Capítulo 13

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Damiano había resultado ser una buena compañía para la adolescente, a pesar de que se reía de su mala pronunciación del italiano y se burlaba cuando confundía términos.

Lascia stare —rió, abriéndole la puerta de su coche para que entrara.

—No, no quiero dejarlo —gruñó, cruzando sus brazos sobre su pecho—. Tienes que enseñarme.

—Te enseñaré —prometió—, pero será para otro día.

Layla asintió, dándose por vencida. No conocía ser más terco que los dominantes, ya estaba acostumbrada por su padre y sus tíos postizos.

Una sonrisa amenazó con dibujarse en sus labios cuando el italiano le bajó el sonido al rock que estaba sonando en la radio, lo que él no sabía era que Layla era de esas personas que escuchaban cualquier género musical sin juzgar ninguno.

—¿Podrías llevarme al club, por favor? —pidió, con sus manos jugueteando de forma nerviosa sobre sus piernas.

—¿Al club? ¿No prefieres que te lleve a casa? —inquirió, sin despegar la mirada de la carretera.

—No, mi padre estará en el club así que... Dios, me matará—gimoteó, dándose cuenta de la situación—. Mi teléfono se quedó allí, completamente roto, y el dinero que me había dado estaba guardado en la funda... ¿Y sabes lo peor de todo? Que él ya no confiaba en mis amigos.

—Hey, estate tranquila, Christopher te adora —le recordó, sacando una mano del volante para entrelazar sus dedos con los de la joven—. No se enfadará, tú lo acabas de decir; él ya no confiaba en ellos.

Ninguno de los dos dijo nada en el resto del trayecto, Layla estaba más nerviosa que nunca pero tenía que admitir que la presencia de Damiano le relajaba bastante. Al aparcar delante del club quiso decir algo, pero su teléfono empezó a sonar, ambos miraron la pantalla de este en donde la palabra "Muñeco" indicaba quien lo estaba llamando.

—¿Estarás bien?—le preguntó a la adolescente, esta asintió a su pregunta—, le debo vainilla a un muñeco así que no podré entrar a saludar, dale recuerdos de mi parte.

—Lo haré —aseguró, abrió la puerta y salió del coche, se aseguró de cerrar con la fuerza suficiente antes de echar a caminar hacia la entrada del club.

Sus pies se detuvieron cuando sus ojos vieron al hombre que venía caminando en su dirección, una sonrisa se instaló en sus labios y decidió esperarlo, al fin y al cabo irían al mismo sitio. Aunque no sabía que tan buena idea era que su padre la viera entrar con Erick.

La vida era dura. Había que tomar riesgos.

—Hey —saludó al verla, la sonrisa que tenía en los labios se fue desvaneciendo al fijarse en su cuello—, ¿con quien has estado, Layla?

—¿Eh? —arrugó su nariz, sus dedos tocaron la zona un tanto confusa. Entonces lo recordó. Por su mente se pasó la imagen de Adam besándole el cuello, succionando su piel lo suficiente como para dejar un chupetón—. Oh, yo... Salí con unos amigos.

El dominante apretó sus labios y se contuvo de decir algo. No podía reclamar. No cuando hace unos días le pidió que anduviera con los de su edad, que ya tendría tiendo de experimentar más tarde.

—Tengo una pregunta para hacerte —chasqueó la joven, cruzándose de brazos para mirarlo—. ¿Qué es vainilla? O sea, y no vainilla del sabor sino... ¿Hacer vainilla, supongo?

—Vaya, vaya... Hija de tu padre tenías que ser —se carcajeó, recordando el drama de la vainilla cuando sus padres habían empezado a salir—: en términos del BDSM, la vainilla es el sexo clásico.

—¿Con clásico te refieres a normal?

—No, me refiero a sexo con música clásica de fondo— respondió sarcástico.

—Ah.

—Layla, era sarcasmo —remarcó, haciendo que las mejillas de la adolescente se tornaran rojas por la vergüenza—. ¿Has oído hablar de la esencia vainilla?

—Lo único que sé de la vainilla es que queda divinamente en los helados —bufó, la mano del ojiverde acarició su mejilla con ternura, a veces se le olvidaba que no era más que una adolescente inexperta. La acercó a su cuerpo, apoyando su mentón en su cabeza para poder aspirar el olor de su pelo sutilmente.

—La hueles y te mueres por probarla —susurró, cerrando sus ojos—, pero cuando la pruebas... Te das cuenta de que te equivocaste. Hay personas que son vainilla.

—Esto lo estoy sintiendo muy íntimo y personal —se quejó, ella no quería ser vainilla. Sin embargo, por la descripción que acababa de hacer era más que obvio que para él era vainilla.

Él rió entre dientes.

Estaba totalmente de acuerdo con lo que acababa de decirle e iba a confirmarlo.

—Para nosotros es lo dulce y lo acaramelado —acarició su cabello y alzó su rostro para que sus miradas conectaran—. La vainilla es simple, dulce, segura y predecible —enumeró Antea de hacer una pausa y sonreírle, sin ninguna mala intención—. Tú eres vainilla, Layla.

—¿De la buena o de la mala?

—Vainilla —repitió, esta vez atreviéndose a dejar un casto beso en sus labios.

Layla, aunque quisiera, no tuvo tiempo a reacción o a devolverle el beso, pues vio a su padre salir del club con su teléfono en la oreja y decidió tomar distancia. Le convencía a ambos.

El mayor fue rápido en cortar la llamada que estaba haciendo al ver a su hija.

—Layla —dejó escapar un largo suspiro—, llevo más de media hora llamándote, ¿en dónde está tu teléfono?

—No lo sé —se sinceró, evitando mirarlo. Él se puso frente a ella y la obligó a levantar la mirada, no pudo seguir reteniendo las lágrimas que picaban en sus ojos y se rompió a llorar—. Lo siento mucho, papá.

—Hey, hey... —envolvió su cuerpo con sus brazos, mientras ella hundía su rostro en su pecho él buscaba información en Erick, quien estaba tan desconcertado—. No llores, amor, ¿qué te parece si me cuentas lo que ha pasado?

—Es que... —sorbió su nariz antes de volver a sollozar, a su padre le partía el corazón verla en ese estado y, aunque parezca mentira, a Erick también —. Adam no quería que te llamara, por eso me lo quitó y lo tiró al suelo...

—Vale, ¿y por qué Adam no quería que me llamaras? —interrogó, manteniendo la calma.

—Porque ellos estaban fumando y querían hacer cosas ilegales con las que yo no estaba de acuerdo...

—¿El chupetón que tienes en el cuello te lo hizo él?

—Si —dijo en un hilo de voz—, pero no quería que siguiera así que lo golpeé y me marché corriendo... Damiano me trajo hasta aquí.

—Bien, hiciste lo correcto —sus labios presionaron su frente y limpió sus lágrimas con sus pulgares—. No te preocupes por el teléfono, te compraré otro o lo que sea, ¿tú estás bien?

Ella asintió, sintiéndose ridícula una vez más. Su padre besó su sien repetidas veces, después dirigió su mirada hasta Erick y suspiró.

—Nunca creí que diría esto, pero... Erick, necesito que la lleves a casa.

—¿Y tú?—cuestionó su hija—. Papá...

—Tengo algo que hacer, Erick sabrá comportarse y no pasará nada como lo de la última vez, confía en mi —pidió en un susurro—. En serio, Layla, confía en mi.

Ella suspiró. Por supuesto que confiaba en él, no confiaba en sus intenciones de padre enfadado.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now