Capítulo 3

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Las palabras de su madre sonaron una y otra vez en su mente cuando se fue a la cama. Tenía que explorar nuevos terrenos, tenía que explorar su propio cuerpo.

Tomó una profunda respiración cuando se dejó caer en la cama y sus manos fueron directas al pantalón de su pijama, palpó indecisa antes de bajarlos hasta sus tobillos. Separó sus piernas solo un poco, estremeciéndose cuando el aire frío chocó en su coño. Sabía que sus padres no entraban nunca a su habitación sin tocar antes la puerta, respetaban su privacidad como adolescente, también era consciente de que estaba sola en su cuarto y que nadie la observaba ni mucho menos, pero aún así se avergonzaba por el acto que estaba a punto de cometer.

—Venga, Layla — se animó a sí misma, cerrando sus ojos y llevando dos de sus dedos hasta su vulva.

Había empezado a depilarse a los trece por lo que su piel se encontraba suave y sin rastro de vello todos los veranos.

Sus dedos acariciaron sus labios vaginales con delicadeza, sintiendo un cosquilleo cada vez que tocaba su propia piel. Un jadeo se escapó de sus labios cuando la yema de su dedo índice rozó su clítoris.

Ahí. Sabía que tenía que tocar en ese punto justo de su cuerpo si quería volver a jadear.

Se atrevió a llevar una vez más sus dedos allí, esta vez haciendo presión y no solo rozando. Descubrió que masajear su clítoris de esa forma la incitaba a elevar su pelvis, a cerrar o abrir más sus piernas dependiendo del momento.

—Oh, por Dios...— se le escapó decir, sentía como la humedad aumentaba en exceso en su entrada pero no le apetecía meterse dedos, quería seguir estimulando su punto débil como hasta el momento.

Pasaron pocos minutos hasta sus músculos empezaron a tensarse, ella por miedo detuvo sus movimientos. Tal vez se perdió un orgasmo pero disfrutó del placer que era masturbarse.

No quiso seguir tocándose por lo que quedaba de noche, había sido más que suficiente para empezar... Otro día más y mejor.

La mañana del día siguiente no fue diferente a la de cualquier otro día: se despertó con ganas de seguir durmiendo, estuvo más de media hora quejándose porque tenía sueño, le costó trabajo levantarse de la cama e ir al baño para comenzar su rutina mañanera.

—Layla, voy a salir, ¿quieres acompañarme?— preguntó su madre cuando la vio desayunar con desgano.

—Mamá, tengo pereza hasta para desayunar, ¿verdaderamente crees que quiero levantar el culo de la silla y acompañarte?

—Tengo que ir al club a por unos papeles que necesita tu padre —se encogió de hombros—, pero tranquila, puedes quedarte, Christopher está arriba en una importante llamada telefónica.

Lo había hecho a propósito y su hija era más que consciente. Sabía que al mencionar el club aumentaría su curiosidad y no podría dejarlo pasar, mucho menos cuando su madre acababa de decir que irían solo ellas.

—No, espera, dame dos minutos para terminar y nos vamos — pidió, dejando a la rubia con una sonrisa en los labios.

Tardó algo más de dos minutos pero a Cyara no le importó esperarla, mientras tanto revisaba su correo electrónico para informarse de como iban las cosas en su trabajo.

Todavía era temprano por lo que el club estaba vacío, a excepción de los maestros y algún que otro aprendiz. Layla se sintió un poco fuera de lugar pues no conocía más que a los cuatro hombres que enseñaban disciplina, todos los demás eran desconocidos para ella. Cyara, por su parte, saludó con una sonrisa a todos los allí presentes y ellos le devolvieron el saludo con el mismo gesto.

—¿Vienes conmigo o prefieres quedarte aquí?— le preguntó al darse cuenta de que sus ojos miraban con atención los movimientos de los aprendices.

—Prefiero quedarme aquí — optó por la segunda opción—. No vas a tardarte mucho, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza antes de dirigirse al ascensor que la llevaría al piso correspondiente.

Layla se acercó a la barra y se apoyó en esta mientras admiraba al maestro de Jesús enseñarle a un jovencito que presión debía ejercer en cada azote. Sus ojos se desviaron entonces a una pareja que estaba más al fondo, supuso que se trataba de un dominante y una sumisa que se encontraban teniendo sexo oral. Él tenía su largo cabello envuelto en su muñeca mientras que su mano empujaba su cabeza. Se removió incómoda en su lugar al notar que la chica no estaba del todo a gusto siendo ahogada del manera.

—¿No es muy pronto para que las niñas como tú estén por aquí?— la voz de Erick le hizo dar un salto en su sitio, se llevó una mano al pecho de la impresión y lo miró tras unos segundos en donde trataba de recuperar el aliento.

—He acompañado a mi madre, nada más.

—Pues para ser "nada más" parecías entretenida mirando como ella le chupaba la polla a su dominante.

—Me repugna — confesó en voz baja.

—¿Qué?— cuestionó desconcertado.

—El sexo oral — aclaró—, me siento asqueada con respecto a eso.

Erick inspiró con tranquilidad, no había conocido a nadie en toda su vida que dijera que el sexo oral le parecía un asco. Pero bueno, ella solo se trataba de una niña que no lo había probado y tan solo opinaba.

—No lo has probado — admitió tendiéndole una mano—. Ven conmigo y te enseñaré a no decir más que el sexo oral te parece repugnante.

La joven lo miró con desconfianza, no veía en su mirada lo mismo que veía en los demás hombres cuando le proponían algo de ese estilo a su pareja. Bien, ellos no eran pareja... Pero aún así había algo que no terminaba de encajar a su parecer.

De todos modos cedió, tomó su mano y se dejó guiar por él hasta una de las habitaciones. Sabía que su madre no tardaría demasiado en volver, al igual que sabía que lo que estaba por hacer le provocaría arcadas.

¿En que infierno te has metido, Layla?

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now