El miedo de perder

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CAPÍTULO 41🕞

Eran las seis de la mañana y teníamos un viaje de seis horas hasta Barcelona, donde había que partir a las ocho.

Yo, no había dormido.

Y Max no había aparecido en la habitación.

Y encima, tenía que entregar un trabajo antes de irme. Así que tenia que irme con rapidez a la universidad, exponer y marchar.

No se escuchaba ni un ruido en el salón. ¿Tal vez se había ido y me había dejado sola en casa? No quise salir a comprobarlo, solo me centré en guardar mi ropa en la maleta y la de Max en la suya.

¿Quién conduciría? Estaba claro que si ninguno de los dos habíamos dormido necesitaríamos hacer muchas paradas para descansar y cambiarnos el turno para que el otro pudiese dormir un rato.

Mientras pensaba en todo eso cerré la maleta y dudé de si salir y enfrentar a Max, no ver a nadie en casa, o quedarme aquí sentada hasta que fuesen las siete y marchásemos.

Tal vez podía dormir una hora aunque fuese.

Esa idea despareció en cuanto me acordé de que debía de preparar a Noah para dejarla con Lucía y Emma. Tenía muchas ganas de llevármela, pero le asustaban los coches y se estresaría en una casa que no fuese la suya, más aún en un barco. Por eso decidí dejarla con mis amigas, porque sabía que ellas cuidarían bien de Noah.

También tenía que bajar las maletas al coche. Sabía que Max no me dejaría hacerlo sola, porque no me dejaba cargar con peso. Pero ahora mismo no creo que lo hiciese.

Me arrastré hasta la puerta y la abrí poco a poco, sin saber que me encontraría. ¿Estaría el ahí, de pie, pensando, dormido en el sofá? ¿O por el contrario no estaría en casa?

Di unos cuantos pasos y al no verle en el sofá, suspiré. Se había ido de casa. ¿Entonces iríamos a Barcelona o los planes se habían cancelado? ¿Seguiríamos juntos o se había ido definitivamente? El miedo me abrumó, ¿me había dejado?

Suspiré doblando la manta, envuelta en mis pensamientos y sin saber dónde cojones estaba Max.

Si se había ido era bueno, podía pensar en frío todo lo que había pasado. Porque después de lo que me ocultó, no supe si podría estar con él.

Agarré el asa de la maleta y sin ánimos, decidí bajar al garaje y meterlas en el maletero, aunque Max se hubiese ido, no era capaz de hacerme algo así. Había cambiado.

Al ir a la entrada de la puerta, me sorprendí mucho cuando le vi hecho un ovillo sentado, con su espalda contra la pared, y una manta envolviendo su cuerpo. Estaba dormido. Pero lo que más me sorprendió fue que estaba en la puerta, como esperando a que si yo intentaba irme, él se despertaría y me lo impediría.

Suspiré aliviada. No se había ido de casa, estaba en la entrada durmiendo por miedo a que yo me fuese sin decirle nada. A abandonarle.

Me arrodillé frente a él y coloqué un mechón de su pelo. Él se movió un poco y susurró algo muy bajito, a penas entendí lo que dijo.

¿Él de verdad se pensaba que le iba a dejar?

Acaricie su cara y traté de despertarle poco a poco. Sabía lo mal que podía reaccionar si le despertaba bruscamente, y la verdad era que no me apetecía llevarme una bofetada. Así que susurré su nombre y seguí acariciándole.

Hasta que por fin despertó y me miró con los ojos entreabiertos, sin saber que estaba pasando.

—¿Qué...? —preguntó pero se calló en cuanto vio la maleta a mi lado, y enseguida se puso alerta—. No. No, amor. No puedes hacerme esto.

La chica del vestido rojo [MY LIFE AFTER HIM] (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now