Capítulo 37

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Erick

Los músculos de mi cara empiezan a dolerme de tanto sonreír pero es algo que no puedo controlar, no cuando estoy sintiendo lo que es el significado de la felicidad en todo su esplendor.

—¡Prometiste que nadie nos vería! O sea, nadie de los dueños, me refiero —se explicó, mirándome aterrada—. Y acabo de ver a mi padre salir por esa puerta.

—Vainilla, tu padre no estuvo durante la sesión, te lo puedo asegurar —hablé, dejándole en claro que mi intención era que viera la propuesta y no lo demás. Apreciaba mi vida.

—¿Y por qué estás tan seguro? —contraatacó.

—Si viera como me follaba a su hija sobre la mesa en la que nos reunimos para tomar algo, créeme que habría venido hasta aquí y no específicamente para hablar —sonreí con sinceridad antes de llevarme el vaso de licor a mis labios.

Lo pensó durante unos instantes y después asintió para darme la razón, conocía a su padre tan bien como yo y sabía de sobra que no me dejaría irme de rositas si me veía follando a su hija como acababa de hacerlo. Por supuesto que se iba a enterar de lo sucedido, la gente hablaba y mucho, no tardaría en correrse la voz de que Layla y yo follamos en público.

Marta, una de las camareras, se acercó para llenar mi vaso sin que yo se lo pidiera. Layla entrecerró sus ojos al verla, no hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que no se llevaban bien, su mano apretó ligeramente mi pierna y se recostó sobre mi, dejando su cabeza apoyada en mi hombro.

—No seas una niña celosa y tóxica —advertí por lo bajo, pero ella me ignoró como de costumbre.

Su lengua se paseó por mi cuello, jugueteando, yo le dejé hacerlo porque en realidad no era algo que me molestase. Admito que los celos no eran una cualidad que me gustase demasiado, aunque yo fuera el primero en tenerlos cuando veía a alguien más con dobles intenciones rondar cerca de Layla. Bien, las inseguridades eran una mierda, la suyas por no verse lo suficientemente adulta como para estar conmigo y las mías por verme demasiado adulto para estar con ella. Sabía desde un principio que no podríamos terminar bien, mi mayor temor era entregarme en cuerpo y alma, quedar prendido de ella y que después encontrase a un chico de su edad que en un futuro podría darle lo que yo no.

Pudimos hablar un rato, a pesar de que sus pequeñas manos seguían toqueteando mi cuerpo y sus labios pegados a mi cuello cada dos por tres.

Hablamos de planes futuros, a largo plazo, como si esto fuera para toda la vida.

Ninguno de los dos quería tener hijos, eso ya lo habíamos comentado antes y era un alivio que me lo volviera a confirmar. Me sorprendió que tampoco quisiera casarse, así como también me pasaba a mi. Quizá, después de todo, íbamos a ser almas gemelas, eh.

Si, eso, tú síguete convenciendo a ti mismo.

—Antes pensaba que el matrimonio era súper importante —habló, sonriendo con timidez—, pero he visto que la tasa de divorcios está muy alta.

Me fue inevitable reír, ¿su planteamiento era que no iba a casarse porque tenía miedo a divorciarse? Eso es como no querer empezar una relación por miedo que esta se rompa.

Layla y sus dramas, sin duda me encantaba.

—¿Segura que es solo por eso? —pinché con mi dedo índice en su mejilla—. Porque no suenas muy convencida y, además, es una teoría muy tonta.

—Un anillo y unos papeles firmados no significan amor eterno —suspiró—. Mis padres no están casados y se aman, supongo que son mi ejemplo a seguir, son el claro ejemplo, ¿no?

Arrugué mi nariz mientras asentía. Tendría que darle la razón aunque no estuviera del todo de acuerdo, desde hacía años que tenía la leve sospecha de que esos dos sí se habían casado, a pesar de que Christopher no creía en el matrimonio. Nunca mencionaron nada pero no éramos tontos del todo, quizá Cyara no llevara una alianza de boda pero había más cosas que lo señalaban que un simple anillo.

—¿Ves? Podemos ser la pareja ideal, no queremos boda ni hijos, siempre habrá paz y tranquilidad en casa.

—¿En casa? —alcé una ceja—. ¿En nuestra casa?

Sus mejillas se sonrojaron, a pesar de que intentó disimularlo, me parecía de lo más tierno así; con su cabeza apoyada en mi hombro, mirándome desde esa distancia, con su cabello atado en dos coletas que le daban un aspecto angelical.

—Supongo que algún día viviremos juntos...

—Algún día —asentí—, cuando tú termines tus estudios, niña.

—Deja de llamarme niña o empezaré a llamarte daddy —amenazó.

Me hizo estremecer. No quería que me llamara por ese término ni en broma, literalmente podía ser su padre... Y si, literalmente en todos los aspectos de la palabra. Ni siquiera sabría cómo decirle que me había acostado con su madre un par de veces, es más que obvio que se lo tomará mal.

No iba a arriesgarme a perderla. Una pelea con ella me deja los pulmones sin aire y el pecho ardiendo, si me dejara y no quisiera saber nada más de mi ya sería vivir el infierno.

Al principio pensaba que y solo se trataba de un encaprichamiento mío, pero no, yo a esta niña la amaba. Por mucho que me jodiese admitirlo, la amaba con todas las fuerzas que tenía y no estaba dispuesto a perderla.

—Layla —la llamé, sus ojitos verdes me miraron expectantes—, te amo.

Una sonrisa se dibujó en sus labios de vainilla, tan tierna, tan inocente y tan fácil de corromper... Tan angelical y tan llena de maldad a un mismo tiempo.

Y yo, pobre de mi, tan dispuesto a todo por ella.

—Y yo te amo a ti, Erick —susurró, dejándome satisfecho al menos por ese instante.

Quería oír eso de por vida, claro que si, quizá me estaba volviendo loco pero era más que un deseo. Ella había llegado a colarse tan dentro de mi que me daba miedo, miedo de no ser nadie si se alejaba, de perder mi esencia en su ausencia, de no poder vivir... De convertirte en ese ridículo protagonista del que tanto hablaba.

Ella quería un cuento, yo solo quería escribir nuestras líneas de amor en su cuerpo, volver poesía todo aquello que somos.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now