Capítulo 8

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Erick al darse cuenta de la situación se rió, no iba a negar que le cosquilleaban los labios por besarla pero no iba a hacerlo, mucho menos cuando a tan solo metros se encontraban Zabdiel y Fiammenta. Era consciente de que él le reprocharía más tarde si besaba a Layla, no estaba listo para que alguien más opinase sobre su vida.

—Tienes que irte, Layla —anunció, si se sintió avergonzada por el rechazo lo supo disimular bastante bien—. Venga, te acompaño hasta la salida.

—Sé donde está la salida, no necesito que tú me guíes hasta allí —evitó poner los ojos en blanco porque sabía que era de mala educación, su padre se lo repetía casi todos los días.

—No te estaba preguntando si querías que te acompañara, dije que te iba a acompañar —aclaró, una de sus manos se posó en su espalda baja para guiarla, la acción le gustó a ambos a pesar de que ninguno dijo nada al respecto—. ¿Has venido caminando?

—Tomé el bus.—Layla se encogió de hombros, sabiendo que el próximo bus no pasaría hasta dentro de una hora y pico—. Mi casa no está tan lejos, puedo ir caminando y de paso hago deporte.

Erick apretó los labios, era obvio que estaba a punto de ofrecerle llevarla a casa, pero ante su negativa no iba a insistir. Sus padres eran los dos muy tercos así que ella debía de ser más de lo mismo.

—¿No es este el momento en donde me dices que puedes llevarme a casa?—Se quejó cruzándose de brazos.

El dominante parpadeó confuso, no entendía sus repentinos cambios de humor. Hacía menos de dos minutos que le había dejado en claro que iría andando, además de que su mirada era firme, y ahora estaba replicándole.

—Las mujeres sois tan difíciles de entender...—bufó el pelinegro—. ¿Quieres que te lleve a casa, Layla?

—No —su respuesta lo dejó todavía más anonadado de lo que ya estaba, esta niña y sus respuestas...—, no ha salido de ti, he tenido que recordártelo yo así que no tiene la misma gracia.

—¡Dios! —exclamó, a pesar de no ser nada religioso.

Layla quiso reír, por supuesto, pero debía de aparentar seriedad si quería que él la tomase en serio. Alzó el mentón para desafiarlo con la mirada, sin importar que él le sacase una cabeza, no iba a sumirse por mucho que lo desease. Su padre le había enseñado a mantenerse firme, claro que en ningún momento se imaginó que debería de hacerlo frente a Erick, mientras la mano de este todavía estaba situada en su espalda.

—¿Entonces te llevo a casa...? —Ella dio un paso adelante, acercándose más a él, quien sonrió de lado al ver sus intenciones—. Layla, ¿tengo que recordarte todo lo que hablamos antes?

—No, Erick, no soy tonta, lo recuerdo perfectamente —remojó sus labios con su lengua, no daría ella el siguiente paso pero si lo incitaría para que el pelinegro lo hiciese.

—¿Qué pretendes? —llevó su mano libre hasta su mentón, sujetando así su cabeza. En esos momentos no quería que desviase la mirada por nada del mundo, por eso había posado allí sus dedos, para cuando hiciera un ademán de apartar la vista, obligarla a mirarlo una vez más.

—Es estúpido que preguntes eso cuando ya sabes la respuesta, ¿No crees?

—Si, últimamente hago muchas estupideces, y todas ella son relacionadas a ti —una risa seca se escapó de sus labios antes de inclinar su rostro hacia delante y darle lo que ella quería. El aliento de fresa de la adolescente chocó contra su boca, delatándola por el chicle que había estado masticando cuando iba de camino al club y tenía que controlar su ansiedad.

A Erick casi le causó ternura, pues probablemente su aliento estuviera relacionado con algún tipo de licor que estuvo bebiendo en el club. De todos modos, Layla no se quejó cuando el dominante posó los labios sobre los suyos y los movió lentamente, marcando su ritmo y dándole tiempo a ella de acostumbrarse. Nunca un beso se había sentido tan bien.

Las manos de Layla se habían posado en el pecho de dominante, pero en el instante que sus lenguas comenzaron a rozarse supo que era momento de seguir deslizándolas por su abdomen. Erick, al darse cuenta, gruñó contra su boca y con una de sus manos atrapó sus muñecas para impedirle seguir. Ambos bajaron la mirada jadeantes, sus manos estaban a tan solo centímetros de su entrepierna y, honestamente, no estaba segura de que iba a hacer cuando llegara a esa zona.

—Layla, nosotros no vamos a follar hasta que tengas dieciocho años.—Le dejó en claro, dándole una mirada de advertencia.

—¿Y quién dijo que quería follar?—espetó, tirando de sus manos para liberarse de su agarre—. Hay muchas maneras, Erick.

—Oh, tú no acabas de decir eso...

—Si, lo acabo de decir y si quieres te lo repito —bufó mirándolo con mala cara.

El pelinegro sonrió de forma descarada y asintió ligeramente con la cabeza. Era consciente de que había formas y formas, pero no estaba seguro de si alguna de ellas sería eficaz con Layla. Sabía que si ponía sus manos sobre su cuerpo con poca ropa no iba a querer detenerse más tarde y no estaba dispuesto a ello, no cuando ya se había hecho una promesa a sí mismo que quería cumplir.

—La última vez te fuiste llorando, no quiero que eso se repita.

—Descuida, tu polla no volverá a tocar mi garganta, eso te lo aseguro —arrugó su nariz—. Me refería a otras cosas.

A Erick no le dio tiempo de reaccionar, la joven tomó su rostro con sus manos y lo besó con frenesí, para nada comparado con el beso de hacía tan solo minutos. Layla besaba que daba gusto pero cuando dominante el dominante le quiso seguir el beso, ella se apartó como diciendo "confórmate con lo que recibes".

—Nos vemos, Erick —le guiñó un ojo antes de echar a andar, dejándolo boquiabierto y sin saber que decir.

Confirmando la teoría de que esa niña le pondría las cosas muy complicadas de ahora en adelante. ¿Y lo peor de todo? Que él se lo iba a permitir.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now