Capítulo 39: Ella

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Abrió la puerta y paró en seco al ver que no estaba sola.

— Buenos días, jefa.

— ¿Qué haces aquí?

— Trabajo aquí.

Luisa resopló, cerró la puerta y se dirigió a su mesa.

— Ya sabes a lo que me refiero.

— Digamos que echaba de menos la planta de arriba. Además, alguien tenía que poner orden, ¿no crees?

— Muy bonita la versión oficial, ahora ve al grano. — se sentó.

— Necesito hablar contigo y como no paras de huir.

— Pensaba que ya había quedado todo claro anoche. — empezó a rebuscar entre sus papeles.

— ¿Ahora quién es la que se cree el centro del universo? — Luisa la miró con el ceño fruncido. — Lo que tengo que decirte es que mi padre me ha pedido que te invite a comer a casa después de la entrevista. Quiere agradecerte el esfuerzo y las facilidades que le estás poniendo.

— Solo hago mi trabajo, me pagan por ello.

— Sería un gesto bastante feo por tu parte rechazarlo teniendo en cuenta que tienes que ir a mi casa de todas formas.

¿Qué otra opción tenía? Dadas las circunstancias era evidente que no era el plan que más ilusión le hacía, tener que ver a Amelia también fuera de la redacción se estaba volviendo todo un suplicio, pero no le quedaba más remedio que asistir si quería mantener su buena imagen ante Tomás. No había vuelto a hablar de Hugo con él, así que debía de estar esperando novedades al respecto.

— Dile que acepto la invitación. — concluyó y se puso a leer unos documentos.

Amelia sonrió ligeramente, considerando aquello una pequeña victoria, y se centró también en su trabajo hasta que la puerta volvió a abrirse.

— Anda, pero si estás aquí. — le dijo a Amelia y luego observó la estancia. — Con razón esto ya parece un despacho como Dios manda.

— ¿Qué quieres? — le preguntó Luisa, seca, ignorando sus palabras.

— Venía a comentarte una cosa pero ya veo que no estás de humor.

— Si no es urgente me lo dices luego, ¿vale? — volvió a darle a la máquina de escribir.

— Claro... — miró a Amelia en busca de explicaciones y la morena se limitó a encogerse de hombros. — Bueno, pues entonces os dejo... — se dispuso a salir pero retrocedió de nuevo. — Ay, Amelia, que se me olvidaba. — se quitó la mochila y sacó algo de uno de los bolsillos pequeños. — Lo que te debía de la comida del viernes.

— Eh... gracias, pero no había prisa.

— Ya, bueno, pero yo prefiero saldar mis deudas cuanto antes. — le sonrió. — Me lo pasé muy bien, a ver si repetimos.

— C-claro, un día de estos.

Sara se colocó de nuevo la mochila.

— Ahora sí, que tengáis un buen día, chicas.

— Igualmente... — respondió la morena.

Luisa no dijo absolutamente nada pero tampoco hizo falta, se le notaba en la cara que esas palabras no le habían sentado demasiado bien. Si antes estaba seria, ahora parecía una olla a presión a punto de estallar. Desde fuera podían parecer simples celos, quizás Amelia lo interpretaba así, pero lo que le reconcomía por dentro era no saber lo que Sara estaba planeando. No solo había quedado con Amelia, sino que también quería que lo supiera.

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