Las verdades duelen ♡

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CAPÍTULO 25🕊

Almudena

Suspiré partiendo la tortita frente a mi con el cuchillo y el tenedor. ¿Por qué era todo tan incomodo? No había dicho palabra desde que nos sentamos en la mesa, ninguno de los dos. Yo estaba reprimida en lo que había pasado, en lo de Emma, en lo de Max, en el pasado, en lo mal que lo pasé, en todo. ¿Pero él? ¿Qué estaría pensando él? Los nervios me estaban carcomiendo porque estábamos muy callado y lo que más me molestaba era que él estaba igual de callado, ¿por qué?

Pero no solo eso, la ira, impotencia, rabia y la tristeza eran lo que más me dominaban en ese momento. ¿Por qué? ¿Como pudieron hacerme eso? Podía llegar a entender a Emma, bueno, no del todo, pero sabía que siempre había sido así, aún así, no quitaba que estuviese mal lo que había hecho y no la perdonaría tan fácilmente, ¿pero Max? Él no se había molestado en buscarme ni pedirme explicaciones, si tanto se arrepentía y sabía que lo había hecho mal, ¿por qué no se esforzó en recuperarme? Solo con ver algo que no era real le bastó para dejarme ir. ¿Eso era lo que tanto le importaba? ¿Eso era lo que me amaba?

—Estas muy callada, ¿ocurre algo?

Le miré sin pronunciar palabra, aún obsoleta en todos mis pensamientos. Él no se esforzó en arreglar sus errores, ni en aclarar las cosas, solo lo hizo cuando vio que yo le estaba buscando, ¿eso es lo que esperaba, que yo le buscase? ¿Así sería siempre, tendría que dar yo el primer paso, insistir, para que el cediese?

—Hum, no me encuentro muy bien —dije al terminar de masticar—. Me iré a casa.

—¿Te irás ya?

—Si, de veras no estoy bien.

Él se levantó cogiéndome del brazo.

—Dame un segundo, pago la cuenta y te llevo a tu casa.

—No hace falta, puedo coger un taxi.

—Te llevo a casa, peque.

Peque...

Hacia tanto que no me llamaba así, era como si un montón de recuerdos y sentimientos explotasen contra mi en ese mismo instante.

—Muy bien —esperé.

Después de que él pagase la cuenta y recogiésemos nuestras cosas de la mesa, marchamos hacia el coche en un silencio incómodo pero a la vez reconfortante que me dejaba pensar en todo lo que había pasado. Eso si, no podía evitar seguir sintiendo rabia. Necesitaba estar a solas, sin Max, sin Emma, sin Lucía y sin nadie, solo yo, pensando y buscando una solución, ya estaba harta de sentir que solo era yo la que siempre buscaba, la que siempre quería arreglar las cosas, siempre yo, yo, y, de nuevo, yo. No más.

Abrí la puerta del copiloto y me monté, lo primero que hice fue poner la radio para que hubiese ambiente y no estuviésemos sumados en el silencio. Él solo carraspeó y condujo hacia mi casa, tocando el volante con su dedo índice al ritmo de la canción.

Y enseguida se me vino un recuerdo a la cabeza.

Cuando uno se hace compositor, suele fijarse más en el ritmo de la canción, que en la propia letra —susurró sentado a mi lado en el coche, mi madre conduciendo de camino a Madrid—. Ya no se disfruta tanto la música, sino de como está elaborada. En mi caso, analizo todo.

Sonreí apoyando mi cabeza en su hombro cuando me agarró de la mano y empezó a dar con su dedo índice en la palma de mi mano, siguiendo el ritmo de la canción, tarareando la letra.

—Todo estará bien —susurró apretando mi mano, viendo la preocupación en mi rostro—. Estaremos bien.

Tragué grueso intentando contener las lágrimas y miré por la ventana, dándole la espalda a Max para que no me viese así. Apoyé la cara en mi mano mirando las farolas pasar y como dejábamos atrás los coches.

La chica del vestido rojo [MY LIFE AFTER HIM] (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now