Capítulo 22

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A todos los santos les llega su hora. Layla no era ni por asomo una santa pero quería hacer justicia al refrán que tantas veces había escuchado por el pueblo. Su orgullo le decía que se mantuviera alejada más tiempo pero sus impulsos de cometer alguna estupidez fueron mayores, salió de la habitación como si no hubiera llorado hace poco y lució una sonrisa que destrozaría a cualquiera. Caminó con seguridad, con la cabeza en alto y con pasos firmes, admirando la decoración de la casa. La mesa que había al final del pasillo llamó su atención, pues sobre esta había cuatro fotos enmarcadas, en una de ellas salía con su familia y en las otras con la gente con la que se solía juntar.

Un suspiro se escapó de sus labios cuando tomó con sus manos una en la que aparecían él y su padre, ambos muy bien vestidos y posando con una reluciente sonrisa.

El gruñido de un perro -que ni siquiera sabía que tenía el dueño de la casa- le hizo dar un brinco del susto, haciendo que el cuadro que tenía en sus manos se cayera al suelo, el cristal crujió nada más caer y ella se puso pálida de inmediato. El animal corrió hasta ella, haciéndola retroceder asustada, era obvio que iba a morderla porque no la conocía de nada. Su espalda chocó con la mesa que tenía atrás, provocando que otros cuadros terminaran también el suelo.

—¡Mierda! —chilló, viendo que estaba ocasionando un desastre y que no tenía escapatoria. El perro ladró antes de atacar su pierna, clavando sus dientes en su piel—. ¡Aléjate!

Sacudió su pierna, pensando que con eso lograría que la soltara pero solo consiguió caerse de culo al suelo, por suerte no se clavó ningún cristal en ese momento. Instintivamente se llevó las manos a la cara para protegerse en caso de que el perro quisiera morderla en dicha zona.

Pero eso no sucedió.

El silbido de Erick lo detuvo y salió corriendo en otra dirección.

—No te muevas, puedes cortarte —indicó, acercándose a ella y extendiéndole sus manos, ella las miró mal antes de levantarse por su propia cuenta—. Tengo que curarte la herida de la pierna...

—No, no tienes que hacerlo —dejó en claro, sacudiendo su ropa para que ningún cristal quedase clavado en la tela—. Perdón por joder las fotos, iré a por una escoba para barrer los cristales y... Prometo que te compraré otros marcos para las fotos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, ignorando por completo sus palabras.

—Si, por si no lo notas sigo viva.

—Layla —advirtió, dándole una mirada fría para que se callara—. Ahora acompáñame que vamos a curar tu pierna. Perdón por eso, él no suele atacar a nadie, supongo que se asustó con el ruido del cristal y te vio como una amenaza. Si supiera que no le haces daño ni a una mosca...

—No, con las moscas soy inofensiva pero te recuerdo que a ti te azoté el culo —recordó, dejándose llevar por él hasta la habitación.

Al oírla bufó, no necesitaba que le hiciera el acuerdo pues era un momento que permanecería en su mente por mucho tiempo. Nunca se había dejado azotar por nadie... Hasta que llegó una adolescente de ojos verdes y sonrisa malévola. Tenía la facilidad de manipular a cualquiera, irradiaba inocencia con la mirada y ardía todo a su alrededor cuando caminaba. Digna hija de sus padres.

La herida no le había sacado sangre, solo le había raspado la piel. Lavó la zona con agua tibia y después con cuidado aplicó un ungüento antibiótico, se curaría pronto y no había que alterarse por ello.

—¿Te has clavado algún cristal? —interrogó, tomando sus manos para revisarlas.

—No lo sé, tal vez deba de bajarme los pantalones para que puedas comprobarlo.

—No estoy bromeando.

—Yo tampoco —burló, levantándose para poder bajar sus pantalones—. ¿Y bien? ¿Algún corte?

Erick miró sus piernas con detalle y subió hasta llegar a sus nalgas, tenía que admitir que las bragas negras le quedaban muy sexies. Aclaró su garganta, sabiendo que ella estaría mirándolo a través del espejo y se obligó a desviar la mirada.

—No, solo un bien formado trasero —admitió.

—Pervertido...

—Fuiste tú la que insististe en bajarte los pantalones —bufó, mirándola acomodarse la ropa.

—¡Era por un fin médico! Tal vez estaba teniendo una hemorragia... —dramatizó.

El dominante río, Layla no era Layla si no exageraba las cosas un mundo, ese punto lo había sacado de su madre... Aunque la adolescente dramatizaba con más frecuencia y a mayor escala.

Hubo un momento de silencio en donde única y exclusivamente se miraron a los ojos, no fue incómodo para ninguno de ellos, se notaba la tensión alrededor pero prefirieron ignorarla. Fue él quien dio el primer paso y sujetó su rostro con sus manos, soltando un suspiro que ella no tardó en imitar.

—Lo siento.

—Eso ya lo has dicho, de todas formas no tienes la culpa, ha sido tu perro y no tú...

—No me refería a eso —apoyó su frente con la suya—, hablaba de lo que te dije cuando estábamos abajo.

—Oh —musitó, como si no fuera un tema importante para ella, fingir se le daba bastante bien a pesar de que sus pulsaciones aceleradas la delataban.

—Todo lo que te dije es cierto —la poca esperanza que tenia volvió a esfumarse, sintiendo nuevamente un gran vacío en el pecho—, pero no fueron formas de decirlo. Debí tener más tacto.

—Mejor quédate callado, la cagas cada vez que abres la boca para decir algo —espetó, alejándose de él una vez más.

—Layla, nunca me dejas terminar —la agarró por la nuca, obligándola a volver a su posición de antes—. Tú también tenías razón en absolutamente todo... Yo te gusto, tú me gustas. Cuando tú seas una adulta yo seré un viejo, tal vez ahora me ves muy atractivo pero dentro de veinte años no será así, para ese entonces tú todavía estarías en tu mejor vida. No quiero cortarte las alas, no quiero que un futuro eches la vista atrás y te arrepientas de haber elegido a alguien mayor en lugar de a alguien de tu edad. Me gustas y sé que me gustarás todavía más, es por eso que esto es lo mejor, enfádate si quieres pero en el fondo sabes que tengo razón.

Lujuriosos PensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora