Capítulo 35

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Mentiría si dijera que no estaba intrigada por saber lo que le esperaba en el club, nunca había visto una de esas dichosas escenas y le picaba la curiosidad por saber cómo eran, o mejor dicho, por saber cómo se sentían.

—¿Quieres jugar, vainilla? —preguntó en voz baja, mirándola de esa forma penetrante que le ponía los vellos de punta.

—Depende del juego, no soy una niña para esas cosas...

—Jugar no es solo cosa de niños —anunció.

Sus miradas conectaron, manteniendo esa conversación que sus bocas todavía no se atrevían a tener. Layla tenía muy claro que ese tipo de juegos no eran para niños y se vio muy tentada a decir que ella todavía era una niña y que no le permitiría nada de eso. Pero no. Todo su ser ardía de excitación, su coño estaba mojado desde que él le mandó quitarse las bragas, su acelerado pulso la delataba. ¿Por qué habría de esconder algo que era tan obvio? Tenía ganas y quería que él fuera quien le enseñara todo, no había tenido suficiente con los azotes, ni con las ataduras ni las mordazas. Ella quería más y él estaba dispuesto a darle más.

—Entonces juguemos, Erick —aceptó, dándole un ligero asentimiento.

—El juego empieza en cuanto entremos en el coche, no habrá vuelta atrás —explicó—, si quieres que esto pare, que yo pare, lo que sea, solo tienes que decirme tu palabra de seguridad.

—¿Cuál es mi palabra de seguridad para esta noche? —inquirió.

No era una sumisa. No tenía claros los límites de los colores, a pesar de que estos eran muy obvios, ni tampoco había establecido una palabra fija para todas las sesiones. No.

—Esa la decides tú, vainilla —alzó sus cejas—. Tiene que ser una de la que te acuerdes con facilidad, de lo contrario estarás jodida.

Asintió, estando de acuerdo. ¿Qué palabra era esa de la que se acordaría en pleno acto sexual si las cosas se le iban de las manos?

Vainilla.

Él la nombrada de esa forma así que no había forma humana de no acordarse de dicha palabra.

—Ya la tengo —asintió—, la palabra de seguridad será "vainilla".

—Predecible —sonrió de lado, dándole un ligero asentimiento para indicarle que estaba de acuerdo—. ¿Nos vamos?

—Vamos —fue la primera en ponerse de pie, seguida de él, quien lo hizo después de dejar un par de billetes encima de la mesa.

Una vez dentro del coche se dio el lujo de soltar un largo suspiro que no sabía que estaba reteniendo, él la miró con diversión antes de estirar su mano para abrir la guantera, sacó una pequeña bolsa aterciopelada de color verde y la dejó en sus piernas. Le pidió que la abriera, sin moverse de su sitio y sin poner las llaves en el contacto. Ella, obediente, lo hizo.

—¿Qué es...? No me digas que... —arrugó su nariz.

—Bolas chinas, Layla, sirven para la estimulación sexual —indicó, dándole un ligero toque en la rodilla para que separase las piernas, ella lo hizo de forma inconsciente—. ¿Dónde las quieres?

—¿Cómo? —preguntó desconcertada.

—Tienes dos preciosos agujeros aquí abajo, en cualquiera se sentirán muy bien —chasqueó—. Deja de ver tu ano como un tabú, vainilla, te aseguro que puede darte tanto placer como tu coño.

—No quiero que me metas nada por el culo, gracias.

Se encogió de hombros, anunciando que era una verdadera pena y diciéndole la de cosas que podría hacerle por su entrada menor. Sin embargo, cogió las bolas en sus dedos y las introdujo en la mojada entrada de su vagina. Ella gimió, alzando sus caderas ante la intromisión y miró avergonzada al dominante.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now