Capítulo 39

1K 69 7
                                    

Vivir a solas con Yon está resultando mucho más fácil de lo que me había imaginado. Por algún extraño motivo, daba por hecho que tendríamos algún que otro problema. En cambio, llevamos más de tres semanas y todo va sobre ruedas. Lo primero que hicimos fue tirar lo que mi hermano y Javi habían dejado en sus habitaciones: varios papeles sin importancia, tres llaveros oxidados, una foto rota de mi hermano y la chihuahua, una toalla de gimnasio usada y con olor que prefiero no describir...

Lo segundo que hicimos fué apropiarnos de la habitación de matrimonio, la que usaba mi hermano.

Tras vaciar la habitación de Javi, montamos un vestidor con el armario que usaba mi hermano, el más grande de la casa. Tiramos la cama de matrimonio que usaba mi hermano y compramos un canapé, para ganar espacio de almacenamiento. Pintamos de blanco la habitación, y compramos un proyector para montarnos un cine en nuestra propia habitación. En menos de tres días, ambos ganamos algo que queríamos desde hace tiempo: yo el vestidor, y Yon el espacio tipo cine.

Mi habitación, la más pequeña de la casa, se convirtió en "la zona michi", así lo anuncia el cartel en forma de pescado que hemos colgado en la puerta. Cubrimos la cama con una manta muy mullida y un par de cojines en forma de huella. La torre pasó a estar justo al lado de la ventana de esa estancia, y Yon hizo un recorrido con tablas en una de las paredes.

Aún no hemos metido mano a la habitación de Yon, pero todo llegará... Él quiere hacer una especie de gimnasio, pero la idea de crear una sala gamer para poder tener dos buenos ordenadores, la xbox y la switch, le parece una buena idea. A mí me gusta jugar, no más que a él, pero me gusta; aunque lo que más me atrae de tener esa sala es que si vienen amigos suyos a jugar, yo podré estar tranquilamente en el comedor viendo la televisión o haciendo lo que me dé la gana.

—¿Preparamos sushi para cenar?

—¿Has confundido preparar con pedir? —pregunto mientras se me escapa la risa.

—No. ¿Nunca has hecho?

—No. ¿Tú sí?

—Varias veces —contesta como si nada—. Vamos a comprar lo necesario en un momento y te enseño. ¿Te apetece?

Me encojo de hombros. No es que no me apetezca, pero són las siete de la tarde, no sé si nos dará tiempo de comprar, prepararlo y cenar a una hora decente.

No tenemos peor suerte porque no se puede. Tenemos cuatro supermercados cerca de casa, y ninguno de ellos tenía arroz para sushi, así que hemos tenido que irnos de excursión.

Llegamos a casa sobre las ocho menos cuarto y ponemos a hervir el arroz incluso antes de ponernos ropa de estar por casa.

—Ves cortando el salmón en dados, yo cortaré el queso brie y el aguacate.

Yon parece todo un chef, entre las órdenes claras y su manejo con el cuchillo, te hace creer que va a estar delicioso incluso antes de probarlo.

—Ahora tenemos que enfriar el arroz mientras le aplicamos vinagre y removemos —explica mientras lo hace y yo miro embobada—. Creo que no cenaremos muy pronto hoy.

Miro la hora: las nueve menos veinte.

—Tampoco es tan tarde. ¿Qué queda por hacer?

Yon deja de remover el arroz y separa las algas.

—Ya no está muy caliente, tampoco está frío, pero bueno, podemos trabajar con él —coge el recipiente del arroz y lo acerca a las algas—. Atenta porque tú vas a hacer los tuyos, si te salen mal no cenarás.

A veces dudo de cuánta verdad esconden sus bromas.

—Si no me veo capaz de hacerlo sola, vas a ayudarme, ¿no?

—Sí, pero vas a ser capaz —besa mi mejilla y me saca una sonrisa—. Las manos tienen que estar mojadas todo el rato, ¿vale? —asiento—. Coges un poco de arroz y lo extiendes por la alga, dejando tres dedos de margen con el final, es importante no chafarlo, solo esparcirlo. Ponemos el relleno cerca del principio, mojamos la parte final del alga, y enrollamos con cuidado y uniformemente.

Alucino con la facilidad que tiene este hombre para la cocina.

—¡Te ha quedado genial!

Me llevo una sorpresa aún mayor cuando hago mi rollo de sushi y queda igual de bien.

—¿Lo ves? ¡Te ha quedado muy bien!

Doy un par de saltitos y le abrazo.

—Eso es porque tengo un buen profesor —sonríe y me besa la frente—. ¡Esto va a estar increíblemente bueno!

—Voy a sacarme una sidra para cenar, ¿tú qué quieres beber?

—Agua.

Yon no intenta ni convencerme, sabe que lo único que bebo normalmente es agua, Aquarius y Nestea, y ahora mismo solo tenemos agua en casa.

—Ha sobrado un poco de arroz de sushi.

—¿Un poco? ¡Hay medio bol de arroz!

—Sácalo, está bueno así, a palo seco. ¿Tenemos semillas de sésamo?

—En el cajón.

El sushi ha quedado impresionante, aunque el arroz sabe bastante a vinagre, queda disimulado por el alga y el relleno.

—Creo que no debería haberle puesto ese último chorro de vinagre —se ríe Yon.

—Pienso igual —digo con cara amarga tras probar el arroz solo—. ¿Ponemos una película?

Lo bueno del sushi es que, por mucho que tardemos en escoger qué película ver, no se enfría la cena.

Secuelas de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora