Capítulo 32

1.1K 121 45
                                    


El aire faltó en sus pulmones durante unos segundos, no se había dado cuenta de la gravedad del asunto hasta que él se lo planteó de forma directa.

—¿Acaso te esperabas que mi abuela tuviera condones? —preguntó, separándose de su cuerpo y mirándolo incrédula.

—Bueno, es la madre de Christopher así que no me sorprendería...

—¡Respeta a mi abuela! —chilló—. Su marido falleció hace no demasiado.

—Si, tienes razón, lo siento —carraspeó, incómodo—. No tienes que preocuparte de ninguna ETS, estoy limpio y no voy a pasarte nada.

—Pero... Tengo dieciséis años —se llevó las manos a la cabeza—. Madre mía, no puedo quedarme embarazada y menos...

Apretó sus labios al darse cuenta de lo que estaba diciendo, al dominante no le pareció mal, todo lo contrario. Le gustaba que hablara las cosas con claridad, no se sentiría ofendido porque ella no quisiera tener un hijo suyo, era lo más lógico.

—Y menos tener un hijo mío —habló él, asintiendo con la cabeza—. Lo entiendo perfectamente, Layla.

—Yo no quise decir eso —murmuró por lo bajo—. Sé que soy joven pero... No quiero ser madre, ni ahora ni a los treinta ni nada por el estilo. No todas las mujeres soñamos con ser madres, ¿sabes?

—Ni todos los hombres con ser padres —habló, chasqueando su lengua contra su paladar—. Mis mejores amigos tienen todos hijos, por ejemplo: tu padre. Yo no quiero tenerlos, creo que ya se me está pasando el tiempo de ser padre.

—No puedes decir que no quieres ser padre y después andar follando por ahí a chicas sin condón.

—Yo no he follado a chicas sin condón —dijo entre dientes—, te he follado a ti.

La adolescente bufó, claro que había notado la diferencia en su tono de voz para decir tal cosa y claro que había notado también como su pulso se aceleraba al escucharlo, pero no mostraría debilidad ya de primeras.

Sabía de sobra que existían otros métodos anticonceptivos, como la dichosa pastilla del día después, la que tendría que tomarse si o si mañana. Ahora bien, ¿cómo le diría a su abuela eso? En el pueblo no había farmacias así que lo tenía complicado.

—Lo siento, ¿vale? —suspiró, levantándose de la cama y buscando con la mirada su ropa por el suelo—. Fui un inconsciente de mierda, me dejé llevar sin pensar en las consecuencias... Iré a comprarte una pastilla para que no te quedes embarazada, es lo que menos queremos.

Como si le leyera la mente.

Layla pasó saliva por su garganta y lo regresó a mirar, sintiéndose un poco mal, la culpa no había sido solo de él, ella también había participado y en lo último que pensó fue en usar protección.

—No te molestes, no vas a encontrar una farmacia abierta a estas horas.

—Layla, déjame hacer las cosas a mi manera, por favor —pidió, tomando la ropa y vistiendo prenda por prenda. Ella lo observó en silencio, sin hacer el más mínimo ruido. Cuando terminó se acercó a la cama para dejar un suave beso en sus labios—. Descansa, volveré pronto y te la dejaré en la mesita, así mañana por la mañana te la tomas.

—Erick —lo llamó cuando empezó a caminar hacia la puerta, este se giró para entender a su llamado—, te amo.

Sonrió con los labios pegados, solo Layla podía decirle tal cosa después de toda la conversación que habían tenido hace rato.

—Y yo a ti, vainilla —le guiñó un ojo—, duérmete.

Salió antes de que protestara, porque conociéndola era obvio que iba a reclamar diciendo que dormir estaba sobrevalorado y que "tampoco era tan tarde", pero si lo era.

Se encontró una farmacia de guardia llegando a la ciudad, por suerte nadie lo miró raro por ir a comprar una pastilla a esas horas, por supuesto que las horas de ida y vuelta no ayudaban en lo más mínimo. Era de madrugada cuando estaba de vuelta en el campo, solo para colarse en la habitación de la adolescente y dejarle la pastilla en la mesita de noche tal y como le había dicho que haría. Contuvo las ganas de acostarse a su lado y abrazarse a su cuerpo, durmiendo parecía un ángel.

Suspiró, la arropó para que no la cogiera el frío durante la madrugada y salió de la habitación para volver a subirse al coche y, esta vez, ir a su propia casa.

Cuando Layla se despertó eran pasadas las once de la mañana, se había dormido tarde y durante un largo rato no hizo más que dar vueltas, pero después el cansancio se apoderó de su cuerpo y se obligó a sí misma a dormir. Tomó la pastilla nada más verla, sin necesidad de tomarle agua, su saliva era más que efectiva para tragar. Hizo su rutina como cada mañana, aun sintiéndose un poco vacía por no tener allí al hombre que cruzó la ciudad para verla.

Bueno, para verla sin ropa gimiendo su nombre.

—Layla, llamó tu padre cuando estabas dormida —informó su abuela—. Supongo que solo quería saber cómo estabas y esas cosas.

—Gracias por avisarme, ya lo llamaré después.

No iba a llamarlo, si tan importante era seguro que él volvería a llamar. Tenía la ligera sospecha de que sabía de lo que su padre iba a hablar y no le apetecía, no cuando era obvio que le soltaría lo que pasó anoche y a él no le agradaría.

—¿Quién es él? —preguntó, mirando por la ventana de la cocina el patio exterior de los vecinos.

—Es el hijo de los vecinos, nunca viene al campo porque es un chico de ciudad —rió—. Solo fíjate en su ropa, Layla... O en las caras que pone, pobre chico.

—Es guapo —señaló.

—El chico que vino anoche también lo era.

Se tensó por completo, sintiendo sus mejillas arder con ganas, no se giró para mirar a su abuela. No quería darle explicaciones.

Atrapada, Layla, atrapadísima.

—El que vino a traerlo —añadió al cabo de unos segundos, poniendo una sonrisa pícara en los labios.

Entonces rió, esa risa nerviosa que su abuela ya conocía gracias a su nuera, esa que le hizo reír también porque había cosas que nunca cambiaban.

Lujuriosos PensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora