Capítulo 1: Casualidad

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Madrid, 1947

Recorrió las ya oscuras calles del barrio de Chamberí buscando el hostal que le habían recomendado, un lugar discreto donde no levantaría sospechas. Tenía que darse prisa si no quería toparse con el sereno y que la acribillara a preguntas, no era habitual ni apropiado que una señorita anduviera por allí a esas horas de la noche. No estaba previsto que llegara tan tarde pero el retraso de su tren trastocó sus planes iniciales. Iba aproximándose cada vez más a la plaza de los Frutos, en medio de un silencio casi sepulcral, cuando se chocó con otra señorita que, como ella, no debía estar allí.

- Disculpe, iba despistada - dijo la desconocida en voz baja.

- No pasa nada, yo también - dejó la maleta en el suelo y se fijó en si aquella chica se había hecho daño - ¿Está usted bien?

- Sí, sí, no ha sido nada - levantó la vista y sus ojos se encontraron.

Tú.

- ¿Es usted de por aquí?

- Sí, vivo en la plaza de los Frutos, está aquí al lado.

- ¿Podría decirme dónde se encuentra el hostal La Estrella? Lo cierto es que ando un poco perdida y ya llevo un rato buscándolo.

- Claro, está en la misma plaza. Yo voy para allá, si quiere puede acompañarme.

- Si no le importa... me vendría bien - dijo con una sonrisa.

- Claro que no, sígame.

La forastera agarró su maleta de nuevo y comenzaron a caminar en silencio para no llamar la atención, cada una pensando en sus cosas. Una estaba deseando instalarse después del agotador viaje, mañana comenzaba en su nuevo trabajo y tenía que madrugar. La otra tenía prisa por subir a casa y que sus padres no se percataran de su ausencia, no les había avisado de que salía y no quería llevarse una reprimenda. Sin embargo, aquel silencio no fue incómodo, más bien al contrario. No les hizo falta hablar. De hecho con ese cruce de miradas inicial ya se habían dicho mucho más de lo que pensaban. Hay personas que conectan desde el principio, sin saber muy bien ni cómo, y ese era su caso aunque aún no fueran conscientes de ello. Al igual que tampoco sabían que ese choque marcaría el principio de una relación que no dejaría indiferente a ninguna de las dos y que, para bien o para mal, iba a cambiar su vida por completo.

- Muchas gracias por indicarme el camino, señorita...

- Me llamo Amelia Ledesma, puede tutearme - se presentó.

- Luisa Gómez - se dieron dos besos de cortesía. - También puedes tratarme de tú, los formalismos me hacen sentir mayor.

- De acuerdo. Bueno... pues me marcho, que no quiero que mis padres se preocupen.

- Por supuesto - dijo sin despegar la vista de ella.

- Supongo que volveremos a coincidir por aquí, así que... hasta la próxima.

- Hasta la próxima, ha sido un placer conocerte.

- Igualmente - le sonrió y entró al portal de su edificio.

Vaya, vaya... ¿De dónde venías, señorita Ledesma?

Una sonrisa se le formó también en la cara y agarró su maleta. Fue recibida en el hostal por una señora de mediana edad y apariencia afable que le tomó los datos y le asignó una de las habitaciones, asegurándose antes de si había tomado algo para que no fuera a dormir con el estómago vacío. Le resultó entrañable comprobar como aquella mujer se comportaba prácticamente como una madre con sus huéspedes.

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