Capítulo 48

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A las tres de la mañana seguía paseándome cómo desquiciada por la casa, Alexei no aparecía, no contestaba y nadie lo podía ubicar joder, juro que cuando lo encuentre, le voy a acomodar el cerebro del tamaño de un maní que posee y después lo voy a abrazar, porque me tiene con el alma en un hilo.

— Señora, hay problemas con la bodega, el jefe suele hacerse cargo, pero cómo no está...

Vladimir y otro problema.

Perfecto.

— Cuéntame.

Suspiré.

— Hay mafias aquí en Rusia además de la nuestra, pensaron que sería buena idea robar mercancía y distribuirla por sus pequeños territorios — asqueado— esas ratas asquerosas...

— ¿Las atraparon?

— Sí, pero hay que hacerse caro de ellas.

Asentí.

— Dame cinco minutos y nos vamos.

— Sí jefa.

Asentí, di media vuelta y volé por las escaleras, me vestí con rapidez, pedí que le pusieran un ojo a Alek y subí al auto, llegando al lugar dónde tenían esos sujetos, tres sentados en el piso, atados de pies y manos, y uno colgado de cabeza en el centro de las puertas del galón, atado de una de las vigas.

— Vaya, vaya, vaya ¿A quién tenemos aquí?

Acercándome a ellos.

— Están jugando los hombres, ve a preparar el té a otro lado, mujer.

Mencionando mi genero con asco.

Me acerqué a él decidida, pateando su rostro con fuerza, viendo como escupía uno de sus dientes y escupía sangre.

— ¿Te acomodé los pensamientos, hijo de puta?

Me observó atemorizado.

— ¡Estás loca, perra!

Dos hombres de Alexei lo golpearon esta vez.

— Cuidado con tu boca, es la jefa con la que hablas.

Señaló uno de ellos.

— Yo sabía que el líder de La Mafia Rusa, era hombre — sonrió con sorna el que estaba colgado de cabeza— a menos de que se haga un cambio de género, no veo posible que seas tú, más bien, encuentro patético que el gran Alexei se oculte tras una mujer.

— Mira, no voy a gastar palabras contigo — observándolo— No estoy de humor. Chicos — observando a mis hombres— Creo que un par de golpecitos con el auto lo haría entrar en razón.

— ¡¿Qué?!

Cambió su semblante a uno aterrado en segundos.

— Cualquiera, mátenlo, atropéllenlo, ahóguenlo, golpéenlo, hagan lo que quieran con él. Entreténganse con su culo si quieren, no me importa.

Restándole importancia.

— Sí señora, será un placer.

Mis hombres sonrieron con malicia, acercándose a ese hombre que no paró de gritar hasta que por fin se murió, joder... que buenos pulmones tenía.

— Ustedes dos — viendo a los únicos sujetos con vida, el otro se murió en algún punto— ¿Quién los envió?

— El j-jefe, n-nuestro jefe quería un poco de mercadería, nos envió, yo...

— ¡Sólo seguimos ordenes! ¡Perdónenos la vida por favor!

Lloró desesperado.

— Mmm... veamos — dando un paso lejos de ellos— Vladimir ¿Cuántos hombres se necesitan para enviar un mensaje?

Despiadado.Where stories live. Discover now