Capítulo 41

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Su teléfono sonó, indicando que había terminado de cargarse, llamando la atención de los dos que estaban en pleno silencio. Erick tumbado en la cama y Layla acurrucada en su pecho, recibiendo de forma gustosa las caricias que él le brindaba.

—No quiero irme —habló, soltando un suspiro.

—Tienes que irte, de lo contrario tu padre me arrancará los... Los pelos —carraspeó—. Si, los pelos.

La adolescente dejó escapar una carcajada, sabía a la perfección que lo que le arrancaría no iban a ser los pelos, al menos no los de la cabeza.

Se levantó de la cama y tomó su teléfono, le escribió un mensaje a su padre para avisarle de que ya iban a salir de casa y acto seguido lo guardó en su bolsillo. El pelinegro se estiró antes de levantarse y ofrecerle su mano para que la tomase, ella sonrió antes de tomarla. Erick no había dicho demasiado, se estaba atormentando a sí mismo desde hacía tiempo y el pensamiento cada vez le pesaba más. ¿Cuándo sería el momento de decírselo? Quizá nunca, sabía que Layla no se lo tomaría bien, pero él no se sentía bien ocultándoselo.

—Tenemos que hablar de algo antes de que te vayas —carraspeó.

—Podemos hablarlo de camino a casa.

—Si, podemos, pero preferiría que no.

—¿Es algo malo? —se preocupó de inmediato, no era frecuente que él usara ese tono así que tenía que ponerse alerta—. Erick, no me asustes, ¿de que se trata?

Tomó una respiración, lenta, pausada y profunda. Sus palmas habían empezado a sudar y Layla lo había notado al estar dándole la mano. ¿Que tan malo podía ser para que Erick se pusiera así de nervioso?

—Sabes que que puedes contármelo... —insistió, mirándolo con cara de pena.

—Es que no quiero que lo nuestro se vaya a la mierda por algo que pasó hace muchos años...

Ella frunció el ceño con confusión, se esperaba cualquier tipo de noticia menos la que él iba a darle. Alguna ex novia, o quizá ex mujer (aunque él dejó en claro que no se había casado ni que tampoco quería hacerlo en un futuro), hijos no deseados... Los típicos dramas con los que un hombre podría salir en mitad de una relación amorosa.

—Me he acostado con tu madre.

En sus pulmones faltó el aire, la sangre de su cuerpo se agolpó en sus pies, por instinto soltó su mano y tragó saliva con fuerza. No quería hiperventilar pero la situación no le estaba ayudando.

¿Había escuchado bien?

¿Su novio acababa de decirle que se había acostado con su madre?

—¿Qué? —soltó una risa nasal, incapaz de creérselo. Porque si él se había acostado con su madre era significado de que ella le había sido infiel a su padre, ¿no?

—Cyara y yo tuvimos nuestro momento... Nuestros momentos, en realidad, pero fueron cosas sin importancia porque ella y tu padre siempre estuvieron destinados —chasqueó su lengua contra su paladar—. Incluso cuando tú eras pequeña hicimos un trío.

—No me puedo creer que esto esté pasando de verdad —se abanicó el rostro—. ¿Cuándo pensabas contármelo? ¡Esto era algo importante! No sé cómo no tienes vergüenza... ¡Con la madre y con la hija!

—Layla... —suspiró—. Yo jamás pensé que me enamoraría de su hija.

—Dime la verdad —pidió, intentando que las lágrimas no se acumularan en sus ojos—, ¿alguna vez, cuando nosotros dos follamos, te acordaste de ella?

—Layla, no vayas por ahí...

—¿Es verdad? ¿Lo hiciste? —preguntó en un hilo de voz.

—¡No, joder, no! —se acercó, tomó su rostro con sus manos y pegó sus frentes—. Por favor, escúchame... Tenéis unos límites muy similares y, es cierto, que a la hora de hablar os parecéis demasiado, pero a ti te amo y a ella nunca llegué ni siquiera a quererla, al menos no de ese modo. Cyara es de mi amigo, en términos posesivos, y yo no tengo nada que meterme ahí. Se aman. Yo te amo a ti. No podía seguir callándome esto, entiendo que estés enfadada pero yo no puedo cambiar mi pasado.

Layla no supo que decir, quiso gritarle mil cosas a un mismo tiempo pero prefirió morderse la lengua y guardárselo para ella. Él tenía razón, eran cosas del pasado y tenía que vivir el presente, un presente en donde estaban juntos y se amaban.

—No quiero que me vuelvas a ocultar nada... Si tienes algo que decirme quiero que lo hagas ya —exigió.

—No hay nada —suspiró—, te lo prometo, no hay nada.

Ella sintió, todavía se sentía cabreada pero no iba a actuar como solía hacer siempre, si iba a jugar a ser adulta lo haría por completo, incluso tomando decisiones más responsables. Entonces un nuevo temor surgió, uno mucho más grande.

—¿Podrías ser mi padre? —preguntó temerosa, poniéndose más pálida de lo habitual.

—No. no, no, no —fue rápido y firme con su respuesta—. Cyara no permitía que ningún hombre la follara sin condón, ninguno excepto Christopher —chasqueó—. Además, ¿no ves que eres clavadita a tu padre?

—Necesita asegurarme —murmuró por lo bajo—. Llévame a casa, por favor, no quiero hablar más del tema.

Él obedeció sin poner ni un solo reproche, se había quitado un peso de encima y aunque sabía que ella todavía no lo había procesado, era consciente de que podría hacerlo, que no le tomaría demasiado hacerse a la idea y que pronto volvería todo a la normalidad. Eso era lo que Erick pensaba, no la realidad.

—No me llames, quizá esté siendo exagerada pero... Necesito espacio y quiero tomarme eso a mi ritmo. —Layla dejó las cosas en claro cuando él aparcó el coche frente a su casa—. Hablo en serio, cuando esté lista iré yo a ti, no insistas o será peor.

Abrió la puerta y salió, antes de que pudiera cerrar la puerta, él le habló—: Vainilla, respeto tu decisión pero no nos castigues de esta forma... No olvides que te amo.

Respondió con una débil sonrisa, aunque en su mente ya le había dicho "te amo" miles de veces, no pudo hacerlo en la realidad. En su dolorosa realidad. Entró en casa casi corriendo, se sorprendió al ver a su madre a esas horas allí, la rabia volvió a invadir su cuerpo y, aunque sabía que no tenía culpa de nada, necesitaba desquitarse con alguien.

—¡Eres un asco de madre! —chilló, acercándose a ella—. Me lo esperaba de cualquiera menos de ti, eres una... una...

—Layla —la voz de su padre la interrumpió, detuvo sus pasos solo para girarse a verlo—. No le hables así a tu madre, pensaba que eso ya había quedado claro.

—¡Eso! Tú defiéndela, como siempre —apretó sus puños a ambos lados de su cuerpo.

—Siéntate, tenemos que hablar.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now