Capítulo 5: Conversaciones

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Miró en todas direcciones, cerciorándose de que nadie la seguía. Era temprano y a esas horas no había demasiada gente pero toda precaución le parecía poca. Lo último que necesitaba era que alguien conocido la encontrara hablando con el jefe y les relacionaran. No tardó en verle a lo lejos. Estaba sentado en uno de los bancos del parque leyendo el periódico, o al menos eso pretendía aparentar. No había llegado tarde, de hecho aún faltaban unos minutos para la hora que habían estipulado, así que eso le hizo intuir cierta urgencia por su parte. Tal y como esperaba. Fue con disimulo hasta él y se quedó parada a su lado.

- ¿Alguna información? – preguntó en cuanto se percató de su presencia.

- Solo llevo una semana, señor. Poco puedo aportar por el momento.

Y se preparó para lo que sabía que le iba a decir. El comandante giró la cabeza y la miró fijamente.

- Esto es una lucha contrarreloj, Gómez. Tiene que darse la mayor prisa posible, los de arriba ya están insistiendo.

Qué novedad

- Me ordenó vigilar ese posible nido de comunistas y es lo que estoy haciendo, pero no es tan sencillo ganarme su confianza.

- Pues aplíquese – Luisa agachó la cabeza como muestra de sumisión, mordiéndose la lengua para no llevarle la contraria. - ¿Con quién ha tenido contacto?

- Con quien más trato he tenido ha sido con la señorita Ledesma. Está empezando en la profesión y me han encargado que la supervise.

- Esa está limpia, su padre se encarga de meterla en vereda.

- ¿Está usted seguro?

- ¿Pone en duda mi criterio? – le replicó de forma autoritaria.

- No, señor. Solo digo que todo el mundo es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario. Mi deber es no pasar nada ni nadie por alto – dijo en un intento de defender su postura sin llegar a ofenderle.

El comandante decidió no rebatir su argumento al considerarlo una muestra de profesionalidad. Pero seguía pensando exactamente lo mismo: Amelia Ledesma no suponía ningún problema.

- Muy bien, Gómez. Nos veremos la semana que viene aquí a la misma hora. Procure traerme algo interesante para entonces. – dobló el periódico y se levantó. – Confío en sus capacidades pero no tiente a la suerte.

- A sus órdenes – dijo solemnemente y le vio marcharse.

No se entera de nada, comandante.

⋆★⋆

Salió de clase con un buen sabor de boca. No había sido el examen de su vida pero tampoco tan desastroso como para que aquel traspiés se viera reflejado en su expediente hasta entonces intachable. Mateo aún no había acabado el suyo así que bajó para esperarle en la cafetería. Entre las prisas del famoso repaso de última hora y los nervios que le habían cerrado el estómago, no se había ni tomado su habitual café mañanero. Un café que después de la noche toledana que había pasado, le hacía más falta que nunca.

Se pidió uno y trató de matar el tiempo acabándose un libro que había empezado hace días. Su intento, sin embargo, fue en vano. Seguía con los mismos problemas de concentración que la noche anterior. No podía sacársela de la cabeza. Luisa, Luisa y más Luisa. No quería ni pensar cuánto tiempo se había pasado cavilando sobre ella en las últimas horas. Necesitaba hablar con Mateo y escuchar una opinión externa que le confirmara que sus sospechas no eran infundadas y que, sobre todo, la ayudara a decidirse.

La razón y el cuerpo le estaban pidiendo cosas distintas... y a alguno de los dos le tenía que decir que no.

- Desde que anunciaron que la iban a estrenar no se habla de otra cosa que no sea lo "indecente" – expuso recalcando las comillas – que es el personaje de Gilda.

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