Capítulo 18

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La joven le repitió unas cuantas veces que lo que había preparado estaba delicioso, Erick se contuvo de decir que la mayor parte lo había preparado Cyara, no quería quitarse méritos. Se tomó el tiempo de recoger todo y guardarlo en el lavavajillas cuando ella subió para darse una ducha, Layla era de las que echaban allí dentro más de un cuarto de hora, exactamente tardaba ocho canciones de su lista de Spotify, lo que era casi media hora.

El pelinegro tuvo tiempo de entrar en la habitación de sus padres para revisar en los cajones de la mesita donde era que Christopher guardaba unos condones.

—Bingo —chasqueó su lengua al encontrarlos, tomó una tira de ellos y la guardó en el bolsillo de su pantalón—. Solo por si acaso.

En su interior se rió, si solo fuera "por si acaso" habría cogido únicamente un par de condones y no la tira entera de ellos. Era más que obvio que Christopher se daría cuenta, pero mejor eso a que su hija de dieciséis años se quedara embarazada. Por una enfermedad sexual no iba a preocuparse, sabía de sobra que estaba limpio y que ella también lo estaba, beneficios de ser virgen.

Iba tan sumido en sus pensamientos que ni siquiera se le ocurrió tocar a la puerta de la habitación de Layla antes de entrar, se quedó paralizado al verla envuelta en una toalla de color rosa, con su húmedo cabello sobre sus hombros mojando todo a su paso.

—Perdona, pensé que todavía estabas en la ducha —se aclaró la garganta, le dio la orden a su cerebro de moverse pero sus pies no se despegaron ni un milímetro del suelo para cumplir dichas acciones.

—No te preocupes, no es como si no me hubieras visto desnuda ayer —se encogió de hombros mientras rebuscaba en uno de los cajones la ropa interior que se pondría—. ¿Prefieres el color negro o el azul?

—Azul, creo.

—Genial, entonces usaré ropa interior negra —soltó una risa mientras tomaba el conjunto que había llamado su atención. Era simple, no tenía lencería para lucir ni nada por el estilo.

—¿Para que me preguntas? Te he dicho que prefiero la azul...

—Para llevarte la contraria, ¿no es obvio? —respondió burlona.

Erick bufó de mala gana, su actitud infantil a veces llegaba a ser irritable, menos mal que no había vínculo entre ellos porque de lo contrario él se lo reprocharía.

—Si no fueras hija de Christopher ya te habría azotado el culo un par de veces —le hizo saber, cruzándose de brazos. Ella lo regresó a mirar con diversión, sin poder creerse lo que él le acababa de decir.

—¿También pensabas en que Christopher era mi padre cuando tenías tu cabeza entre mis piernas? —interrogó, llevándose una mano al nudo de la toalla, hizo un limpio movimiento dejando que esta cayera al suelo y así quedar desnuda frente a sus ojos una vez más—. No. Así que si quieres azotarme el culo hazlo, pero déjame decirte que voy a repetir la acción después contigo.

—¿Crees que tú vas a azotar mi culo? —se rió, pero su risa no fue del todo sincera, no tenía ganas de bromear teniéndola de tal forma a tan solo metros. Ella se estaba ofreciendo en bandeja y a él se le ocurría la genial idea de vacilar—. Vainilla, no vas a ser la primera mujer que me azote.

—¿Ah no?

—No —su voz fue firme, como si no lo dudara segundos antes.

—Entonces tú tampoco serás el primer hombre en follarme —fingió hacer un puchero con sus labios, sabiendo que eso al ojiverde le molestaría incluso más que unos azotes en sus diminutas nalgas—. La vida es dura, todos tenemos problemas.

Él abrió la boca, incapaz de articular palabra. Mentiría si dijera que lo que acababa de decirle no le jodía, si ayer tuviera los condones a mano ya todo habría sucedido y probablemente en esos momentos estuvieran repitiéndolo. Pero no. Layla no tenía condones cuando querían follar. Ahora que tenía él condones era ella quien se negaba.

La vio ponerse el sujetador, abrochándolo con tanta facilidad en su espalda que parecía increíble, acto seguido se colocó las bragas y caminó hasta el armario para buscar la ropa que usaría ese día. Su respingón culo tenía un encanto con cada paso que daba, los ojos de Erick no podrían despegarse de él aunque quisiera.

—Mírame la nuca, descarado.

—Prefiero mirarte el culo, pero gracias por la oferta.

—No era una oferta, era una orden —chasqueó, escogiendo un vestido que su madre le había comprado el año pasado en Zara. No lo había usado demasiado porque hasta ese entonces era más fan de usar pantalones largos, los cortos se le hacían incómodos y solo los usaba para ir a la playa, las faldas nunca sabía con que combinarlas...

En fin, Layla y sus dramas.

El pelinegro no le quitó los ojos de encima en ningún momento, eso si, su mirada se desvió de su culo porque con el vestido encima de apreciaba menos.  La siguió hasta el baño para ver cómo desenredaba su cabello con uno de los peines y después lo dejaba secar por sí solo, no recordaba haberle dado aires de secador a su pelo en años.

—Entonces... —empezó diciendo, poniendo su cuerpo en la puerta del baño para impedirle el paso—, decías que si te dejaba azotarme el culo íbamos a follar, ¿no?

—Quizá, solo si después me apetece.

Se mordió el labio inferior, incapaz de creer la situación, sonriendo su dignidad besar el suelo y después abrazarlo con fuerza. ¿Desde cuando hacía algo de ese estilo? ¿En que momento él tomaba las órdenes? ¡Era él quien las daba!

—Bien, teniendo en cuenta que no sabes dar azotea voy a pasártela —murmuró, mirándola a los ojos, maldiciéndose al ver la diversión brillar en los suyos.

—Desnúdate y ponte en cuatro para mi, Erick.

Oh, mierda.

Esa orden había sonado muy a dominante. Intentó disimular la sorpresa al escucharla y con calma, mucha calma, caminó hasta la cama desnudándose.

—Que quede claro, vainilla, quien da las órdenes soy yo así que bájale a tu...

—Silencio —lo interrumpió—, creí haberte pedido que te pusieras en cuatro.

—No me lo puedo creer —bufó, antes de ponerse tal cual le había pedido.

La sonrisa de Layla irradiaba orgullo, tenía sus trucos bajo la manga. Eso de que no sabía dar azotes es lo que pensaba Erick, pero ella ya le había pedido a su padre estar presente en una de sus clases y este había aceptado, sabía de sobra que fuerza debía de ejercer su mano para que su palma al chocar contra la nalga del hombre causara placer. Y estaba dispuesta a enseñárselo.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now