Capítulo 43

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Dos semanas. Largas, ajetreadas por el día y pesadas por la noche. La ausencia del verano ya se notaba incluso en el ánimo de las personas, en concreto en Layla, el frío siempre la ponía de mal humor y la exageración de deberes que le enviaban era un extra para estar cabreada todo el día. Al menos eso la mantenía ocupada y no pensaba demasiado en su novio, ¿por qué seguía siendo novio, no? Aunque pasaran dos semanas sin verse ni hablarse, al fin y al cabo había sido ella la que le pidió distancia.

Se encerró en su habitación después de la cena, tenía que leer un libro de lectura obligatoria porque al día siguiente tenía examen de este, ya lo había leído el año pasado pero no recordaba nada del contenido, solo de la trama y muy por encima.

—Así que "La Celestina", ¿eh? —inquirió Erick, tomándolo de encima de su cama con sus manos.

Layla se llevó una mano al pecho, lo que menos se esperaba era que al salir del cuarto de baño estuviera allí parado, frente a su cama y leyendo la página en donde se encontraba.

—No deberías de estar aquí —carraspeó—, mañana tengo examen de ese libro y todavía no lo he terminado.

—Mentir nunca ha sido tu punto fuerte —señaló, tendiéndole el libro.

Resopló, cogiéndolo y dándole una rápida mirada. Si se ponía a leerlo lo terminaba en menos de una hora, pero no admitiría eso en voz alta.

—Han pasado dos semanas, Layla, no te llamé ni tampoco te busqué, me porté bien... Hice lo que me pediste pero ya no puedo más, me duele el alma no tenerte —suspiró—. No puedo más, esto me está matando y necesitamos dejar las cosas claras.

—Las cosas están claras, Erick —alzó sus cejas—. Yo estoy ocupada, el instituto me consume.

—Necesitas relajarte un poco, deja que sea yo quien lo haga.

Y por alguna extraña razón aceptó. Se olvidó por completo de que habían pasado dos semanas separados, de que tenía un libro que leer y de que mañana era viernes y tenía un examen a segunda hora. Se deshizo de su ropa y se tumbó en la cama, dejando que las manos de Erick repartieran un masaje por su espalda, sabía en que músculos hacer más presión que en otros, en cuales pasar solo la yema de sus dedos, como si sus manos estuvieran hechas con el único fin de esa tarea. Layla aprovechó para leer el libro, intentando que sus párpados no se cerraran por el nivel de relajación que estaba sintiendo en esos momentos.

—El libro —pidió, ella lo miró sobre su hombro sin entender—, déjame el libro.

Le puso el marcapáginas antes de cerrarlo y extendérselo, él no tardó en tomarlo.

—Me has castigado durante este tiempo —chasqueó—, quizá me lo merecía... Pero de todos modos eso no iba a quedarse así.

—¿Qué me estás diciendo? ¿Tú vas a castigarme ahora?

—Claro que lo haré —le pegó con el libro en el culo, haciendo que gimiese de forma dolorida. Sus manos siempre eran más suaves y después repartía caricias para mitigar el dolor. El libro era duro y dolía, no tanto como podría hacerlo la cortante tira de un látigo, pero si era una dulce tortura muy creativa.

Se sacó el cinturón para atarle las manos con este y dejarlas tras su nuca, la posición era incómoda pero también era parte del castigo.

—Si, es cierto que te das cuenta de la intensidad con la que amas a alguien cuando la pierdes. No te he perdido, no todavía, pero me has alejado de ti y ese ha sido el peor castigo que podría recibir jamás. Azótame, átame a la cama si lo prefieres, pero no me rompas el corazón, Layla, eres la única con el privilegio de hacerlo y creo que te lo estás tomando muy en serio.

La portada del libro volvió a chocar contra sus nalgas, esta vez de forma repetida, midiendo la fuerza para no lastimarla demasiado pero haciéndole saber lo molesto que eso podía ser. Su culo no tardó demasiado en volverse rojo, su piel ardía debido a los golpes con el libro. Después, dejándola dolorida y sin darle tiempo a excusarse, le dejó el libro frente a su cara y le ordenó que continuase leyendo.

—En voz alta, lee el maldito final del libro, ¿qué coño pasó con Celestina?

—Murió... Murió por un error que ella misma cometió.

—No te dije que me lo contaras, te dije que lo leyeras.

—¿Que más te da?

—¡Que lo leas! —exigió, alzando la voz.

La joven gimoteó, no poder tomar el libro con sus manos era tan molesto como el ardor que sentía en sus nalgas, pero tuvo que acostumbrarse. Leyó, tal y como el dominante le pidió, y al terminar lo regresó a mirar con lágrimas en los ojos. ¿Estaba siendo ella como Celestina? ¿Estaba actuando por y para su propio beneficio? Esperaba que eso no fuera una enseñanza y se lo estuviera echando en cara porque no sabía muy bien como tomarlo.

—Te amo, te amo más a que a mi propia vida, ya lo sabes —anunció, poniéndose de pie y mirándola con pena—. Es por eso que necesito renunciar a ti, concéntrate en el instituto y cuando termines ven a por mi, si la llama se apaga no te sientas culpable; si te enamoras de uno de tu edad, aprovéchalo; si al finalizar el curso todavía sientes algo... Búscame. Estaré esperándote, Layla, si pude esperarte toda mi vida no tendré problema en esperar unos meses más.

Se acercó y se inclinó para depositar un beso en su frente, después salió de la habitación no sin antes volver a repetirle que la amaba.

Layla se quedó entre lágrimas, deseando gritarle cintos de cosas, reclamarle y reprocharle. Que estuviera atada con su cinturón era el menor de sus problemas porque lo que dolía no eran las muñecas sino el pecho, con el sentimiento de culpa presionándola más y más.

Se durmió de madrugada después de lloriquear y lamentarse, Erick regresó para desatarle las manos cuando estaba dormida, no se dio el lujo de quedarse a observarla porque sabía que sería peor. No lo hacía por él, lo hacía por ella. Tenía un futuro brillante y ahora no tenía que centrarse en su relación ni en los problemas de esta, tenía que hacerlo en los estudios.

El amor no son mariposas destrozándote el estómago, no son los cuentos de Disney, no es Romeo y Julieta, no es el final de "vivieron felices y comieron felices". El amor no es morirse por nadie ni que se mueran por ti. El amor es muchas cosas y quizá ellos todavía no estaban listos para el amor.

Pero...

Colorín colorado, su cuento todavía no se había acabado.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now