Capítulo 11: Planes

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Luisa se apoyó en la fachada del hostal, con la mirada fija en la puerta del edificio de enfrente. Se sacó el paquete de tabaco del bolsillo y sacudió la cabeza ligeramente al ver que le quedaban pocos cigarros, iba a tener que pasarse por el estanco al salir de la redacción. Tenía que reconocer que cada vez dependía más de ellos, pero es que eran de las pocas cosas que conseguían relajarla.

Primero salió una chica de servicio con un cesto de mimbre, querría aprovechar para pasarse temprano por el mercado y quedarse con el mejor género. Ese que estaba recién descargado del camión. Al ver a Luisa le dio los buenos días educadamente y siguió su camino. Otra calada al cigarro. Luego vio a la portera, que se disponía a barrer la entrada y sacar la basura. Servicial y disciplinada, ideal para trabajar en un edificio de gente con posibles. En una de las veces que alzó la vista le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. Luisa le respondió con otro. Cuando terminó con sus labores volvió dentro para fregar el rellano antes de que los propietarios salieran de sus casas. Por las mañanas corría una ligera brisa así que el suelo no tardaba mucho en secarse.

Todo estaba sucediendo como siempre, la misma rutina de cada día... a excepción de lo más importante. Se miró el reloj y le extrañó que a esas horas Amelia no hubiera bajado aún, solía ser bastante puntual. Tampoco es que fueran a llegar tarde a la redacción, pero le pareció cuanto menos sospechoso. Normalmente bajaba unos minutos antes, cuando la veía por la ventana, y charlaban un rato antes de ir a coger el metro. Apareció poco después, con un vestido morado y un pañuelo blanco anudado en el cuello.

— Buenos días. — la saludó desde su posición y fue acercándose poco a poco.

Amelia caminó también hacia ella hasta que se encontraron en mitad de la plaza.

— Buenos días, Luisa.

— ¿Se te han pegado hoy las sábanas? — preguntó divertida.

— ¿Eh? Sí, bueno... perdón, es que no encontraba el bolso por ningún lado. A veces no sé dónde tengo la cabeza. — se excusó.

— Bueno, no pasa nada. – le sonrió. — Bonito pañuelo.

— Gracias.

— ¿No vas a tener calor con él?

Al fin y al cabo estaban a principios de julio.

— No, no... estoy bien.

— Ya... — dejó entrever una pequeña sonrisa. — ¿Me permites un consejo?

— Sí, claro. — dijo sin saber muy bien por dónde le iba a salir.

Sin previo aviso Luisa deshizo el nudo del pañuelo y se lo quitó del cuello.

— Si quieres ocultarte un chupetón, es mejor que te lo pongas de esta forma.

Le retiró el pelo con cuidado y volvió a colocárselo.

— Luisa, yo...

Maldita la hora en la que esa chica se vino más arriba de la cuenta.

— ¿Por qué no me lo dijiste directamente? No hacía falta mentirme.

— No sé, me sabía mal que pensaras que...

— ¿Que pensara qué? — preguntó confusa al ver que no acababa la frase — Dijimos que podíamos ver a otras personas, no hay ningún problema con eso.

Aunque para ser sincera, en ese momento no sabía si le había molestado más el hecho de que le hubiera mentido o que hubiera preferido pasar la noche con otra antes que con ella.

— Ya, pero no sé, no quería que sintieras que te estaba rechazando.

Luisa echó a reír.

— Amelia, tampoco estás obligada a decirme que sí cada vez que te proponga algo.

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