Capítulo 28

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Como esas canciones que no se pueden sacar de la mente, ya sea por su melodía pegadiza o por la letra. Como esos aromas que perduran en el aire y que quieres seguir oliendo una y otra vez. Como la magia que transmitían las películas de romance. Como los cuentos con final feliz. Como el café por las mañanas.

Así era Layla.

Como una niña queriendo jugar a ser una adulta. Teniendo todo el encanto del mundo, sabía como usar sus puntos fuertes y sabía esconder los débiles. Era la envidia de cualquiera de su edad, tímida solo a ratos y descarada casi todo el tiempo. Capaz de mentir mirando a los ojos, de manipular poniendo una sonrisa angelical, de hacer lo que fuera.

Sensible como ninguna otra. Pues aunque se repitiera una y otra vez que no iba a ser como las protagonistas inmaduras de los libros que leía, siempre terminaba siéndolo. Algo dentro de ella, muy pero que muy en el fondo, la empujaba a hacerlo, quería creer que estaba viviendo su propia historia. Aunque claro, si lo pensaba en voz alta se reiría. ¿Quién se leería una historia tan aburrida como la suya?

—Si no estás lista podemos esperar —habló su padre, alejándola de sus pensamientos una vez más.

—Una nunca está lista para nada, papá —suspiró—. La realidad hay que afrontarla así que... Vamos.

Fue la primera en bajarse del coche, su padre la seguía poco después. El dorado logo del club le dio la bienvenida mientras caminaba hacia la entrada, esa mañana solo estaba Erick, un par de aprendices y la señora que se encargaba de la limpieza. Layla agradeció que no hubiera más personal, tampoco quería montar un numerito y menos cuando su padre se encontraba con ella.

El ojiverde al verlos entrar se puso alerta, una cosa era enfrentarlos por separado y otra muy diferente juntos. Se disculpó con los jóvenes para acercarse hasta ellos, todavía le debía una explicación a la adolescente y quizá, sólo quizá, unas disculpas a su padre.

—Buenos días —saludó.

—Días —murmuró ella—, porque para buenos esos dos chicos.

—¿Qué? —cuestionó, sus ojos viajaron hasta los aprendices y negó con la cabeza—. Oh, vaya...

—Me encargaré de ellos —habló Christopher—, vosotros podéis ir a hablar a otra sección, así nadie os molestará ni nada os distraerá.

Compartió una mirada con Erick, este se lo agradeció internacionalmente un sinfín de veces. Finalmente asintió y guió a Layla hasta la última sección, no sabía con certeza si los demás maestros llegarían en cualquier momento así que prefería asegurarse.

—¿Esta es la sección de mi padre? —preguntó con una sonrisa dibujada en los labios—. Si, me la imaginaba de esta forma...

El rojo a su alrededor era casi familiar, de sintió como en casa cuando se dejó caer en uno de los sofás, la mirada del pelinegro todavía la ponía nerviosa como si fuera la primera vez que la mirara. Intentó no darle importancia. Tenía una filosofía de vida muy simple: si no le daba importancia, no la tenía.

—¿Estás muy enfadada conmigo? —hizo matiz en la palabra clave, tal vez sus acciones y expresiones le indicaban una cosa y finalmente era otra, con Layla era muy difícil saber que pasaba.

—No —rió, aunque el asunto no tuviera ni la más mínima gracia—. No guardo rencor pero me jode que me lo hayas ocultado.

—No te he ocultado nada —suspiró.

—¿Entonces? Háblame, cuéntamelo de una maldita vez y no le des más vueltas. Jugué un juego que sabía que perdería desde antes de iniciar la partida, no soy una experta jugando pero aparenté que si. Todo esto me está afectando, no sé cómo reaccionar, no sé qué pensar ni cómo tomarme las cosas.

—Me gusta que seas sincera conmigo —confesó, tomando asiento a su lado y dejando caer sus manos en su regazo—. No tengo hijos, esos mocosos eran mis sobrinos. Mucho menos estoy casado, ella era mi hermana. Le temo al compromiso, huyo como un maldito cobarde desde los veinte, la simple idea de tener una relación seria y estable me pone de los nervios. Mi estilo de vida me gusta. No quiero cambiar. Estar casado y con hijos sería un problema, un inconveniente.

Ella asintió en silencio. Saber eso le dejaba respirar tranquila, al menos no había jodido el matrimonio de nadie, lo que menos quería era destrozar una familia. Pero no se sintió del todo conforme con la respuesta, a pesar de que ya se sabía todo eso que le acababa de confesar.

—Eso es lo que no quieres... Pero ¿qué pasa con lo que quieres?

—¿Prometes no irte corriendo si te lo digo?

—Lo prometo —susurró, con su corazón martilleando com fuerza bajo su pecho, al igual que el de su acompañante.

A un cardiólogo no le gustaría la situación, tenía toda la pinta de que a uno de los dos le daría un infarto en menos de nada. Eso, por suerte, no pasó. Erick limpió el sudor de sus manos en su pantalón y después entrelazó sus dedos con los de ella.

Quería pasar el resto de su vida a su lado. Cada segundo. Cada orgasmo sería suyo. Cada deseo, fetiche, fantasía, gota de saliva, sudor, semen... solo suyo. Cada gemido llevaría su nombre. Cada jadeo iría dedicado a ella.

—Te quiero —cerró los ojos, sintiendo el miedo apoderarse de su cuerpo.

Había una fina línea entre querer y amar, pero sentía que lo segundo sonaría más fuerte y la espantaría todavía más.

—Te quiero —repitió. Porque necesitaba asegurarlo en voz alta una vez más, asegurárselo a ella y también a sí mismo.

Layla permaneció en silencio. ¿Que tenía que decir ahora? ¿Que también lo quería? ¿Que lo amaba? ¿Que sentía lo mismo?

—Es demasiado pronto, no debí de decir nada —se lamentó.

—No, no es eso —negó con la cabeza—. Yo... Me siento completa y absolutamente ridícula, en el fondo sí busco un cuento con final feliz.

—Nadie busca un final feliz para su historia, vainilla... Nadie quiere un final.

—Pero todo lo que tiene comienzo tiene final —se encogió de hombros—. En serio, buscamos cosas muy diferentes, esto no sería posible.

—¿Entonces?

—No lo sé —admitió, tragando saliva—. Creía estar en una de esas historias que me gusta leer por las noches, pensé que podría cambiar al malo y volverlo un amor.

—Yo no soy malo.

—Pero tampoco eres un amor.

Suspiró, expulsando todo el aire que sus pulmones retenían. Ni ella misma sabía como había llegado a ese punto en el que ambos se rompían el alma en pedazos.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now