Capítulo 31

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Era ya noche cerrada cuando alcanzó el campo. La Luna asomaba tras un tenue manto de nubes, no había estrellas en el cielo, o al menos no se veían a simple vista. Erick soltó un suspiro de satisfacción; por fin había llegado a la dichosa casa.

Era una casita rústica que tenía su encanto, los alrededores eran bonitos, con el color verde como protagonista. El tejado tenía musgo, a Yenny le gustaba así, en las ventanas tenía flores colgantes, coloridas y llenas de vida. Una sonrisa se dibujó en sus labios de solo imaginarse a Layla correteando por los alrededores, la imagen era adorable y eso le hizo arder el pecho de una forma agradable.
Abrió la puerta, todo estaba en silencio y, como era de esperar, oscuro. Subió las escaleras con cuidado y caminó hasta la habitación que Christopher le había dicho, no quería entrar por equivocación a la que no era.

—Vaya, vaya... —sonrió, viendo la gran estantería llena de libros, desgastados por el uso y por el tiempo, que allí había. Fue la clave para saber que esa era la de Layla.

Encendió la luz para poder verla mejor. Nada del otro mundo. Un escritorio de castaño viejo en el que tenía su ordenador y una foto con sus padres de un viaje que habían hecho el año pasado. La cama estaba hecha por ella misma, lo notó de inmediato por la forma de poner los cojines.

El relincho de un caballo llenó el silencio, tuvo que asomarse a la ventana para ver a la adolescente de bajarse del animal y acariciar su piel mientras le hablaba, lo llevó consigo hasta el establo y poco después salió ella sola para dirigirse hacia casa, sacó su teléfono del bolsillo para verificar que su novio-no-novio no le hubiera enviado ningún mensaje y acto seguido subió a su habitación. Casi le sale el corazón del pecho al encontrárselo allí de pie.

—¿Qué se supone que haces aquí? ¡No deberías de estar aquí!

—No seas ruidosa, vainilla —se quejó, abriendo sus brazos para que ella pudiera meterse entre estos y abrazarlo como era debido—. ¿No me extrañaste ni siquiera un poquito?

—Sí, sí —asintió, levantando la cabeza para mirarlo a esos ojos verdes que tanto le gustaba mirar—. Pero no era motivo para cruzar la ciudad.

—Que feo que pienses eso —chasqueó su lengua—. Yo por ti cruzo la ciudad, el país y el mundo, si es necesario.

Eso le hizo sonreír. No era romántico como los personajes literarios que ella solía leer, pero él era a su manera, le gustaba que fuera así.

—¿A qué has venido, Erick? —cuestionó, mirándolo con esa sonrisa que tanto le caracterizaba.

—A verte —murmuró como si fuera obvio.

—A verme —repitió, esta vez soltando una risa.

Eso le hizo soltar un suspiro, frustrado como si solo. ¿Por qué cuando decía eso siempre obtenía la misma respuesta? O era él muy predecible y sus intenciones muy claras, o es que padre e hija se parecían más de lo que le gustaría.

—¿Te pones de acuerdo con tu padre para responderme o como va la cosa?

—Si —le siguió el juego—. Todos los jueves practicamos las respuestas, así sabemos cómo responderte y que te quedes rayado de por vida.

—Que mal me caes...

—Puedo caerte peor si me dejas —habló, con ese tono malévolo que le gustaba cuando salía a la luz.

—¿Por qué quieres caerme peor, vainilla? Si a mi me gustan las chicas buenas, las que son sumisas y obedientes.

—Te gustan —asintió—, pero yo te encanto —recalcó—. Descarada y desobediente, ¿no es así?

—¿Quién te ha mentido tanto? —se burló, llevando sus manos a su cintura y acercando su rostro hasta que sus alientos se mezclaron, el suyo cálido y el de ella frío. Solo esperaba que su cuerpo no se sintiera de la misma forma, de lo contrario tendría que calentarlo.

—Tú —susurró, con la mirada fija en sus labios resecos, él al notarlo pasó la lengua por estes para humedecerlos.

Sus manos se colaron bajo su suéter de color rojo, soltó un gruñido al notar su fría piel, quiso reclamarle por no llevar nada debajo de la prenda pero Layla fue rápida en presionar su boca e impedirle hablar. Sus labios se acariciaban con ansias y deseo, era ese tan esperado beso después de una semana sin poder tocarse.

—¿Vamos a hacerlo? —la pregunta de la joven lo tomó desprevenido.

¿Qué acaso no era de mala educación calentar la comida y después no comerla?

Lamió su labio inferior, tentándola, y acto seguido se deshizo de su suéter. Arrugó su nariz mirando el sujetador de color rosa que llevaba puesto, todavía estaba decepcionado porque no llevara una camiseta debajo.

—Por las noches refresca, no deberías de andar con poca ropa por ahí...

—No eres mi padre —bufó.

—Pero podría serlo...

La frase quedó en el aire, con las connotaciones sexuales en la mente de ambos, porque no había sido así porque la soltó pero... La mente a veces era más rápida que la propia lengua.

—¿Quieres que te llame daddy en la cama? —alzó una de sus cejas, mirándolo con diversión.

—Jodida mierda, no —negó con la cabeza, a cualquier otra le hubiera dicho que si, pero con Layla no se iba a permitir eso. No cuando la diferencia de edad era mayor. No teniendo en cuenta que su padre era uno de sus mejores amigos—. Ni se te ocurra.

Ella se carcajeó, pasando por alto el momento. Volvieron a besarse y se quitaron la ropa con frenesí, ya estorbaba desde hacía un rato, sus pieles serían más cálidas de lo que las prendas podrían llegar a ser en algún momento. Los cojines quedaron también tirados por el suelo, sus cuerpos encima del colchón se unieron, encajaban a la perfección y ese fue un temor para ambos, porque si se separaban sabían que ningún otro encajaría de la misma forma.

—No quiero romper la magia pero... —Erick carraspeó, interrumpiendo los besos que su amada estaba repartiendo por su desnudo pecho—. No hemos usado condón.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now