Capítulo 6

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Erick se repetía una y otra vez en su mente que lo que había hecho no tenía perdón de Dios, se había pasado al haberla forzado a tener sexo oral y se sentía un completo hijo de puta.

Los dominantes también tenían sus límites y lo básico era saber cuando tenían que parar, de lo contrario la práctica sexual dejaría de ser placentera y pasaría a ser dolorosa.

Bien, pues con Layla había sido más bien una tortura. No por haber roto algún látigo en su piel, ni por dejar marcas en su cuerpo, ni por nada de eso. Simplemente por haberla forzado.

Él no era así. Las mujeres iban a él, no al contrario. Pero dentro de sí sabía que Layla nunca llegaría a pedírselo, por eso se acercó para invitarla a algo más. Aún sabiendo que era un error por muchas razones... Empezando porque era menor de edad y además la hija de uno de sus compañeros.

La sorpresa se la llevó al llegar a casa. Era noche cerrada, ninguna de las luces estaba encendida- tampoco se molestó en encenderlas- y no había ni el más mínimo ruido. Cerró la puerta tras su cuerpo, dejó escapar un suspiro y se dirigió hacia las escaleras dispuesto a subir a su habitación, dormirse y no despertar hasta el día siguiente. No quería pensar, no cuando la única persona que se aparecía por su mente le traía dolor de cabeza consigo.

—¿A dónde vas, Colón?—La voz de alguien más se hizo presente, llenando el silencio que hasta el momento había reinado en toda la casa.

El recién nombrado detuvo sus pasos y con la mirada trató de buscar a la persona que lo había llamado, sabía de sobra de quien se trataba pues estaba acostumbrado a oír su voz a diario. Sin embargo, echaba en falta la falta de vista.

No tenía cerca ningún interruptor de la luz por lo que si quería encenderla tendría que desplazarse.

—¿Qué haces aquí?

—¿Te crees en el derecho de preguntar algo, hijo de puta?— siseó con rabia.

Desde luego que no, y mucho menos después de lo que había ocurrido esa mañana. No sería capaz de admitirlo en voz alta ni tampoco de confesárselo, aunque estaba seguro de que ya lo sabía, de lo contrario no se habría tomado la molestia de recorrer media ciudad a tales horas de la noche.

Sintió sus pasos. Poco después escuchó como algo era descolgado de la pared, dudaba mucho de que fuera un cuadro así que lo único que le quedaba era el látigo que adornaba la pared cercana a las escaleras. Nunca estuvo muy seguro de la razón por la que estaba ahí, tampoco se molestó nunca en sacarlo o cambiarlo de lugar.

—Creo que estás tomando una decisión en caliente y que te arrepentirás de esto más tarde, lo mejor será hablar con tranquilidad — opinó el ojiverde ocultando el pequeño temor que sentía en esos momentos.

—Eso es algo que sueles hacer tú, ¿no?— Rió de forma irónica—. Tomar decisiones en caliente... Yo a diferencia de ti, Erick, no me arrepiento — siseó detrás de él, antes de que el joven pudiera girarse se lo impidió, con sus manos agarraba los extremos del látigo mientras que este presionó su garganta—. Porque yo sí sé lo que hago, yo soy un buen dominante que sabe controlarse.

Las manos de Erick fueron hacia la tira del látigo que empezaba a asfixiarlo, en respuesta su compañero apretó más el agarre. Tenía más fuerza por lo que no le importaba que él forcejara.

—Para... Tienes que detenerte...— su respiración era cada vez más dificultosa—. Por favor...

—¿De esa forma te suplicaba mi hija, Erick?— cuestionó con dureza—. ¿Así es como te pedía que te detuvieras y tú nunca lo hiciste? Ella también se sentía ahogada con tu polla en su garganta, ¿sabes?

Aunque quisiera responder la voz no fue capaz de salir, Christopher supo que había sido suficiente y dejó caer el látigo. Una de sus manos tomó con fuerza del cabello de Erick y estampó su cabeza contra la pared más cercana, su rodilla presionó en su espalda baja dejándolo totalmente inmovilizado contra esta.

—Para la próxima te mato, yo no voy a tener carga de consciencia — le hizo saber—. Mi hija es más que un cuerpo que tú uses para cumplir tus deseos y hacer tus mierdas fetichistas. A Layla Vélez Ross vas a respetarla aunque sea lo último que hagas en tu miserable vida.

Finalmente, sacó sus manos de su cuerpo entre el enojo y la rabia que le provocaba tocar al sujeto que había hecho llorar a su hija.

Erick no supo si sentirse aliviado o atemorizado, tal vez acababa de abandonar su casa pero sabía que se lo encontraría mañana en el club y tendría que mirarlo a la cara, fingiendo que no había pasado nada semejante a lo de hace minutos.

Esa noche no pudo dormir, cada vez que daba la vuelta en el colchón y cerraba sus ojos después de minutos mirando a la nada en la oscuridad, la imagen de la adolescente aparecía en su mente casi en forma de pesadillas.

El remordimiento, Erick. Hay que joderse por haber sido un impulsivo de mierda y querer cobrártelas con la niña por rabia a su padre.

Porque si, la discusión que había tenido con Christopher cuando lo pilló mirándole el culo descaradamente a Layla fue la primera razón para hacer lo que hizo. Quería demostrarle que él no era nadie para mandar en su vida, y que mejor forma que dominando a su hija, que se notaba que tenía un pequeño flechazo por él.

—Eres una puta mierda, Erick.—Se maldijo a sí mismo entre dientes, sin poder creerse que esa fuera su primera idea.

Ahora solo buscaba la forma de volver a hablar con ella, quien de seguro no querría ni verlo en pintura después de lo sucedido, tan solo para poder pedirle disculpas y admitir que fue un completo hijo de puta.

Arrepentirse era de humanos.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now