Capítulo 24

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A mi llegada, el caos reina por completo en casa de Yon. Su hermano está con su pareja en el salón, ambos tirados en el sofá, comiendo patatas fritas y bebiendo refrescos. Su padre está gritándole a alguien por teléfono, encerrado en su despacho. Y a Yon le está a punto de dar un infarto.

—Papá, deja de chillar, mamá está intentando dormir —cierra la puerta del despacho y se dirige al salón a paso ligero. Decir que está alterado sería quedarme corta—. Adrián, ¿puedes dejar de comer guarradas y preparar la cena?

El recién nombrado mira a Yon, me mira a mí, y vuelve a mirar a su hermano.

—¿Por qué no la prepara ella? Nosotros estamos viendo una serie.

No aparta la mirada de su hermano cuando se mete un par de patatas fritas en la boca.

Yon estalla a la vez que la patata frita cruje en la boca de su hermano.

—¡Me váis a volver loco entre todos! Se suponía que ibas a ayudarme con mamá. ¿Pretendes que me vaya tranquilo la semana que viene sabiendo que se queda a solas contigo? —se vuelve a oír a Jaime gritar. Yon coge aire e intenta calmarse—. Esa es otra, papá iba a cancelar sus reuniones, pero yo no veo que lo haya hecho.

—Dijo que cancelaría todas las posibles —le contesta Adrián.

Yon frunce el ceño.

—Lleva todo el día metido en el despacho, ¡incluso ha comido ahí!

—Estará ocupado —vuelve a hablar.

—Mamá le necesita.

—Parece que la empresa también.

Darío y yo nos miramos con preocupación: Yon va a petar en breves.

—¿Qué queréis de cena?

Es un intento de calmar las aguas, pero consigo todo lo contrario. Yon me mira, luego a su hermano, me agarra del antebrazo y tira suavemente de mí.

—Quiero la cena lista en una hora, así que espabila Adrián.

Concluye la frase con un portazo en el salón.

—A la ducha —digo mientras me suelto de su agarre, me pongo tras él y le doy un cachete en el culo—. Necesitas relajarte, te va a dar un síncope.

Yon respira profundamente un par de veces mientras me abraza y me besa la cabeza.

—Como entres en la cocina...

—¿Qué? —no le dejo acabar la frase.

—Lis, intento que mi hermano entienda que tiene que ayudar en casa, ahora más que nunca —asiento con la cabeza—. Necesito saber que aunque me vaya, mi madre podrá descansar y recuperarse tranquilamente.

Lo entiendo perfectamente.

—Voy a hacerle compañía a tu madre mientras te duchas, ¿te parece bien?

Yon asiente y me besa.

—Me parece perfecto.

Mientras camino por el pasillo intento visualizar a Tania como Yon me ha dicho que estaba: con ojeras, más delgada, con cara de cansada... Pero todos mis esfuerzos son en vano, nunca la he visto así, y no puedo imaginarla de otra forma que no sea sonriendo. La primera sorpresa me la llevo cuando escucho su voz cansada a través de la puerta, indicándome que puedo pasar, y la segunda al verla tan demacrada. Intento sonreír para que no se me note, pero no debo conseguir disimular mi asombro, porque Tania se ríe levemente.

—¿Tan mal estoy?

—Para nada.

Contesto demasiado rápido, y ella vuelve a reír sin ganas.

—La verdad es que me noto como una anciana. No tengo fuerzas ni ganas de nada.

—Hay ancianas muy activas.

Tania sonríe.

—¿Yon te ha enseñado el vídeo? —hace una breve pausa—. Por tu cara deduzco que no —sonríe—. Cuando me subieron a la habitación, la anestesia aún hacía algo de efecto, y se ve que empecé a decir que quería comer estofado. Repetía una y otra vez que iba a hacer estofado esa noche, que saldría muy bueno y jugoso. Luego me dió por regañar a Yon por no haberte traído, y me grabó con el móvil, al parecer no dejaba de insistir en que tenías que venir porque sinó no podrías probar el estofado.

No puedo evitar sonreír al imaginar la situación.

—¿Y salió bueno? —bromeo.

—El mejor estofado que he preparado nunca —me sigue el juego.

Las dos nos reímos.

—¡Qué animadas os veo! —Yon entra en la habitación—. ¿De qué os reís tanto?

—Le estaba contando mi maravilloso despertar de la anestésia.

Yon se empieza a reír.

—Verlo es mejor que contarlo —dice mientras saca el móvil.

Y tiene razón, es infinitamente más cómico.

Pasados cincuenta minutos, Adrián entra con una bandeja a la habitación. En ella descansa un bol con caldo, un plato de salmón a la plancha, un vaso con agua, y dos pastillas.

—La mesa ya está puesta —su voz suena ligeramente recelosa—. Si no bajáis pronto se os enfriará.

—¿Todo esto lo has hecho tú solo? —se sorprende Tania.

—Darío me ha ayudado con el pescado.

—Ya decía yo —le provoca Yon.

Le doy un pequeño empujón y lo saco de la habitación.

—No le piques —le susurro—. Ha hecho la cena, déjale tranquilo un rato.

Yon pone los ojos en blanco.

Durante la cena ambos hermanos se comportan, aunque se nota que hay cierto resquemor, y para acabar de rematar la faena, Darío propone jugar una partida al tabú.

Para cuando acabamos, Yon y Adrián no se dirigen la palabra, y yo freno a Darío en su intento de jugar a otra partida de un juego competitivo. Creo que lo mejor que podemos hacer ahora mismo es irnos a dormir. Mañana será otro día, y con suerte se les habrá pasado el mosqueo.

Secuelas de tu ausenciaWhere stories live. Discover now