Capítulo 15

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No era un secreto que Layla amara leer, para su suerte la llevaban todas las semanas a la librería que estaba cerca de su casa y le compraban los libros que más le llamaban la atención. Al hacer esto con tanta frecuencia terminó haciéndose amiga de Carla, la hija de la jefa, quien acompañaba a su madre al trabajo de vez en cuando.

—Creo que este fin de semana quieren quedar todos en la playa —anunció Christopher, poniéndose el cinturón de seguridad, Layla imitó la acción después de acomodar los libros que su padre le había comprado hace escaso minutos en su regazo.

—No quiero ir a la playa, ya me está creciendo pelo de nuevo y no me apetece depilarme —se quejó.

—Layla, el vello corporal es completamente normal, al llegar la adolescencia crece más rápido, al igual que ciertas partes del cuerpo.

—Oh, hablando de eso, ¿cuándo me van a crecer las tetas? —quiso saber—. A Carla este verano le han crecido, ahora los chicos la miran más y eso no le gusta.

—Yo... ¿Por qué diablos habría de saber cuando te van a crecer las tetas? —arrugó su nariz tras pellizcarse el puente de esto—. No te creas que tener los pechos grandes es lo mejor.

—A los chicos les gustan más —señaló.

—Los adolescentes tienen las hormonas alborotadas y están acostumbrados a lo que ven en el porno —bufó—. Tu madre nunca ha tenido las tetas grandes, tenerte a ti hizo que le aumentara el tamaño pero tampoco gran cosa, y ¿sabes? Ella es perfecta así como es, no necesita que ninguna parte de su cuerpo tenga más grandes dimensiones para llamar la atención.

—Suenas como un adulto enamorado —se burló—. Pero ahora en serio, si no me crecen las tetas vas a pagarme una operación de aumento de pecho.

—¡Layla, tienes dieciséis años! —exclamó—. Tus tetas ya tendrán tiempo de crecer, no necesitas silicona en el cuerpo.

Ella rió, adoraba molestar a su padre con temas de ese estilo, aun sabiendo que él tenía toda la razón. De todos modos, su cuerpo no era algo que le importase demasiado, su madre siempre estaba ahí para borrar las inseguridades y hacerle saber que todo era natural y normal, que no debía de preocuparse por nada. Al llegar a casa se encontró a su madre muy concentrada corriendo uno de los escritos que le habían enviado, arrugó su nariz al ver ciertas faltas de ortografía que se pasaban de su límite y cerró el ordenador de golpe, llevándose una mano a la frente. La historia en sí era buena pero tantas faltas de ortografía le harían sangrar los ojos a cualquiera.

—¡Mamá, papá dice que no me van a crecer las tetas y que no me pagará una cirugía de aumento! —chilló, dramatizando.

La rubia miró al padre de la criatura, quien fruncía el ceño negando con la cabeza.

—Pequeño demonio mentiroso, yo no dije exactamente eso —farfulló.

—¡Si que lo dijo! ¡Si que lo dijo! —repitió un par de veces, haciéndole poner los ojos en blanco a ambos casi al mismo tiempo.

—Bien, no le hagas caso a tu padre —suspiró, ganándose una mala mirada del recién nombrado, Layla sonrió victoriosa y le echó la lengua en señal de que había ganado esa batalla.

—Tú me pagarás la operación, ¿verdad que si, mami?

—No —negó—, búscate un Sugar Daddy.

—Creo que ya tengo a uno —se burló—, mañana se lo preguntaré.

Nadie dijo nada al respecto, no iban a iniciar una conversación que más tarde no le gustaría terminar. El drama con Erick ya había sido suficiente, aunque ambos sabían que solo era el inicio de algo mucho más grande. Al llegar la noche, justo después de cenar, Christopher recibió una noticia que no le gustó para nada, pues aunque detestaba al hombre que tenía como padre tampoco le deseaba la muerte.

—Hey, a mi también me cae mal pero... Es necesario ir —dijo Cyara, apretando ligeramente sus hombros.

—¿Y yo puedo ir?

—No, tú no... Llamaré a Evelyn para que te quedes esta noche con ellos.

—También puedes llamar a Erick —sugirió.

—Ha dicho que llamará a Evelyn —su padre fue rápido en intervenir.

—Papá, tienen una bebé de pocos meses... Luna es un encanto cuando está dormida, no cuando se pone a llorar —bufó.

La rubia miró a Christopher, como si estuviera pidiéndole disculpas con la mirada, ambos sabían que su hija tenía razón en lo que había dicho. Finalmente, tras tener una conversación de esas que no se necesitaban las palabras, Cyara tomó su teléfono para llamar al dueño más joven del club, quien respondió gustoso diciéndole que estaría allí en hora y media.

En ese tiempo ambos aprovecharon para irse a cambiar de ropa, no se podían presentar en el hospital así o alguien los regañaría...

—Ponte el pijama y vete a dormir —murmuró Christopher besando la frente de su hija—. No me hagas arrepentirme de lo de hoy.

—Descuida, papá, si pasa algo tú no vas a enterarte, recuerda que me enseñaste a borrar los chupetones —le guiñó un ojo con diversión.

Él puso los ojos en blanco, despeinándola con su mano derecha. No necesitaba que tuviera chupetones en el cuello ni en ninguna otra parte de su cuerpo porque sabía identificar las cosas sin necesidad de marcas.

—¿Necesito recordarte en dónde están los condones? —cuestionó, alzando una ceja.

—¡Papá, yo solo bromeaba! —chilló avergonzada—. No quiero saber en donde están los condones porque no serán necesarios.

—Ya, claro —chasqueó su lengua, antes de que pudiera seguir hablando alguien tocó el timbre de su casa. Fue rápido en ir a la puerta para abrir, al otro lado estaba Erick con unos pantalones de vestir de color gris y una camisa azul, remangada y con los dos primeros botones desabotonados—. ¿Tengo que recordarte que tiene dieciséis años?

—Buenas noches antes de nada —suspiró, fingiendo indignación— y no, créeme que ya me acuerdo de eso perfectamente.

Christopher asintió sin decir nada más, cuando Cyara bajó por las escaleras y lo vio se acercó a saludar para después darle una advertencia similar.

Layla soltó un largo suspiro cuando por fin cerraron la puerta y los dejaron a solas.

—Perdón por mis padres, ellos son un poco... Precavidos.

—Descuida, si yo tuviera una hija así de bonita y jovencita como tú también haría lo posible y hasta lo imposible para que no anduviera con imbéciles que no le convienen —clavó su verdosa mirada en ella, haciéndole sentir un escalofrío al instante, odiaba que tuviera ese efecto en su cuerpo con solo mirarla—. Buenas noches, vainilla, me parece que la velada de hoy será agradable.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now