Menuda bienvenida, chica

67 7 14
                                    

CAPÍTULO 31🚫

Almudena

Bueno, creo que ya no era ningún secreto lo que intenté hacer hace tres años, por lo menos no para Max. Por alguna razón, él sabía que había tratado de hacer y que me internaron en una clínica los primeros meses después de lo que pasó.

Al principio me pregunté si había hurgado en mi teléfono, si encontró alguna conversación con Sandra, mi psicóloga; o si entró en la aplicación de Notas y vio todos los borradores de "La chica del vestido rojo".

Él me afirmó que yo se lo conté estando dormida.

Yo me quedé de piedra, porque, ¿cómo había abierto la boca? Supe que no podía fiarme ni de mi misma estando dormida, porque se me escapaba las cosas que no quería contar.

Así que, empecé a contarle todo, desde el principio.

—Cuando cortamos tuve unos meses complicados —froté mi brazo nerviosa—. Ya sabes, las peleas con mi familia aumentaron y mi estrés también.

Max me miró atento y con tristeza, pero no dijo nada, solo me animó a seguir hablando.

Yo, me obligué a no llorar, aunque mis ojos estuvieran encharcados.

—Danna y Lucía estuvieron muy atentas de mi, cada vez que veían un movimiento extraño de mi parte iban detrás de mi, impidiendo que hiciese una locura. Pero lo que ellas no sabían era que no tenía intenciones de hacerlo, solo... bueno, me encontraron una vez en el baño con mi brazo sangrando —murmuré tapando la zona donde me corté, aunque ya no tuviese cicatriz, fue un impulso casi automático—. Les obligué a no decirle nada a nadie, accedieron a guardarme el secreto.

Max me quitó la mano de mi brazo y suspiró mirándolo.

—Se te nota un poco la cicatriz de los cortes —las acarició.

—Cuando me suicidé solo me tomé unas pastillas, mi madre me contó que llegó de trabajar y mis abuelos le dijeron que llevaba un buen tiempo metida en el baño. Ella se asustó, pensaba que tal vez me estaba duchando y me caí. Cuando vio que no estaba en el baño ni me había duchado se tranquilizó, hasta que vio el bote de patillas en el lavabo, vacío —dije—. Fue corriendo a la habitación, me contó que me vio tan pálida y sin moverme a penas, que solo empezó a gritar. Mis abuelos vinieron corriendo asustados por los gritos de ella.

Max apretó los labios tocando su frente.

Fingí una sonrisa, pero lo único que me salió fue una triste.

—No sabían que hacer, se habían quedado en shock llorando, y, mi madre gritando. Hasta que mi abuelo fue corriendo para llamar a una ambulancia. Mi madre no recuerda mucho a partir de ahí, me contó que se quedó en shock, ni siquiera supo cómo subió a la ambulancia y me acompañó hasta el hospital. Mi abuelo fue el que me contó que mi madre estaba destrozada y solo susurraba: "no te puedes morir" una y otra vez —se me cortó la voz, y, inevitablemente, empecé a llorar—. Lo demás es obvio, me hicieron un lavado de estómago y lograron que no entrase en coma, estuve muchos días ingresada en el hospital hasta que mejoré, y cuando lo hice me dieron un par de días para estar en casa, y luego internarme en una clínica durante dos meses, porque no hablaba con nadie, ni siquiera con mi madre, me mantuve callada durante meses hablando solo conmigo misma —sonreí—. Cuando logré decir aunque fuese una frase en voz alta vieron la opción de darme de alta y llevarme a mi casa, cumpliendo las condiciones que mi psicóloga y mi psiquiatra me implantaron; tomar todos los medicamentos y mantener una conversación con mi madre y, sobretodo, con Sandra, mi psicóloga.

—¿Lo lograste?

—Logré decir tres frases diarias —bromeé—. Lo logré.

—Pero no volviste a ser tú misma —él me agarró la mano, triste—. Ni siquiera ahora.

La chica del vestido rojo [MY LIFE AFTER HIM] (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now