de entrada, pero es que este no es un mail cualquiera, llevo deseando este trabajo desde que me enteré que algo así existía cerca de casa. A partir de hoy voy a trabajar en un "Cat Café". Me encantan los gatos, el local está a dos minutos del piso, y no creo que se me de muy mal preparar y servir cafés, así que no dudé ni un momento en echar el currículum. He de decir que tengo enchufe, la dueña del café es la tía de Beth, eso supongo que debe haber influido en la selección.

—Jana, una amiga de la infancia de Beth, trabaja allí a jornada completa, pero necesitan a alguien más por las tardes —le explico a Yon—. Se ve que muchos estudiantes van allí a merendar al salir del instituto. Además, ahora tienen más gatos que nunca, y Jana no puede atender la cafetería y a los gatos ella sola.

—¿Los gatos necesitan atención?

Alzo las cejas, sorprendida por la pregunta.

—Obviamente. Hay que ponerles de comer, vigilar que tengan agua, peinarles, jugar con ellos si no hay clientes que lo hagan, cortarles las uñas de vez en cuando... Imagínate que un gato se pone malo, si somos dos, una puede quedarse con el café y la otra llevarlo al veterinario. Si solo está Jana, tiene que cerrar la tienda o hacer horas extra.

—Yo es que no acabo de entender lo de tener gatos en un café. Son ganas de complicarse la vida.

—Son ganas de darle refugio a unos animales que no tienen hogar. Además, todos los gatos pueden adoptarse, y es más fácil que alguien se encariñe con un gato con el que ha pasado tiempo. Gracias a estos cafés muchos gatos encuentran una familia.

—Ahora entiendo porque te han cogido en el trabajo, no solo tienes enchufe, te sabes el guión de memoria.

Le saco la lengua. Cuando quiere es un poco repelente.

Esa misma tarde empiezo a trabajar. Me pongo unos tejanos elásticos a los que no les tengo mucho apego y una sudadera, pues Beth ya me ha avisado de que a Jana le han estropeado varias prendas de ropa con las uñas y los dientes.

El establecimiento es bonito, no muy grande, en total hay cuatro mesas de dos personas y tres de cuatro. La entrada tiene doble puerta, para evitar que los gatos se escapen, y todas las ventanas tienen una malla metálica. En la pared de la izquierda hay una tarjeta de cada gato, con una foto, el nombre, sexo y edad; en la pared de la derecha hay un largo circuito para que los gatos puedan trepar. Al fondo, en una esquina, hay un baúl lleno de juguetes: se aprecian varias ratas, pelotas de todo tipo, cuerdas... En el lado opuesto hay seis camas, de diferentes tamaños, en una de ellas descansan hasta tres gatos en estos momentos. Por todo el establecimiento hay varios cuencos con agua y comida.

—Ahora mismo tenemos siete gatos —Jana se agacha para coger a un atigrado—. Todos son muy cariñosos, aunque no siempre es así, hace unos meses tuvimos a una buena pieza, por suerte un matrimonio con el que se llevaba bien lo adoptó. Pensé que nunca encontraría una familia, con la mayoría era un gato muy agresivo —hace una pequeña pausa—. Lo importante es que ahora no tendrás problema con ninguno de ellos —suelta al atigrado—. Bueno, a Noel le encantan las galletas, ten siempre el tarro bien cerrado, de lo contrario te robará más de una.

—Por ahora no parece complicado.

—No lo es, y te lo pasarás genial conmigo y los gatitos —sonrío y ella me devuelve el gesto—. Aquí tienes las galletas, tenemos de varios tipos, en cada tarro hay una etiqueta para que no nos equivoquemos. Y ahí está la cafetera, es fácil de usar, y hay una chuletilla en el cajón de abajo que hice yo misma —la saca y me la enseña con orgullo en el rostro. Ciertamente es muy intuitiva y visual—. Mira, en este cajón están las cucharillas, los azucarillos y la sacarina. Nos han de traer stevia, mucha gente la pide, y la colocaré aquí. Los vasos y tazas —señala la vitrina de detrás—, los hielos en el congelador, la leche en la nevera... No sé qué más enseñarte, siento que ya estoy diciéndote cosas demasiado básicas.

—Al ser un local pequeño no tiene mucha pérdida, está todo a la vista.

Mientras lo digo encuentro dónde guardan los cartones de leche que aún no se han abierto.

—¡Ah! La comida de los gatitos está en la parte de abajo de ese armario. Bueno, ¿cómo lo ves? ¿La primera impresión es buena? —asiento—. ¿Te ves trabajando aquí?

Una gatita blanca se sube a la encimera y se restriega contra mi codo mientras ronronea. Sonrío.

—La verdad es que sí.

—Pues ve a firmar el contrato, la jefa te espera dentro, me ha pedido que primero te enseñara el local, por si no lo veías claro. Personalmente dudo que alguien no quisiera trabajar aquí, para mí es el mejor trabajo del mundo. ¿A quién no le gustaría trabajar rodeada de gatitos?

Pienso en Yon, que lo ve como una forma de complicarse la vida, y en la gente que tiene alergia a los gatos, o simplemente no le gustan, pero no digo nada, prefiero no pensar en que existe gente a la que no le gustan unas criaturas tan preciosas.

Una vez que tengo firmado el contrato, la tía de Beth, Elvira, me entrega una copia de las llaves del local, un delantal violeta, y mi tarjeta identificativa.

Secuelas de tu ausenciaWhere stories live. Discover now