Capítulo 27

1.2K 124 33
                                    


Alrededor de las diez de la noche Layla interrumpió su lectura por los gritos que escuchó en su propia casa, cerró su libro tras ponerle el marcapáginas y lo dejó sobre su mesita de noche. Sus padres eran como los de cualquier otra chica de su edad, tenían sus altibajos pero jamás discutían como lo habían hecho esa noche. No se alzaban la voz, se respetaban el uno al otro y si tenían que discutir lo hacían como dos adultos. Siempre había una excepción. Las lágrimas picaron en sus ojos al darse cuenta de que la realidad era una puta mierda y de que ser adulta sería más de lo mismo; tomó sus aurículas, los puso en sus orejas y buscó en Spotify su playlist favorita. Le subió el volumen a las canciones de Beret y desconectó del mundo.

Esa noche no durmió demasiado, se la pasó acurrucada, escuchando sus temas favoritos y con los ojos cerrados para descansar los párpados. Por la mañana siguiente sonrió, como si nada hubiera pasado.

—Siempre eres mi escape del mundo —le habló a la foto de Beret que tenía en la pantalla, desconectó los auriculares y salió de la aplicación. Se había pasado la noche reproduciendo sus canciones y ahora el teléfono le pedía a gritos una carga.

Las demás adolescentes no entendían su obsesión por dicho cantante, no tenía la mejor voz de la región ni sus letras eran bailables, ni tampoco era guapo. Solo tenía temas para llorar, para quejarse de la vida, para caer más en depresión.

Tenían todas dos estilos: O los Gemeliers o Adexe y Nau.

Ambos dúos pegaron muy fuerte en las jóvenes, vivían enamoradas de ellos y de sus canciones, Layla no era capaz de entender eso. Una cosa era enamorarse de las canciones y otra muy diferente era enamorarse de quien cantaba. ¿Cuál era la necesidad de enamorarse de un cantante de tu edad? No es como si algún día pudieran tener una oportunidad con alguno de ellos, solo se ilusionaban para terminar con el corazón roto.

Así como lo había hecho ella.

Pero ella no se había ilusionado con un cantante. Deseaba que hubiera sido así y no que su pecho se encogiese al tocar el tema de Erick. La imagen de los dos niños del día anterior seguía presente en su mente, al igual que su mirada cuando se lo mencionó. Todo iba demasiado bien hasta el momento, algo tenía que llegar para echarlo todo a perder.

—Layla, ¿estás despierta? —la voz de su madre la obligó a dejar sus pensamientos a un lado y centrarse en el presente.

—Si, ya bajo ahora —le hizo saber, sabiendo que su madre se iría pronto a trabajar.

Se levantó y fue directa al baño, una ducha rápida no le vendría mal para despejarse. Pero claro... El champú de olor a vainilla la hizo gimotear, todo le recordaba a él y eso no podía permitírselo.

La ropa fue lo de menos. Total, no iba a salir de casa así que no se preocuparía por combinar las prendas o algo similar. Terminó usando un pantalón corto de color beige y una larga sudadera que le llegaba a los muslos, los tenis siempre eran la mejor opción para llevar en los pies. Al igual que el peinado más cómodo era atarse el pelo de mala manera.

—Buenos días —saludó sonriente, como si no se hubiera pasado la noche llorándole a la relación de sus padres y a la suya.

¿A la suya?

Quiso reír internamente pero se aguantó para no quedar como idiota delante de su madre.

—Tus ojeras son más grandes que mis ganas de vivir —señaló la rubia, sonriendo con diversión.

—Mamá... —reprochó ella.

—¿Qué has estado haciendo toda la noche, Layla Vélez Ross?

Oh, oh.

Si algo no le gustaba era ese tono acusador de su madre, le hacía sentir más pequeña que nunca, antes la desafiaba pero,tras una plática nada agradable con su padre el año pasado, decidió no seguir haciéndolo.

—Leyendo —se encogió de hombros para restarle importancia.

Sabía que no la había creído pero al menos no insistió con el tema, eso lo agradeció porque era mala mintiendo y terminaría delatándose sola.

—¿Papá se ha ido? —preguntó al notar su ausencia, Cyara la miró con una ceja alzada ante su repentina pregunta—. Es decir... Al trabajo, ¿se ha marchado ya?

Intentó corregirse, aún sabiendo que su padre no solía trabajar por las mañanas. Claro que quería insinuar si su padre se había ido de casa tras la fuerte discusión de anoche pero no iba a soltárselo así a su madre.

—No, Christopher no es fan de trabajar por las mañanas —negó con la cabeza.

—¿Christopher qué? ¿Qué andáis vosotras hablando de mi, eh? —la voz de su padre les hizo levantar la mirada a ambas.

Christopher vestía con un pantalón gris y una camisa blanca, arremangada hasta sus codos. Estaba sonriente, lo que le hizo fruncir el ceño a su hija. ¿Por qué sonreía si anoche se gritaron hasta quedarse sin voz?

Después, para dejarla más anonadada, se acercó para besar los labios de Cyara. Como si nada. Como si nada sucediera.

—Estoy perdida —admitió la adolescente.

Los adultos se sonrieron antes de que Cyara mirara el reloj y se alterara porque llegaría tarde al trabajo.

—Mujer, eres la jefa de la puñetera editorial, no te van a reclamar por llegar un cuarto de hora más tarde —bufó Christopher.

—Nadie pidió tu opinión —puso los ojos en blanco y se acercó a Layla para besar su mejilla—. Nos vemos por la tarde, guapa.

—Chao, mamá —sonrió de lado, no emitió palabra hasta que la vio cruzar la puerta de la salida. Fue entonces cuando entrecerró sus ojos y miró a su padre—. ¿Qué pasó anoche?

Él frunció el ceño, si Cyara estuviera allí le regañaría por ello, decía que tenía que quitarse esa costumbre porque le ocasionaría arrugas.

—Yo no te debo explicaciones, tú a mi si —apoyó sus manos en la mesa y se inclinó ligeramente hacia delante—. Voy a hacer yo la pregunta porque a mi me faltan detalles de ayer... ¿Qué pasó con Erick?

—Ya te conté todo —se removió en su lugar, llena de incomodidad. Si. Iba a clavarle el tenedor en un ojo como siguiera juzgándola con la mirada.

—Eres un asco mintiendo, ya te lo había dicho y te lo vuelvo a repetir —rió sin gracia.

—Bueno, te lo conté casi todo... —suspiró—. Llegó su esposa, o su ex, con sus hijos. Me sentí muy incómoda, papá, debí de suponer que tendría su vida ya hecha porque es adulto pero por mi mente jamás se pasó algo parecido. Sigo tratando de asimilarlo todo. No voy a poder con todo esto, ¿sabes?

Su padre parpadeó, confuso. Repasó al menos tres veces las palabras que su hija acababa de soltarle en la cara. No cuadraba nada.

—Erick no tiene hijos —aclaró—. Ni mucho menos esposa, jamás se casó ni tuvo una novia que le marcara demasiado. Así que eso es imposible.

—No lo es, yo lo vi.

—Pues viste mal, Layla —se pellizcó el puente de la nariz—. Y te lo demostraré para que estés más tranquila, iremos a hablar con Erick.

Lujuriosos PensamientosOn viuen les histories. Descobreix ara