Capítulo 19

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Su mano acarició una de sus nalgas con delicadeza, calentando la zona con su tacto para después golpear, haciéndolo jadear por la sorpresa. Volvió a acariciar, esta vez para mitigar el cosquilleo que recorría la zona, después volvió a atacar de la misma forma.

Su padre se sentiría orgulloso.

—Maldición, vainilla —siseó entre dientes—. ¿En dónde has aprendido a dar semejantes azotes?

—Creo que a veces olvidas de quien soy hija —respondió con diversión, admirando como sus nalgas estaban de color rojizo, provocado por ella. Acercó sus labios para repartir besos por ellas y aliviar el picazón que seguramente estaba sintiendo en la zona. Nunca había sido azotada pero se imaginaba cual era la sensación.

Erick bufó, teniendo en claro que sería la primera y última vez que le dejaba hacer tal cosa. Él no era un sumiso ni disfrutaba con el dolor, no conectaría con Layla en ese sentido.

Había tenido sus sospechas desde el principio, esa fue también la razón por la que decidió acercarse más a ella y hacer las cosas como la hizo. ¿Que se sentiría dominar a una dominante? Quería tener la respuesta a esa pregunta sin sentirse un hijo de puta en el proceso. Las reglas del BDSM eran sencillas; consenso y satisfacción mutua.

Ella quiere y él quiere.

Ella disfruta y él disfruta.

Esta vez el placer lo obtenía de una forma distinta, no porque le gustara lo que hacía sino porque sabía que Layla lo estaba disfrutando de verdad, la dominación y el erotismo de la joven dominatriz lo ponía a mil. Su lado más oscuro estaba dispuesto a cumplirle las fantasías.

Giró su cuerpo, arrugando su nariz cuando sus nalgas tocaron el colchón pues su piel estaba más sensible que nunca, y miró a la chica que también lo miraba, una batalla de miradas que tuvo un predecible desenlace. Erick le indicó que se acercara y ella no tardó en hacerlo, subiéndose a la cama con él y situándose encima de su cuerpo. Las manos del mayor fueron directas a sus nalgas, metiéndolas por debajo del vestido para sentir su piel bajo sus dedos.

Lo que Layla le había hecho no estaba nada mal para ser la primera vez que le daba azotes a alguien, pero la práctica hacía al maestro y... ¡Oh, sorpresa! Él era uno de los maestros del prestigioso club fetichista.

La besó, buscando distraerla, sus húmedos labios se movían con fluidez sobre su boca, mostrándole que también sabía jugar. Aprovechó para azotarla, haciéndola gimotear en desacuerdo. No había dolido, el ruido al chocar contra su piel había sido más grande que el dolor ocasionado.

—¿Ahora vas a azotarme tú a mi? —la fingida inocencia en su voz le hizo alzar sus caderas, para que pusiera sentir su erecta polla presionar contra sus húmedas bragas.

—No, vainilla, ahora vamos a follar —le sonrió con descaro, girando sus cuerpos para dejarla acostada en el colchón—. Yo he tenido la decencia de preguntar algo que tú no.

Las mejillas de Layla ardieron cuando lo vio levantarse de la cama tal y como Dios lo trajo al mundo, se agachó para tomar su pantalón del suelo y sacar el bolsillo un condón. Rompió el envoltorio con gran facilidad, dejándolo tirado en el suelo mientras que lo colocaba en su erección. La habitación estaba en llamas y ellos no hacían más que avivar el fuego.

—¿Quieres esto, vainilla? —cuestionó, caminando de vuelta hacia la cama.

—Si —soltó en susurro, tratando de no desviar la mirada de sus ojos verdes, haciéndolo sonreír con malicia—. ¿Si, señor...?

Con su brazo derecho abrió sus piernas, acomodándose así entre ellas, inclinándose hacia delante para rozar su nariz en su mejilla como tanto le gustaba. La sintió temblar bajo su cuerpo, sabía que era debido a la excitación y que no debía de preocuparse, pero aún así lo hizo.

—Es tu primera vez —susurró, tan cerca de su oído que se estremeció—. Quiero que estés segura de hacer esto y de hacerlo conmigo.

—Lo estoy, maldita sea.

—Que boca más sucia, vainilla —gruñó por lo bajini, tomó su quijada con una mano obligándola a mirarlo a los ojos y con su dedo pulgar separó sus labios para escupir en su boca, acto seguido la besó con ansias, los besos fogosos antes de echar un buen polvo eran su punto favorito.

La mano se deslizó hasta su cuello, haciendo presión en este hasta que a la joven le empezó a faltar el aire, ahí disminuyó el agarre. Con su mano libre bajó hasta su entrepierna, tocándola sobre la fina tela de sus bragas y soltando un gutural sonido de aprobación.

—Estás empapada —informó, levantando la mirada—. Por Dios, ni siquiera sé por qué todavía llevas este ridículo vestido puesto.

—Deja mi vestido —frunció ligeramente el ceño—. No, hablo en serio, deja mi vestido.

—¿Pretendes follar con el vestido puesto? —inquirió incrédulo.

—Si, es... una fantasía sexual que tengo —improvisó, poniendo su mejor sonrisa para sonar más creíble.

Erick rió por lo bajo, no iba a negarse a cumplirle una fantasía sexual, sin importar que él tuviera muchas ganas de volver a verla desnuda. Tomó el elástico de sus bragas para deslizarlas por sus piernas, una vez que se deshizo de la prenda la tiró al suelo, asegurándose de que cayeran cerca de su ropa. Pretendía quedarse con ellas como recordatorio.

—Pon tus piernas en mis hombros, vainilla —indicó con la voz ronca, ella fue rápida en hacerlo, sintiendo como su corazón martilleaba con fuerza en su pecho.

El sexo no le daba miedo, estaba mentalmente preparada para ello desde hacía tiempo, pero era inevitable no sentir los nervios de la primera vez. El dominante tomó sus manos, entrelazándolas justo por encima de su cabeza, no rompió el contacto visual en ningún momento. Fue ella quien bajó la mirada al notar la punta de su polla presionando en su entrada.

—Vas a romperme —soltó espantada—. Cuando las cosas no ceden es mejor no forzarlas.

—No voy a romperte —respondió con diversión—, no hay necesidad de forzar nada, solo basta con empujar...

Y así lo hizo, meció sus caderas hacia delante despacio, hundiéndose en ella con lentitud. Layla cerró sus ojos, disfrutando de la sensación de ser llenada, no estaba el típico dolor que en los libros siempre se describía ni tampoco había sangrado, ni tenía ganas de llorar y salir corriendo. No.

—Vainilla, mírame —la voz de Erick la transportó de vuelta a la realidad.

Una realidad en la que estaba teniendo su primera vez con el que se podría decir que era su crush.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now