Capítulo 23

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Si, sabía que en el fondo tenía razón en absolutamente todo y es por eso que no iba a hacerle caso. Si le gustaba, ¿por qué no arriesgarse? Su padre también era mayor que su madre y habían tenido una hija, e iban por el segundo, se les veía bastante bien, mejor incluso que a otras parejas que son de la misma edad. Los años solo un número, al fin y al cabo.

—Lo que has dicho ha sido muy bonito —admitió, sonriendo de lado—. Pero sabes de sobra que las palabras se las lleva el viento... Y, ¡oh! La ventana está abierta, seguro que tus oraciones bien formadas ya están volando por encima de la casa del vecino.

—Layla —gruñó en advertencia—, tu actitud de niñata es algo que no soporto.

—¿Y qué harás al respecto, refunfuñón? —lo provocó, mirándolo con picardía–. ¿Me azotarás? Oh, ya sé... ¡Me atarás a la cama!

—Te pondré una jodida mordaza.

—¿Una qué? —alzó sus cejas, curiosa.

El dominante sonrió con malicia, podía verse muy malévola pero todavía estaba llena de inocencia. Era una niña y el infierno era muy extenso, quizá solo tenía que tomarla de la mano y guiarla por este. ¿Sería eso lo correcto?

—Prometo enseñarte todo, vainilla —su voz había sonado calmada, como si fuera lo más normal del mundo la conversación que estaban a punto de tener—. Pero antes debemos de marcar unos límites.

—¿Límites? No sé si tengo límites...

—Tus ojos delatan tu mentira, vainilla —rió negando con la cabeza—. Todos tenemos límites y sé que tú tienes claros los tuyos, a pesar de no haber probado demasiado en el sexo sabes con certeza qué cosas no quieres hacer, las que te repugnan así como hacerle una felación a un hombre.

—Si, bueno, no tengo buena experiencia con eso —carraspeó, él asintió y la invitó a seguir hablando—. No quiero agresiones verbales, si me insultas lo voy a tomar a mal, no me pone cachonda que me llamen "puta".

—Nada de palabras malas, entendido —asintió.

—Tampoco quiero sangre, me aterra la sangre —concretó—. Ni mucho menos cosas asquerosas.

—Define "cosas asquerosas" —hizo comillas con sus dedos en el aire.

—Nada de semen, ni orina, ni excrementos... —arrugó su nariz, haciéndole al dominante arrugar la frente—. No me mires así, hablo muy en serio.

—No tenía pensado hacer nada con eso —le aseguró—. ¿Algo más? ¿Supone para ti un problema tener las manos atadas? ¿El uso de juguetes sexuales? ¿Limitación de la vista? ¿Amordazarte?


—Creo que... Bueno.. —carraspeó incómoda, sintiéndose un tanto avergonzada por lo que iba a decir.

—Vainilla, la comunicación es lo esencial si queremos que esto funcione —dejó claro, tomó su mano con la suya y entrelazó sus dedos en un gesto de cariño—. Nada de vergüenza, ¿vale?

Tomó una profunda respiración antes de asentir. Era consciente de que él no se lo tomaría a mal, ni se reiría, ni nada de nada, pero estaba acostumbrada a que con sus amigos siempre fuera así. Cuando surgía un tema sexual tenía que morderse la lengua porque no tardaban mucho en hacer comentarios que a ella no le agradaban.

—No quiero probar el sexo anal, me repugna tanto como el oral —soltó, mordisqueando su labio inferior un tanto indecisa—. Creo que es todo, lo demás supongo que es cuestión de probar...

Erick vaciló unos instantes, repasando las cosas que le había dicho y después asintió, tenía unos límites muy similares a cierta rubia descarada que ambos conocían muy bien. Pero claro, no le iba a decir que en cuanto a lo sexual se parecía a su madre. Fue su turno de atrapar su labio con sus dientes, pensando, si se parecía a su madre había grandes posibilidades de que no fuera sumisa del todo.

—Creo que tienes rasgos de sumisa —admitió en voz alta—, al igual que los tienes de dominante.

—¿Soy un bicho raro? —preguntó, divertida.

—No —rió entre dientes—, eres switch, lo que supone que puedes adoptar ambos roles y disfrutarlos por igual —le hizo saber—. Hay diferentes tipos de switch, están los que definen un rol fijo con una persona: pueden ser dominantes con una persona y sumisos con otra. Otros adoptan distinto rol con una misma persona: en una sesión hace de dominante y en otra de sumiso, mismo en una sesión puede iniciar siendo una cosa y terminar siendo la otra. Y ya para finalizar están los que definen su rol según el sexo de la otra persona: con una mujer puede ser dominante y con un hombre sumiso.

—¿Y yo que soy? —interrogó con la curiosidad picándole más que nunca.

—Eso hay que descubrirlo —murmuró por lo bajo, aunque en el fondo él ya tenía muy claro cuál era—. Voy a amordazarte, lo que implica que no podrás hablar, te haré preguntas y si estás de acuerdo asentirás y si no negarás con la cabeza. Si en algún momento quieres detener la práctica toca mi cadera con tu tobillo.

—Eso significa que me atarás las manos...

—Chica lista —le guiñó un ojo, levantándose para tomar la mordaza que usaría con ella, se decantó por la que tenía una pelota de goma, al menos podría morder en ella. La ajustó en su cabeza y le abrió la boca para dejarle la bola en esta—. ¿Está muy apretada?

Layla negó con la cabeza, sabiendo que con tener la boca abierta sólo conseguiría ensalivarse. Pensar en ello la hacía sonrojarse, tenía vergüenza de quedar llena de babas con Erick mirándola. Si supiera que era lo más normal del mundo y que al dominante no le sorprendería en lo más mínimo...

—Pon tus manos en la espalda, vainilla —indicó, ella lo hizo lo que le había pedido mientras lo observaba sacarse el cinturón—. ¿Está bien que lo use para inmovilizar tus manos?

Asintió, dándole a entender que estaba más que bien. Su corazón palpitaba con fuerza contra su pecho, la emoción de estar viviendo algo nuevo, experimentando un nuevo terreno, estaba más que presente y eso lo notaba cualquiera que fuera un poco observador.

Erick se deshizo de los pantalones de la chica, dejándola únicamente en bragas, le separó las piernas y le indicó con la mirada que no se moviera. Acto seguido caminó por la habitación, deteniéndose al encontrar lo que ansiaba usar con ella, una delgada vara que le sería muy útil.

—Voy a usar esto contigo, vainilla —se sentó a su lado y con su mano libre la agarró del cabello, no tiró de este, solo lo sujetó—. Si cierras las piernas seguiré azotándote, ¿ha quedado claro?

Volvió a asentir, haciéndolo sonreír con malicia, pues el instinto del cuerpo al golpear en dicha zona era cerrar las piernas para mitigar el dolor. Sin duda, iban a tener una tarde muy entretenida e interesante.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now